Los bastones que fabrica le devolvieron la sonrisa a don Mateo
El vecino, albañil jubilado, había caído en un pozo luego de una tragedia familiar. En busca de una actividad para despejarse, descubrió que el trabajo manual le hacía bien. Inició un emprendimiento
El destino le dio un golpe duro a don Mateo Oyarzo, de esos de los que es difícil reponerse. El año pasado, horas antes de Navidad, su hijo y su nuera fallecieron en un terrible incidente vial que se produjo en cercanías del tercer puente.
Todo se derrumbó en la familia. Con una profunda pena anidada en el alma, él buscó maneras de salir adelante, porque tiene fe y cree en Dios, y debía honrar la vida.
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Empezó a dar largas caminatas para despejarse. Un día, notó que perdía el equilibrio, pero no se resignó. Con una varilla que una de sus hijas le trajo de la Isla Jordán, se fabricó un bastón para seguir con sus paseos. Sin embargo, por obra que le adjudica al creador, su salud experimentó una mejora sorprendente y ya no necesitó el elemento para apoyarse. De hecho, no lo usó nunca. Pero le gustó la experiencia de haberlo hecho él mismo. Sabe de trabajos manuales dado que toda su vida se dedicó a la albañilería. Y allí quedó archivado el instrumento, con el mango tallado y una vara prolijamente barnizada.
“Me gustó, pero lo veía medio débil. Pero me entusiasmó hacerlo”, destacó el vecino que está a punto de cumplir 79 años, con su habitual sonrisa amable que solo se empaña cuando recuerda la tragedia, que no son pocas las veces durante la charla.
Sucedió entonces que una conocida del barrio Almirante Brown tenía dificultades para movilizarse por un problema de rodilla y, aprovechando los conocimientos adquiridos con el prototipo, confeccionó otro, mucho más resistente, para obsequiárselo.
La idea le quedó gustando. Hizo otro y después otro y cada vez le quedaban menores. En vista a los buenos resultados y, cumplido el logro de convertir la manualidad en un cable a tierra, se decidió a seguir fabricándolos.
Ya vendió algunas piezas y tiene otros encargos. Una de ellas fue pedida por una academia de danzas españolas, por lo que su obra recorrerá escenarios.
De espíritu inquieto y con el afán de mejorar sus productos, suele indagar por Youtube a fabricantes de bastones de otros países, como España, y ha tomado algunos rasgos. Como por ejemplo el uso de mangos tipo hongos, que afirma son tan cómodos o más que los tradicionales.
Pero más allá de la información que se nutre, afirma que la clave está en aplicar la creatividad. Ideas propias que emplea en cada bastón. Por eso cada uno es único. Un Mateo auténtico, se lo podría caracterizar.
Con el envión anímico que logró quiere ir más allá y se propuso iniciar un emprendimiento artesanal, y en eso está. Cuenta con el apoyo de sus hijas, que le abrieron una cuenta en Instagram: bastones_artesanales_matius.
“Soy un viejo jubilado. La plata no alcanza y unas moneditas extras nunca están de más”, afirma y resalta que “esto no se para más, esto sigue, aunque sea despacito”. Porque planea seguir con su proyecto y perfeccionarse. Tampoco descarta presentarse en algún momento en una feria de artesanos.
“Cualquier varilla útil”
Así como construyó el primer bastón con el palo que le trajo la hija, Mateo afirma que “cualquier varilla es útil” para construir un bastón.
Ahora que ya ha hecho varios, habla con autoridad. Incluso dice que se pueden utilizar palos de escoba, y si es de los escobillones que se usan para barrer las calles, mucho mejor, porque tienen mayor resistencia.
En cambio, el mango demanda más esmero, ya que hay que darle la forma y encastrarlo con firmeza porque en él descargará su apoyo la persona.
En eso explica que juega mucho la creatividad. Explica que mira un trozo de madera e imagina la forma que tendrá. Solo le tiene que quitar el material. Para ello utiliza herramientas elementales: serrucho, escofina, un cuchillo bien afilado como bisturí y una máquina caladora, entre otras.
Todo lo hace en el patio de su casa donde tiene un banco con una morsa. Siempre acompañado por Rosa, su compañera de vida.
Historia de vida
Mateo nació en Puerto Mont, en el sur chileno, y cuando tenía poco más de 20 años decidió cruzar la cordillera “de inquieto nomás”. Primero recaló en Bahía Blanca, donde se empleó en distintos oficios, entre ellos la albañilería, que sería su sustento. En la ciudad bonaerense conoció a Rosa Flores, una compatriota que vivía a un par de casas de distancia. Se casaron, tuvieron cuatro hijos, y tiempo después se mudaron a Cipolletti. Aquí siguió dedicándose a la construcción. “Desde los cimientos al techo, todo hice”, resalta con orgullo. Sostiene que hizo tantas refacciones que ha perdido la cuenta. Subraya sobre todo que fue muy serio con su trabajo, y que eso le valió la confianza de muchos clientes. “Me dejaban las llaves de su casa para que haga a mi antojo”, recuerda. Esa responsabilidad no solo le permitió ampliar el terreno laboral, sino que hizo de cada cliente un amigo, y que incluso cada tanto alguno lo pasa a visitar, para saber cómo se encuentra. “Eso me pone feliz, es recoger lo que uno ha sembrado”, recalca.
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