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La historia de amor de la mexicana y el neuquino que chatearon diez años hasta que pudieron conocerse

Por error se agregaron a Facebook y mantuvieron una relación virtual y amorosa durante casi una década, hasta que ella vino a conocerlo. Acá confirmaron su amor, se casaron, tuvieron un hijo y formaron una familia.

Corre el año 2008 y Facebook es una red social incipiente, que la gente todavía está aprendiendo a usar. Prácticamente no hay fotos personales en los perfiles, no se sube demasiada información personal, y confundir a una persona con otra es algo totalmente posible. Desde la ciudad de San Luis, México, la joven Tania Muñoz quiere mandarle solicitud de amistad a Héctor Vargas, un instructor de rafting de Mendoza, al que está buscando para ofrecerle un trabajo para la temporada alta. Pero en ese afán encuentra a otro Héctor Vargas, que como foto de perfil tiene una pelotita de fútbol, que no es mendocino sino neuquino, y que tampoco es profesor de rafting, aunque también va a tener que remarla como un campeón. Ninguno de los dos lo sabe, pero el destino o la causalidad acaba de encontrarlos y van a vivir una historia de amor como no hay otra igual.

"No soy la persona que estás buscando. Pero si tenés ganas tal vez podríamos seguir chateando", le respondió Héctor, que por ese entonces tenía 18 años y que pensó que ese hecho azaroso podía llegar a ser una buena posibilidad para hacerse una nueva amiga.

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A más de 7 mil kilómetros de distancia, Tania y Héctor se conocen a través del Messenger (MSN). Al principio chatean de manera esporádica, y luego cada vez más seguido. A los dos les fascina conocer algo de la cultura del otro, compartir las vicisitudes del mundo universitario, ella de la Licenciatura de Turismo y él de la Ingeniería Eléctrica; se mandan fotos, y hablaban mucho de fútbol. Héctor, fanático de Boca, le recuerda la Copa Libertadores que le había ganado al Cruz Azul; y también las sucesivas veces que Argentina eliminó a México de los mundiales. Todo es risas (tipeadas). Tiempo de chat: 3 años.

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Llega Skype y las conversaciones empiezan a ser más fluidas. Ahora realizan videollamadas, se ven las caras, las expresiones, se escuchan las voces, conocen el entorno en el que viven. Y continúan en una charla eterna. Con la oralidad se sienten más cerca, pero siguen estando a más 7 de siete mil kilómetros. Ella le cuenta que se mudó a Monterrey, en donde vive sola, tiene un buen trabajo, y le está yendo muy bien en el cheerleading (porras), un deporte que realiza como hobby, pero para el que tiene mucho talento y hasta es posible que la convoquen para representar a la selección de México. A esta altura son tan amigos que hablan absolutamente de todo, excepto de las relaciones que cada uno va teniendo en este largo camino. “Nos decíamos que nos gustábamos, pero los dos sabíamos que era algo imposible”, cuenta Tania. Tiempo de chat: 6 años.

En 2014 aparece Whatsapp y representa una revolución para esta pareja virtual. La instantaneidad de los mensajes permite otro tipo de comunicación, y a su manera ellos empiezan a vivir un amor a distancia, con cierta cotidianeidad y rutinas. Se sienten novios, y hay mensajes de “buen día amor”, se escriben a toda hora, se cuidan, se contienen, pero los dos lo entienden como un amor platónico. Tiene mucho de real y sincero, pero es intangible e imposible. Tania piensa la posibilidad de empezar a ir y venir, e intentar encontrarse de aluna manera. Ella ya está recibida, y Héctor sigue estudiando, ahora se cambió a Ingeniería Civil. Además él es demasiado fanático de Argentina. No lo va a poder mover de acá. “Hablando a través de la computadora uno no sabe bien del todo cómo es la otra persona. Era una gran incógnita saber cómo iríamos a reaccionar el uno y el otro cuando nos encontrásemos”, dice Héctor. Tiempo de chat: 10 años.

Como si agregarse por error a Facebook no hubiese sido suficiente para creer que el destino estaba queriendo encontrarlos, en 2019 a Tania le llega una citación de la selección mexicana de cheerleading para una competencia internacional a disputarse en Córdoba. Todo es alegría y felicidad: al fin podrá venir a Argentina. Además del orgullo de representar a su país, tiene la gran posibilidad de conocer a su amor. Arma una valija gigantesca, y le explica a su mamá que no sólo vine a competir, que incluso capaz no vuelva. Cuando el certamen finalice, irá a visitar a “un amigo con posibilidades de noviazgo”, cuenta ahora y agrega “el pasaje de regreso lo dejé abierto por las dudas. Si funcionaba me quedaba, y si no me volvía” dice entre risas.

