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El día en que los cipoleños dijeron no a los atropellos

La comunidad entera salió a defender a Julio Dante Salto, ante su destitución como jefe comunal.

Textos: Oscar Cares

La gran rebelión ciudadana iniciada el 12 de septiembre de 1969, conocida para siempre como Cipoletazo, demostró, por su intensidad, pasión y dignidad, cómo el apoyo popular a un líder político entrañable, como lo fue Julio Dante Salto, puede poner en apuros a las dictaduras y burócratas de turno y convertir en protagonistas de su destino a todos los vecinos, desde los más humildes hasta los más encumbrados, cada uno contribuyendo desde su capacidad y generosidad al fin común de hacer prevalecer la razón, la justicia, la libertad y la determinación de vencer.

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Han pasado 47 años de aquellos acontecimientos y su memoria permanece como ejemplo de decisión racional y apasionada, como recuerdo de proeza épica y colectiva, como gesto imborrable de organización espontánea y visión de conjunto.

Por eso, Néstor “Quiti” García (79 años), Eduardo París (75) y Juan Carlos “Gallego” De Rioja (70), participantes de la pueblada, siguen recordando con entusiasmo, intensa alegría y abundantes referencias que no logran mellar los decenios, aquellos hechos que conmovieron a la ciudad durante varios excitantes y peligrosos días. Y que no terminaron del mejor modo, porque el propósito de destituir a Salto, dispuesto por el gobierno provincial designado por el dictador Juan Carlos Onganía, se cumplió; aunque su reemplazante, Alfredo Chertudi, fue sugerido y tuvo el respaldo de la comunidad cipoleña, que se había levantado contra la arbitrariedad.

“Lo que yo más valoro de los acontecimientos, pese a que tenía entonces 22 años, cuando la sangre te corre con más fuerza, es la unión que hubo, en todos los órdenes, de todos los estratos sociales. Fue un solo puño”, enfatizó De Rioja, para quien la única diferencia pudo surgir de la edad de los protagonistas. A los jóvenes les tocó más la lucha directa, el arrojo y el coraje.

“Nosotros éramos los activistas, los que andábamos en las calles, los que teníamos enfrentamientos, los que no dejábamos que llegara el diario desde Roca, y si había que cortar la luz en todo Cipolletti se cortaba, y si hubo que volcar una camioneta de la Policía en Sáenz Peña y Alem se volcó”.

Para París, el Cipoletazo surgió porque el desplazamiento de Salto fue sentido como “una afrenta a una sensibilidad ganada, establecida”. El delegado municipal no podía ser echado porque lo bancaba la gente. “Fue un hecho de determinación, de voluntad popular, cosa que está muy alejada hoy en día, en que se ha perdido, y eso es lo que me preocupa”, manifestó, y destacó que “aquello fue hermoso por lo que trasuntaba y dejó como enseñanza, pero tan desperdiciado, que ni siquiera se enseña hoy en las escuelas”.

A García, entonces con 32 años, lo sigue emocionando, como a sus compañeros de gesta, el poder y la personalidad del líder de la comunidad. “Salto era un visionario que golpeaba muchos escritorios y con quien aprendimos a trabajar”, resaltó, y recordó la trascendencia zonal y provincial que había alcanzado su figura. Una de sus virtudes, era el trabajo en equipo, con un lugar especial para los más jóvenes, siempre activos: “En aquel tiempo y más de un día me dijeron que yo era zurdito. Y yo les decía que era difícil que convenzan a alguien con un BMW y un reloj presidente en la muñeca. Pero era la tendencia que había, cualquier rebelión, cualquier cosa que dijeras en contra, ya eras zurdito”, expresó.

Coraje e imaginación contra la represión

Juan Carlos De Rioja, Néstor García y Eduardo París son unánimes en cuanto al vértigo que caracterizó a la pueblada, el riesgo y el miedo que existía por la violencia institucional y la decisión de los vecinos de arriesgar todo para que no se impusiera la injusticia. Lo que más temía Julio Dante Salto era que hubiera un muerto. No lo hubo, pero se estuvo cerca. La represión era feroz. Pero los cipoleños, muchos organizados, otros en forma espontánea, enfrentaron el terror. No hubo colaboración con las fuerzas ocupantes de la ciudad; a sus integrantes se les mezquinaba hasta la comida y el agua. Los grupos más jóvenes aprendieron a armar bombas molotov y se prepararon para utilizarlas. El techo del edificio municipal se llenó de bidones con combustible, que se iban a encender si la furia represiva pasaba a mayores y no había una solución política. La resistencia se extendió. Hubo apagones. Lanzando bolsas llenas de gatos se desbandaba a los bravos perros de los uniformados que controlaban las calles. Con ayuda del espionaje, se evitaban los pedidos de detención. Pese a esto, fueron muchos los encarcelados.

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