Se puso la familia al hombro con su carrito venezolano en el Alto Valle y hoy sueña en grande
La historia de Jhorley, que le encontró otro gustito a la vida con su puesto de comidas típicas. Los tequeños y las arepas que la rompen en el parque orense.
Bululú en su país significa “alboroto, revuelo...”. Pues bien, Jhorley Serrano soñó con ese “aglomeramiento de gente” alrededor de su carrito de sabores de Venezuela, allá por marzo cuando inauguró llena de ilusiones su Food Truck en el Espacio Verde de Fernández Oro. Y así lo bautizó, entonces.
Aquella fantasía por momentos se hizo realidad y el buen suceso actual lo ratifica. Es que acaso cuando más lo necesitaba, la venta de comida típica que comenzó como una distracción, “para no quedarme en casa esperando que los niños salgan de la escuela”, se convirtió en el “sustento de la familia durante muchos meses”. A puro esfuerzo y pasión.
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“El puestito lo abrimos en marzo, antes lo preparábamos en mi domicilio y repartíamos. Vimos que podía funcionar y me animé”, comenta esta amable vecina extranjera mientras ubica las sillas alrededor de las mesitas en pleno césped.
Hay banderines con los colores de su país en el interior del pintoresco carrito negro. También un gorrito de la Vinotinto en su cabeza. Esa cabeza que trata de no pensar tanto, aunque resulta inevitable, en la sangrienta crisis social y política que vive Venezuela tras las escandalosas elecciones.
Nada cambió allá desde que vino con los suyos hace 6 años a la región. Acá, con altibajos, la cosa camina y se mantienen “en la lucha”. “Estuvimos dos años en Cipolletti y los últimos cuatro en Oro. Acá no conocíamos, pero la señora que nos alquilaba en Cipo tenía un dúplex más grande y nos ofreció mudarnos. Nos gustó y acá estamos, peleándola”, repasa la historia familiar con ese inconfundible tono caribeño.
Un poco por disponer del tiempo, otro tanto por necesidad, por primera vez en su vida y a los 42 años se decidió a emprender tras haber trabajado siempre “en relación de dependencia”.
“Toda mi vida trabajé y estar encerrada en una casa esperando que los niños salgan del colegio no era lo mío. Entonces me puse a hacer esto y a tener mi propio emprendimiento, más allá de que cocino lo normal, lo que puede una mamá que trabaja pero nunca me dediqué a esto allá en Venezuela”, aclara la madre de Juan Pablo (15), Cristóbal (11) y Chiquinquirá (3).
junto a su marido Ylych Escobar decidieron establecerse en la región “por la situación de mi país”. Pasaron sobresaltos durante esta experiencia en el exilio pero van hacia adelante. “Mi esposo es ingeniero en mantenimiento mecánico y está como supervisor de cuadrilla en una empresa”, destaca quien también suele trasladarse con sus manjares al Centro Cultural Cipolletti.
“Complicada siempre ha estado la situación, pero aquí me ven, peleándola y esperando crecer cada día más, que se consolide mi proyecto. Que sea un negocio próspero”, expresa su deseo Jhorley, con ganas de salir adelante.
“Mal no te puede ir querida porque le ponés ganas y hacés unas cosas de ricas…”, la arenga un señor que peina canas y espera que las arepas y los tequeños terminen de freírse en el mediodía del viernes. El olorcito es tentador…
De ingredientes y precios en el carrito venezolano
“Un poco aflojan las ventas en esta época del año pero tengo mis clientes fieles. Vendo tequeño y arepa y el tequeño sale más. Es como un dedo de queso envuelto en una masa fina de harina de trigo común. La arepa es una masa de harina de maíz precocida y va rellena de carne, de pollo, de lo que se les ocurra”, confía la composición de sus delicias.
Es más, si bien evita pasar la receta “porque no va a venir nadie si no” -risas-, con suma generosidad repasa los ingredientes. “El tequeño lleva queso venezolano, harina de trigo, aceite, sal, agua y la arepa, harina de maíz precocida, agua, sal y carne, pollo…”.
Respecto a los precios, indica: “La media docena de tequeños la tengo en $ 6.500 y la docena en $ 10.000. Y la arepa $ 5 mil cada una, es una arepa grande”, promociona sus productos.
Se la puede ubicar en el Parque orense “de jueves a domingo, cuando el clima lo permite, de 20 a 23. A veces abro más temprano como hoy que voy a estar desde las 18 y cerraría a las 21”, avisa en una jornada de tranquilidad plena, no solo por el escaso movimiento sino porque superó los controles de rigor, algo que siempre genera incertidumbre y cierta tensión: “Tengo todo habilitado, recibí una inspección de bromatología y lo más bien”.
Le gustaría, justamente, que también reine la paz y esté “todo bien” en su querida Venezuela. “Está difícil la situación, preocupante porque no se ve fin a ese gobierno de tiranos, no hay palabras que los califique. Tengo mis padres allá y familia de parte de ellos. Ahora todos encerrados andan, no se puede hacer publicación ni manifestarse en ningún lado porque llega la policía y los mete preso”, lamenta el delicado panorama.
El sueño de la fábrica propia
A pesar de que son relativamente nuevos en la ciudad, fue amor a primera vista con Oro. “Nos gusta mucho la tranquilidad que tiene. Es como si fuera una gran familia, todo está cerca, la gente bastante hospitalaria. Me encanta el ambiente que hay en los parques, la gente que se sienta a tomar unos mates, a compartir momentos, nos impactó gratamente porque nosotros allá no hacemos eso. La gente te trata muy bien”, celebra.
Soñar no cuesta nada y ella confiesa su máximo anhelo. “Sueño con montar mi fábrica en Oro, darles empleo a los habitantes de acá; producir arepas, tequeños, todo lo que se pueda. Ahora estoy limitada porque recién arranco con el carrito pero en verano se vienen cosas y comidas nuevas”, adelanta esperanzada.
En el final, desea “agradecerle a los clientes, por ellos me animé a tener el food trucks”. Jhorley, la venezonala que trajo los sabores de su país al Alto Valle y nos deleita con los tequeños y las arepas. Ideal para acompañar con un Vinotinto, claro…
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