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Adiós a Osvaldo Marco, el arquitecto que dejó su sello en Cipolletti

Tuvo su esplendor en los 70s y los 80s, diseñó el edificio de la biblioteca Bernardino Rivadavia. También fue pionero las construcciones de barrios Los Tordos y otros locales tradicionales como Capuccino y Cabeza de Buey.

Como último refugio, Osvaldo Marco eligió el Atlántico, bien cerca de la costa, casi en la arena. Acumuló millas, es cierto. Pero estaba muy lejos del retiro. Espíritu inquieto, el arquitecto que dejó su sello diseñaba nuevas obras, disfrutaba de la vida y, sobre todo, imaginaba y militaba por un mundo un poco mejor.

Tipo de acción, fue su corazón el que lo encontró descuidado. Un primer golpe, internación, y seis días después, el 19 de mayo, la estocada que terminó por llevárselo.

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Ángel Osvaldo Marco tenía 78 años y en su larga trayectoria tuvo una prolífica producción en Cipolletti, ciudad a la que llegó de la mano del amor de su vida, Clara Marroni, en 1975. Sesenta años juntos completó la pareja.

Marco había nacido en Buenos Aires y se graduó en la facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1974. Estudio y trabajo. Trabajo y estudio para definir un perfil y trazar una conducta.

A Cipolletti llegó con su colega y amigo Oscar Carreño y juntos inauguraron el que fue su primer estudio de arquitectura, en calle España, de renombre para una época en la que el Valle se constituía como una de las regiones más pujantes de la Argentina. Luego de algunos años de intenso trabajo conjunto, Carreño emigró a México.

En Cipolletti, entre otras obras, tras un concurso nacional, junto a Carreño diseñó el edificio de la biblioteca Bernardino Rivadavia que, hasta entonces, funcionaba en un triste local de la calle Irigoyen, entre Villegas y Belgrano.

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Osvaldo, así le decían sus amigos, Ángel fue sólo para las chapas de obra, definió su propio estilo, que se identifica en muchas de las construcciones que proyectó en Cipolletti, una renombrada parrilla, un bellísimo y tradicional café de la calle España (Capuccino que cerró por la pandemia el año pasado), su propio estudio y el negocio de los vidrios totales de la esquina frente a lo que fue el Banco Provincia de Río Negro.

Se destacan también el edificio Venezia y un par de construcciones en barrios Los Tordos, una de las cuales fue su propia casa, en tiempos en los que Cipolletti terminaba en calle Kennedy. Ánimo fundacional el de Marco.

Fue profesor de Historia del Arte en Instituto Nacional Superior de Artes (INSA) de General Roca donde a fines de los 80 fue designado rector.

En 1989, Marco dejó la Argentina y con él, su esposa Clara y sus cuatro hijos, Andrea, Fernando, Gabriela y Soledad. De Cipolletti al sur de Italia, a Monte Cassino, en busca de nuevos proyectos en la tierra de sus ancestros. Primero en el sur y luego en Castel Gandolfo, cerquita de Roma.

En Italia, entre otras cosas, trabajó como administrador del Festival de Música y Cultura Latinoamericana que cada verano se realiza en el Hipódromo de Cappanalle.

De pibe en Buenos Aires a Marco le decían “El Tano”, en Italia fue más argentino que nunca.

En 2007 empezó a volver, a construir su casa en la costa rionegrina. Dos años más tarde, siempre con Clara, completó el regreso.

Poco y nada tardó en afincarse en su casa del golfo San Matías. Más amigos, más proyectos, otros sueños.

“Se me fue un amigo con el que me separaban 34 años pero con el que tenía un montón de cosas en común, el gusto por el buen fútbol, la política, la buena comida, la buena gente, la confianza ciega, las charlas de jardín, las charlas en la calle mientras nos cerraban los negocios. Adiós amigo de los consejos y de las anécdotas, te estoy extrañando”, escribió David Terrizzano en su Facebook.

Amó su lugar junto al mar. Ahí se puede estar lejos de todo pero muy cerca de uno mismo, solía decir.

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