Así es el Castillo, la casa más imponente e histórica de Oro: las mejores fotos y las confesiones de Marieta
En la previa al aniversario de la vecina ciudad, conocimos por dentro el caserón centenario en una hermosa chacra: “Es el sello de la familia Bilo”.
¿Dónde estás?, pregunta telefónicamente Marieta al periodista para asegurarse de que no se haya perdido camino a su imponente Castillo en una zona de chacras.
Minutos después abre de par en par las puertas de su legendaria y lujosa casa para repasar la historia de uno de los rincones más emblemáticos de Fernández Oro, en la previa al 94 aniversario de la ciudad.
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Se trata, para contextualizar, de una construcción centenaria, incluso con más años que los que está por celebrar el querido pueblo rionegrino.
Dentro de la enorme vivienda también es fácil “perderse” salvo que, como en este caso, la anfitriona oficie de guía. Tan impecable de aspecto como a la hora de mostrar y describir su bello hogar.
Pero antes de iniciar la visita por los amplios y numerosos espacios del Castillo, la mujer que supo exportar fruta rionegrina cosechada allí junto al amor de su vida ("yo manejaba los trámites, viajé por el mundo gracias a ese trabajo") nos deleita con “un postre que inventé hace 60 años”.
¿Qué tiene? “Uy, ¿me vas a publicar la receta también? -risas-. Vainilla, crema de leche batida con nueces, postre de chocolate y un poquito de Gancia. A todo le pongo ese aperitivo”, revela y también ofrece, junto al cafecito, una porción de torta de vainilla.
“Y no sabes cómo hago las pastas. Hace 6 años, para otro aniversario de Oro estuvo el gobernador acá -Alberto Weretilneck- y quedó enamorado de mi lasagna: dos porciones grandes comió”, cuenta la anécdota con el orgullo "tano" a flor de piel.
En medio de la recorrida admite que por su aspecto pituco y en menor medida por la edad -82- algunos la comparan con Mirtha Legrand pero, aclara por las dudas, “a mí no me gusta, somos todos iguales y vamos a terminar en el mismo lugar. Puedo tener una casa grande pero yo no me la creo”.
Todo es elegante y colonial allí. Fina decoración y excelente iluminación. En el piso de abajo se observan un par de mesitas con sus correspondientes silloncitos, uno de los 3 sanitarios y la mesa grande junto a amplios ventanales con una hermosa vista del parque.
En el segundo piso están algunas de las cinco habitaciones y en el tercero lo que supo ser una capilla: “Siempre fuimos muy creyentes”, asegura la mujer que vino en barco de Italia a los 6 años escapando de la guerra.
Aclara que fue reformando la casa familiar, tanto en su interior como por fuera, con madera, luces y esculturas entre otros chiches. Claro que siempre respetando su espectacular fachada y diseños originales. “El roble era de la Bodega Alto Valle con la que mi suegro ganó la medalla de Oro a nivel mundial hace muchísimo tiempo. Lástima que regalé todas las botellas, no me guardé ni una sola”, se reprocha haberse desprendido de las reliquias. Pinturas y cuadros de nivel decoran las blancas paredes.
De tantos escalones que sube un poco se agita y es natural. Pero se nota que le hace bien el paseo interno. Al llegar al quincho la nostalgia y la emoción la invaden. “Tantos momentos familiares compartidos”, lanza con un suspiro y muestra fotos de su recordado esposo Antonio Rulo Bilo y de dos hijos fallecidos: Sandra y Javier. También de sus otros tres amores: Carla, Jorge Pablo, Guillermo.
Posa desde los balcones rodeada de estatuas de marmolinas y pregunta con picardía: “con tantas fotos qué van a hacer, ¿una revista?”.
El libro de su vida y de su casa, el legendario Castillo
A propósito de publicaciones, ya de regreso a planta baja se sienta y nos lee el fragmento inicial de lo que está escribiendo: sus propias memorias: “Con mis padres y hermanos éramos humildes en Allen pero una familia muy feliz”.
“Esta -por el Castillo- es la primera casa de tres pisos que se edificó en Río Negro y Neuquén. Es linda pero cuesta tiempo y dinero mantenerla... Antes tenía 7 empleadas, hoy hay una sola”, explica Marieta y el olorcito que proviene de la cocina es una señal de que Delia tiene la comida encaminada (“carne con papas y ajo, todo lo que come Marieta debe tener ajo”, adelanta con simpatía la cocinera).
En la parte final de la deslumbrante visita, Marieta exhibe la despensa que conserva su esencia y estampa añeja, el lavadero y el salón de eventos que más que nada “se alquila en verano”.
“Este Castillo antes también era mostrado como una atracción turística y fue declarado Monumento Histórico. Vine a los 17 años y al principio vivíamos en lo que luego fue la casa de los peones (sigue estando al fondo). Ya no lo vendo, quedará para mis hijos y nietos”, avisa y reniega con el simpático Tino, la mascota de buen porte a la que creyó haber sacado pero anda dando vueltas por la mansión.
Y pensar que cuando se disolvió la sociedad de su suegro Amadeo y hubo reparto de bienes “ninguno de los otros familiares la quiso, porque no había luz, ni agua, difícil acceso...”, rememora en un dato que sorprende.
¿Ya te vas?, pregunta al momento de la despedida. Es que sabe que queda aún mucho por repasar de su historia y la de una de las casas más impactantes, emblemáticas y bellas de Fernández Oro y la región. El Castillo de Marieta. ¡Qué fantástico lugar!
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