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LMCipolletti Historias de vida

Ya cumplió los 93 años y nunca faltó a una votación

Héctor Miguel Villalobos es un ejemplo de deber cívico desde 1946.

Mario Cippitelli - [email protected]

Recuerda que la primera vez que votó fue el 25 de febrero de 1946 y que con tan solo 20 años tenía una gran expectativa por el cumplimiento de ese deber cívico. En realidad, recuerda todo con detalles asombrosos, desde su niñez, su adolescencia y su juventud.

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Se llama Héctor Miguel Villalobos y es un pintoresco personaje que vive en Cipolletti, ciudad que le abrió las puertas hace 15 años, cuando junto a su esposa dejó su Rosario natal para seguir los pasos de su hija, que había decidido echar raíces en este rincón del valle rionegrino.

Héctor es un hombre delgado y prolijo, que gesticula con las manos de manera pausada, aunque aquellos ademanes lentos se contraponen con su ansiedad para hablar. Es amable, hace chistes y tiene pequeñas explosiones de bronca cuando se acuerda de alguna injusticia o algo que lo enojó. Pero después se vuelve a poner serio (o gracioso) y retoma el hábito que –seguramente- práctica cada día para bucear en lo profundo de su cabeza y volver con esa anécdota o aquel recuerdo que él cree que vale la pena compartir, después de su larga vida que comenzó un 27 de julio de 1926, en la ciudad de Rosario.

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Me recibe en el living de su casa del barrio Belgrano, junto a su esposa Teresa y su hija Gabriela, la única mujer de los tres sucesores que tuvo, con una inocultable ansiedad por hablar. Está contento desde que se enteró de mis intenciones de escribir un artículo sobre “el hombre de 93 años que nunca faltó a votar a una elección”. Y está preparado con su vieja libreta de enrolamiento de color marrón y maltratada por el tiempo, en la que hay decenas de sellos de autoridades de mesa que avalan cada sufragio que emitió desde que era mayor. Y ante la primera pregunta, arranca con un entusiasmo contagioso.

Recuerda que él era uno de siete hermanos que tuvieron sus padres, una pareja de inmigrantes españoles que, como tantos, llegaron a la Argentina a principios del siglo pasado. Y que comenzó a trabajar desde que era un chico, junto con uno de sus hermanos, porque la plata que ganaba su papá no alcanzaba para atender el familión que había formado.

Cuando yo empecé a militar eran otros tiempos. Extraño un poco esa época. Era feliz porque era joven. Las penurias las llevaban mis viejos

“Mi infancia fue muy pobre. El único que laburaba era mi viejo. Yo recuerdo que usaba pantalones remendados que dejaba mi hermano mayor. Y había que comer lo que había”, recuerda. Y pone énfasis en esas palabras.

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Héctor estudió la primaria en una escuela provincial de Rosario y solo esa capacitación le alcanzó para enfrentar la vida. Asegura que lo que aprendió se lo debe al maestro Hilario Manuel Navarro (recuerda el nombre como si hubiera egresado hace un par de años), y que gracias a su enseñanza siempre estuvo en el cuadro de honor del colegio y llegó a ser abanderado.

Pero nada fue fácil para Héctor. Primero vendió verduras con un carro que empujaba con su hermano. También tuvo un puesto de diarios y revistas. Luego empezó a trabajar en una fábrica de vidrios, donde las condiciones laborales eran terribles. No había vacaciones, ni aguinaldo, ni nada que se le pareciera a algún beneficio que pudiera tener un trabajador. Después pasaría por una fábrica de calzado para mujeres, donde asegura que el dueño, don Manuel Grichener (también lo recuerda), era un hombre generoso y bondadoso con sus empleados, pero que un día le recomendó que aceptara una oferta para trabajar en el ferrocarril, un empleo más estable, especialmente en épocas de crisis.

Fue a partir de esa juventud que empezó a interesarse por la política y la posibilidad de cambiar las cosas. Así comenzó a militar en el Partido Justicialista y también a participar activamente en la actividad sindical y en la vida deportiva de un club local.

Por aquellas épocas, eran comunes las reuniones políticas en las calles. “Se hacían mitines en las esquinas. Se levantaba un palco precario y los dirigentes hablaban y los vecinos concurríamos a escucharlos”, recuerda.

Si la persona que yo voté pierde la elección, le deseo mucha suerte al que gane. Siempre le deseo el mayor de los éxitos. Soy muy tolerante

El 24 de febrero de 1946 fue un día muy importante para el joven Héctor Miguel Villalobos, pues tenía la opción de sufragar por primera vez en una elección en la que los votantes elegirían a los miembros del Colegio Electoral encargado de nombrar al presidente y al vicepresidente de la Nación, a los legisladores nacionales y provinciales, y a los gobernadores de cada uno de los distritos.

Aquel día, Héctor llevó su impecable libreta de enrolamiento y votó a la fórmula Perón-Quijano, que sería la ganadora en esos comicios.

“Claro que tenía mucha expectativa porque era la primera vez que iba a votar”, asegura, luego de 73 años de aquella fecha.

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Pero el entusiasmo no fue únicamente por ese primer voto. A lo largo de su larga vida, Héctor cumplió con su deber cívico una y otra vez en cuanta elección se convocó. Fue testigo directo de los vaivenes políticos que tuvo el país, de todas las crisis que se vivieron y sufrió como tantos los desencantos y los desencuentros entre argentinos.

Héctor sostiene que más allá de todo, siempre es importante participar e involucrarse en la actividad política porque de esa forma se mantienen las esperanzas.

“Soy peronista. Pero si todos fueran peronistas yo dejaría de serlo porque no me gustan los unicatos, sino las alternancias. Por eso me gusta votar. Porque me gusta la democracia”, subraya. Y reflexiona: “Siempre pienso que el que viene es mejor, aunque muchos me defraudaron”.

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La charla con Héctor se extiende. Se mezclan añoranzas de su juventud y militancia política con los de su vida personal, con miles de anécdotas que vivió y que recuerda con detalle, como cuando conoció a una adolescente que se llamaba Teresa, de la que se enamoró perdidamente. Aquella jovencita es la mujer que hoy todavía lo acompaña, lo contiene y hasta se divierte cuando lo escucha repasar detalles que parecían perdidos con los años.

Jubilado hace mucho como empleado ferroviario, Héctor Miguel Villalobos no aparenta los 93 años que tiene. Asegura que no guarda secretos para mantenerse bien, aunque reconoce que le gusta caminar, ir a tomar café, hablar con los amigos y leer de todo, “para que no se me mueran las neuronas”.

Hoy irá a votar una vez más para elegir a las autoridades que marcarán el destino de nuestro país, como tantas veces lo hizo a lo largo de su vida. Y lo hará con el mismo entusiasmo y la emoción de aquel 25 de febrero de 1946. Dice que vale la pena. Asegura que todavía tiene esperanza.

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