La vida de Mónica, la última y querida podóloga que tiene el pueblo a sus pies
"Es maravilloso el cariño de la gente", reconoce. El recuerdo de su marido, fallecido yendo a ver a Cipo, su afamado padre y una vocación inquebrantable.
Nunca te “deja a pata”, como dice el vulgar dicho, está popular vecina que trabaja en el cuidado de los pies y siempre le tiende sus manos a la comunidad. Y que es, al mismo tiempo, un ejemplo de vocación, responsabilidad y dedicación.
A los 72 años y con más de tres décadas en la profesión Mónica Escudero, de ella se trata, sigue vigente. Los tres amores de su vida, como describe a Facundo Nicolás (44), Maxi Damián (42) y Estefanía Mariel (40) ya están grandes. Pero más que por dinero, la histórica podóloga de nuestra ciudad, lo hace por pasión.
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Como un triste y lejano quedó el sufrimiento laboral, cuando “hasta perdí un embarazo” por el cierre del Banco de Río Negro y Neuquén S.A., “donde trabajé 22 años y fue el primer banco liquidado en Argentina”.
Ahora está en otra etapa, la del disfrute, esta luchadora que también se sobrepuso a la trágica muerte de su marido, el recordado Roberto Tito Hevia, quien perdió la vida volviendo de ver a Cipo en San Juan.
“Uno de mis hijos había quedado en sillas de rueda tras el drama, por suerte salió adelante. Habían ido a la final, pararon en una estación de servicio y a la media hora tuvieron el accidente. El 10 de julio se cumplen 30 años”, lamenta la fatalidad que le arrebató al compañero de su vida.
Lo extraña mucho aunque está “rodeada de afectos, entre mis 6 nietos, hermanos, sobrinos, familia en general y por supuesto los pacientes, es maravilloso el ida y vuelta con ellos”, celebra y convida un matecito.
Trabajo solidario en los hospitales y especialista en pies de diabéticos
Es hija del inolvidable Edgardo Linares, aquel de "A solas con mis tangos", que tuvo “varias nominaciones al Martín Fierro del Interior, toda la vida en radio en LU19, en LU5 con un programa que se mantuvo 40 años al aire, declarado ciudadano ilustre de la Patagonia”, repasa con orgullo el palmarés de su padre. Con quien llegó desde Chile “muy de jovencita al país que me adoptó”.
Famosa por trabajar Ad Honorem en los hospitales de la región, se especializó en “podología en diabetes”, tras capacitarse en el prestigioso Hospital de Clínicas porteño.
“La diabetes es una enfermedad que afecta las pequeñas y las grandes arterias: cerebro, corazón y pies. Y después la vista y los riñones. Así que me gusta trabajar en eso”, explica quien suele desempeñarse codo a codo con su agradable nueva Valeria en un clima laboral lleno de armonía y profesionalismo.
La vecina del barrio San Pablo disfruta a más no poder ese ida y vuelta con la gente. “Es maravilloso. La gente se siente cómoda, en una hora de atención hago un poco de psicología y un poco atención podológica… He tenido perdidas de clientes en pandemia, muchos recuerdos, son como parte de tu familia después de verlos de mes a mes”, confiesa con su sonrisa bonachona.
La visitan personas “de todas las edades” en su consultorio particular. “Desde niños con uñas encarnadas que me los derivan los pediatras; o con verrugas. Atiendo chicos, grandes, anticoagulados…”, explica quien también supo incursionar una época en la parte contable de sus antiguos empleos tras “recibirme de perito mercantil”.
Pero definitivamente lo suyo es la podología. “Nunca me canso a pesar de mi edad, es mi vida, trabajo todo el día y soy feliz”, admite Mónica. Tiene Cipolletti rendida a sus pies.
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