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De la guerra y la pobreza al Castillo de Oro: la increíble vida de Marietta, dueña de una de las casas más lindas de la región

Dice que fue tan feliz con poco como viviendo entre todas las comodidades. Ya mostró su mansión, ahora revela su emocionante y fuerte historia.

“Nene yo vine a los 6 años en un barco huyendo de la guerra con mi padre perseguido, lo quisieron fusilar. Salimos de Génova. La travesía duró dos meses y vi con estos ojos cómo tiraban a los muertos por las pestes de entonces al mar”, confiesa Marietta Bilo desde el interior del majestuoso Castillo de su propiedad.

Días pasados mostramos cómo era esa imponente casa centenaria de Fernández Oro, en el marco del 94 aniversario de la vecina ciudad que se aproxima.

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Pues bien, ahora es momento de conocer la increíble vida de su propietaria, la amable mujer de 82 años que nos abrió las puertas de la mansión de par en par y accedió gentilmente a la charla con LM Cipolletti.

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Marietta en el Castillo de su propiedad en Oro.

Marietta en el Castillo de su propiedad en Oro.

“En el barco nos discriminaban porque pertenecíamos al grupo de los pobres. Estaban, según su nivel económico, los de primera clase, los de segunda y en tercer lugar veníamos nosotros. Nos negaban muchos servicios a mí y a mis 4 hermanos, pero yo fui siempre igual, desenvuelta y audaz así que me mandaba sola y me metía por ejemplo a la pileta de los ricos siendo una niña jaja. Recuerdo que el barco paró en Cabo Verde, ahí conocí Africa y luego en Brasil”, rememora con una memoria prodigiosa y una admirable lucidez.

Cómo será de interesante y fuerte su experiencia que se propuso y ya comenzó a escribir un libro con sus memorias. Y en el párrafo inicial cuenta que se crió en el seno de una familia humilde que se radicó en Allen pero aclara que “con poco fuimos felices igual”, en una definición que la pinta de cuerpo entero.

“Era todo precario cuando llegamos. Mi padre, siempre recuerdo con cariño, hacía el jabón con la grasa y nosotras pisábamos las uvas para hacer el vino. También hacíamos limpieza de aljibe. Papá era artesano, muy trabajador y nos crio con dignidad y valores”, asegura e invita un cafecito.

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Le hace bien recordar el pasado, por más que en su relato aparezcan tantas espinas como rosas. No todo lo que brilla es oro, justamente.

“Vine en el año 49. En el 61, a los 17 años me casé con el amor de mi vida, al que hoy extraño muchísimo: Antonio Rulo Bilo. Nos vinimos a trabajar la chacra de su padre, mi recordado suegro Amadeo. Los primeros tiempos vivíamos en la casa de los peones, allá al fondo. ¿Te pensás que fue fácil o qué teníamos todo servido? Nada qué ver, no había luz, agua, el acceso era complicado. No por nada luego con el reparto de bienes nadie lo quiso a este lugar”, evoca la mujer que conserva la elegancia. Coqueta desde siempre, eso jamás lo negocia.

“Vos fíjate que yo aún hoy no sé lo que es lavar con lavarropas automático, me quedó de esa época en que nos vinimos a la casona lo del lavado a mano. Hubo mucho de supervivencia, teníamos un farol de noche al que teníamos que tironear para que funcionara y así miles de cosas. Ni hablar el tema de los animales, la leche…”, repasa las atrapantes vivencias en tiempos en que costaba parar la olla.

Los golpes de la vida y el dolor de Marietta, la dueña del Castillo

La pareja tuvo cinco hijos, dos de los cuáles “lamentablemente ya fallecieron: Javier, en un accidente (31 años) y a Sandra (59) la perdimos durante el Covid”. La vida volvió a golpearla, la tragedia pareció ensañarse con ella y el dolor se agigantó con la partida de su nieto Juan Pablo con apenas 21 años.

“Así es el destino, por eso siempre digo que hay que disfrutar y aunque no parezca, todos tenemos problemas. Pero hay que seguir y saber que tarde o temprano vamos hacia el mismo lugar”, reflexiona en un momento emotivo de la entrevista. Y muestra imágenes de esos seres queridos que ya no están, incluyendo a su recordado marido.

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A nivel financiero pasaron al frente con la cosecha de frutas y las exportaciones de “manzanas y peras a Rusia, Alemania, Italia, España, Brasil y Bolivia, entre otros países”.

Marietta no cumplió un rol menor en el rotundo éxito comercial. “Ahí aprendí a hacer sueldos y jornales. Mi marido no salía de la chacra, también sumamente trabajador y yo me encargaba de los trámites. Viajaba por el tema de las exportaciones y gracias a eso conocí medio mundo”, asegura y ahora ofrece probar el delicioso postre “de Marietta” que inventó “hace 60 años” y es similar al tiramisú “pero más rico, con un toque de Gancia”. Una vida de película.

Recorre una de las casas más majestuosas de Oro y la nostalgia la invade. Luces y bellezas por todos lados pero para Marietta nada cambia: “Yo no me la creo, se puede ser feliz en una casita precaria de Allen o en este hermoso Castillo”. Lo esencial, al fin y al cabo, es invisible a los ojos.

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