Cabalgó 400 kilómetros por una promesa a Ceferino
El gaucho Sebastián Maza viajó desde Fernández Oro a San Ignacio. La historia comenzó hace siete años por un drama familiar. Hace días renovó ese compromiso con el santo mapuche.
Sebastián Maza le había hecho un sentido pedido a Ceferino Namuncurá. Le prometió que si ayudaba a su mujer, gravemente enferma de un riñón, todos los años iría a visitarlo. Es más, también le juró que donaría uno de sus órganos para contribuir a la salud de la madre de sus siete hijos, pero que necesitaba todo su apoyo espiritual.
Eso ocurrió hace siete años, cuando realizó la tradicional peregrinación hasta Chimpay. Poco después, Elizabeth recibió el trasplante, superó la enfermedad y siguió adelante. La familia salió de ese trance bravo y Ceferino Namuncurá, el santo de la Patagonia, ganó a un devoto que lo acompañaría siempre.
Sebastián Maza es un hombre de campo, un paisano que sigue apostando a la chacra que tiene en Fernández Oro, aunque la urbanización avance sobre enormes extensiones de tierras productivas. En ese lugar cría animales y vive de los frutos que le da la naturaleza, como lo hizo toda su vida. Ama la cultura campera; en tiempos de juventud fue un activo protagonista en festivales de jineteadas, aunque ahora, que está más viejo, acompaña y mira con entusiasmo a la gente más joven que mantiene viva la tradición.
Todos los días se levanta temprano, toma unos mates, monta su caballo y sale a recorrer su tierra, supervisa que los animales estén bien, les da de comer y realiza las tareas culturales que hacen cotidianamente todos los hombres de campo.
Este año fue atípico porque la tradicional peregrinación que miles de fieles realizan hasta San Ignacio, donde descansan los restos del beato de sangre mapuche, se postergó por la pandemia.
Sebastián estaba convencido de que iría, pero no estaba decidido de qué manera lo haría. Juan Sparza, uno de sus sobrinos, lo alentó para que esa demostración de agradecimiento que viene haciendo hace años, la hiciese a caballo y se ofreció a acompañarlo con toda la logística posible. Y así fue.
El sábado 30 de octubre se levantó temprano, cargó algunas pilchas, armó un equipaje ligero, pero completo, y salió hasta el paraje santo, ubicado a 400 kilómetros de la capital neuquina.
“Tardé siete días, pero fue una experiencia maravillosa”, dice todavía entusiasmado al recordar aquella aventura cargada de fe y devoción. Relata que tuvo que hacer una parada en cada lugar donde lo sorprendió la noche, pero que en todos los lugares que eligió para descansar recibió el cariño de la gente.
El primer alto fue en Senillosa, el mismo día que salió. Luego le siguieron El Chocón, Picún Leufú, Paso Aguerre y Estancia La Negrita.
“La gente es muy solidaria; siempre atienden bien porque saben que uno es un peregrino”, relata. En efecto, en cada posta que paró, Sebastián fue un huésped y recibió el apoyo y el cariño de los lugareños cuando les contó su historia, el mal trago que pasó su familia por la enfermedad de su mujer, el pedido a Ceferino y la cruzada que estaba haciendo para agradecerle una vez más.
Dijo que antes de llegar a San Ignacio, un grupo de personas lo fue a recibir a la ruta. Allí compartieron una comida y finalmente emprendieron la última caravana de 12 kilómetros hasta llegar a la capilla con forma de Kultrún, donde se realizaron numerosas actividades para recordar a Ceferino. Se celebraron misas, se hizo el fogón del Peregrino y los presentes se abrazaron en un encuentro fraternal donde compartieron sus experiencias e historias personales alrededor de la figura del santo. “Es una experiencia maravillosa”, asegura.
Cumplida la peregrinación, Sebastián regresó a los pagos para retomar su vida de campo, la rutina cotidiana que comienza todos los días antes de que salga el sol, pero que la vive de manera apasionada por su pasado y sus raíces paisanas, atendiendo la tierra y los animales, recibiendo la visita de amigos gauchos como él.
“Tengo la vida de campero. Y ando todos los días a caballo; por eso este viaje a San Ignacio no fue tan difícil para mí”, reconoce.
La experiencia que realizó lo marcó para siempre. Y cada vez que se encuentra con alguien, relata aquella reciente aventura cargada de fe, como lo hizo con este cronista. Entusiasmado, en el relato; por momentos, emocionado recordando su devoción por el santo mapuche.
Sin embargo, Sebastián es consciente que no es sencillo transmitir todas esas sensaciones que experimento durante el peregrinaje de 400 kilómetros: “Uno puede contarlo, pero hay que vivirlo”.
Dejá tu comentario