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La confirmación

En el aeropuerto de Neuquén, Héctor mira para todos lados. La busca desesperado. Esperó este momento más de 11 años. Más de 4.000 días. Ella, chiquitita de contextura, se pierde entre los cientos de egresados que regresan de su viaje a Córdoba. A lo lejos Héctor la ve y sale a correrla. Se encuentran y se besan, aunque la escena no es tan romántica como Los Puentes de Madison, o Diario de una Pasión. Son dos cuerpos nerviosos, llenos de incógnitas, de preguntas. Ya en la parada de taxi, y en la medida que comienzan a charlar “todo fue fluyendo, te das cuenta que es una persona con la que ya te conoces demasiado”, dice Héctor.

La pareja vive un fugaz idilio, y eso que viven en una casa súper chiquita, junto a la mamá y el hermano de Héctor. Pero pronto todo dejará de ser color de rosas y el panorama se pondrá muy negro. Ella había llegado con la ilusión de conocer el glaciar y las cataratas; y sobre todo de poder vivir una aventura con su novio, pero acá en Neuquén le esperaba el encierro, el dolor y las pérdidas. En marzo de 2020 se declaró la pandemia; y a los pocos meses le avisaron que una de sus hermanas había fallecido por COVID-19. “Cuando quise viajar a México por esta situación la frontera estaba cerrada y sólo permitían vuelos de repatriación. Mi mamá me pidió que no fuera, me dijo que yo estaba ahí con el corazón, pero que ya había perdido una hija y que prefería tenerme lejos pero viva”, recuerda Tania con tristeza.

Para peores, en Argentina cambiaron las leyes migratorias y Tania no pudo sacar su residencia. Había apostillado su título para poder ejercer, pero le cambiaron las reglas, exigiéndole un DNI que era imposible que consiguiera. Héctor, que no tenía más que amor para darle, le ofreció casamiento: “le dije que nos casáramos porque yo no podía darle estabilidad, alquilaba, y si a mí me llegaba a pasar algo de esta manera se iba a poder mover mejor e iba a poder conseguir un trabajo”, evoca Héctor.

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Casarse en plena pandemia fue tan difícil que hasta costó conseguir testigos. Eran tiempos en los que la gente tenía mucho miedo de salir. Además no se podía. Tania, que prácticamente no había alcanzado a hacer sociales ni amistades en la ciudad, ingresó a un grupo de Facebook de Mexicanos en Neuquén, para ver si alguien le hacía el aguante con el trámite. Mari, una chica que no conocía y que ahora es la madrina de su hijo, se ofreció. “Nos casamos y tenemos un hijo, no vaya a ser cosa que ya se acabe el mundo”, dice que pensó Tania ante tanta pálida.

Aunque se hayan casado por civil, este matrimonio parece haber firmado un juramento para acompañarse en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, amarse y respetarte todos los días de sus vidas, y hasta que la muerte los separe. En ese fatídico 2020 también falleció la mamá de Héctor, y él también casi muere, después de someterse a una operación de vesícula que se complicó y que lo dejó internado en un hospital de Centenario: “Fueron tiempos muy duros, era una atrás de otra”, recuerda Tania, quien cuando se enteró que su esposo había quedado internado y solo en Centenario quiso irse caminando desde el centro de Neuquén.

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Un hogar binacional

Hoy que las cosas se acomodaron, y con todas las alegrías que su hijo Santiago trajo a sus vidas, Héctor y Tania disfrutan de la familia y del hogar que juntos supieron armar. Un departamento en el que muchas veces suena María Elena Walsh, y en otras tantas Cri Cri, que es un clásico de la música infantil mexicana; o también El Chavo, que representa un punto de encuentro: “Santi va a ser un choque de culturas, va a vivir en dos mundos”, dice Héctor, quien agrega que hoy en su casa todos hablan en una especie de castellano neutro “medio raro”.

El intercambio cultural no sólo se ve reflejado en la música. En esta casa la comida también es bastante binacional; y pueden intercalarse las milanesas con los tacos, y los asados con los frijoles. Para suerte de Héctor, a Tania no le gusta tanto el picante.

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