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LMCipolletti reencuentro

45 años después: el casual y emocionante reencuentro en el corazón de Cipolletti

A partir de un artículo de LMC, se inició una búsqueda entre dos vecinas muy queridas de la ciudad. Nostalgia y una perlita histórica en la Biblioteca local.

“Acabo de vivir una de las situaciones más hermosas de la vida”, confiesa Graciela Seguel a LM Cipolletti, con una mezcla de risas y lágrimas.

La popular vendedora de pancitos rellenos cuya historia de lucha contamos semanas atrás no podía salir de su asombro ni contener la emoción.

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Había recibido una grata sorpresa, una visita que jamás imaginó en la Biblioteca Bernardino Rivadavia, a donde todos los jueves por la tarde se dirige a entregarle sus pancitos rellenos a un par de clientes fieles.

reencuentro en Cipo
Maestra y Alumna. Marta y Graciela compartieron recuerdos y pancitos rellenos.

Maestra y Alumna. Marta y Graciela compartieron recuerdos y pancitos rellenos.

Tras 45 años se reencontró con una maestra que la marcó en la primaria y en la vida: Marta Di Tomaso, a quien en los inicios de los 80’ la tuvo en cuarto grado en la escuela 258 y a la que desde entonces lleva en su corazón.

Y pensar que se volvieron a ver las caras tanto tiempo después gracias a aquella nota que este portal le realizó a la esforzada trabajadora, en una suerte de reconocimiento público.

“Mi marido la leyó en la versión digital y luego en el papel. Así que me enteré que los jueves ella anda por acá y vine a agradecerle que me mencionó. La estuve esperando horas, un día al final no vino, pero valió la pena”, explica la docente jubilada que fue paciente, tuvo las mejores intenciones y logro su cometido.

"No saben la emoción que tenemos"

LMC fue testigo de ese emocionante momento. Era un placer verlas juntas en los silloncitos de ingreso de la Biblioteca observando una foto histórica de aquel curso que le obsequió la maestra a la vendedora.

“¿Y este quién es? ¿Te acordás de ella? ¡Mirálo al vagoneta, cómo andará…?”, eran los comentarios de ambas, maravilladas con el recuerdo. Risas al evocar alguna anécdota, lamento por alguno que ya no está… El tiempo pareció volver atrás. Personajes, situaciones y hasta aromas de otras épocas, aquí y ahora, en esos instantes mágicos.

“No sabes la alegría que tengo. Qué emoción. Una genia, me trajo además copias de la publicación y aprovechó para asociarse en la biblioteca. Estuvo esperando no sé desde que hora”, comenta, por su parte, Graciela.

Quedaron en volver a verse el próximo jueves, en el mismo lugar. Incluso la maestra prometió sorprenderla con nuevas perlitas históricas y "Graze" le convido un pancito relleno. Si bien Marta “a esta altura” se cuida con la alimentación, se lo aceptó para no despreciar a su querida alumna.

Dos grosas. Dos maestras. ¡Qué inolvidable momento!

La historia de la vendedora de pancitos

A los 4 días de nacer, Graciela Seguel, estuvo al borde de la muerte por un “coma diabético”. En agradecimiento, su familia eligió a ese médico que le salvó la vida y a su esposa como padrinos.

Es la menor de 6 hermanos (“somos 3 varones y 3 mujeres”) y se crió en una esforzada familia del barrio Santa Rosa (“delimitado por el pasaje Kleppe, la Avenida Mariano Moreno, las vías y la Avenida Mengelle”).

“No tuve una infancia ni adolescencia fácil. Muchos apremios económicos, mi mamá Emilia -falleció en 2004- se quedó solita conmigo y dos hermanos más cuando éramos chicos y la remó mucho. Igual yo era feliz yendo a jugar al parque meteorológico, como 20 niños juntos andábamos muy felices de aquí para allá, en las hamacas, chapoteando en canales de riego, alrededor del parque, yendo en bici a las vías. Esa parte sí que fue inolvidable”, contó oportunamente a LMC.

Graciela vendedora de pancitos
Graciela suele ir los jueves a la Biblioteca donde tiene fieles clientes.

Graciela suele ir los jueves a la Biblioteca donde tiene fieles clientes.

Son productos frescos los que elabora con mucho amor cada día en el horno de su pequeña cocina. Salen 16 panes que comercializa a un precio razonable de $ 4.500 cada uno. Por lo general los consumen clientes fijos, aunque últimamente la calle “está difícil, a la gente se nota que le cuesta lo económico” y suele quedarle un remante a disposición de todo público.

Disfruta lo que hace, para ella su mejor terapia es el intercambio con la gente. Se preocupa por el otro y no le da lo mismo cómo encuentra anímicamente a quienes le dan una mano con su compra o se cruza en plena recorrida.

“Me gusta mucho, me hace bien charlar con las personas, levantarles el ánimo. Si veo alguien alicaído me agrada ayudarlo, una sonrisa siempre suma. Me encanta entrar a un comercio y que los empleados se pongan contentos porque llegué, siempre me dicen en broma que les alegro el día”, supo admitir reconfortada por los cálidos recibimientos en los comercios.

Graciela vendedora ambulante
Graciela, un pancito de Dios. La vendedora es tan popular como querida en el centro cipoleño.

Graciela, un pancito de Dios. La vendedora es tan popular como querida en el centro cipoleño.

Se acostumbró tanto a esta particular vida que cuando por razones de fuerza mayor se le complica cumplir con su rol de vendedora ambulante “me cambia el humor”. “Si tengo un turno médico, por ejemplo, que me impide salir a trabajar, ya no tengo el mismo ánimo. Siempre me gustó el contacto con la gente. De hecho trabajé la mayor parte en comercio, en atención al público. Además, a mi edad ya no se consigue trabajo en relación de dependencia y siento que esto es lo mío”, reflexiona.

No le sobra nada a nivel ingresos pero se las rebusca dignamente y no se queja más allá de que las dificultades crecen: “Me sirve para mantenerme, pagos mis gastos, mis cuentas, mi alquiler. Teniendo que trabajar cada día más también para aumentar un poco los ingresos, le está pasando a todo el mundo, trabajar más para ganar menos, pero confío en que vamos a salir todos unidos de esta situación”, se ilusiona.

Ahora, Graciela le dice Gracias a la seño que propició tan lindo reencuentro.

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