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Primer triple crimen de Cipolletti: el silencio de Kielmasz

Es el único que puede revelar todo lo que ocurrió. ¿Quiénes más estuvieron involucrados? ¿Quiénes son los famosos hijos del poder? ¿Fue un crimen por error o un ataque en manada?

La peor mentira que podría decirse es que todas esas preguntas tienen respuesta. El triple crimen es un abismo sombrío. También es cierto que Claudio Kielmasz, condenado como coautor de secuestro, sabe mucho más, pero su silencio es casi un calco del que guarda Nicolás Rinaldi sobre el crimen de Alejandra Zarza en Neuquén.

Paseo mortal

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En la primera entrega de esta historia, contamos todo lo ocurrido entre el 9 y 11 de noviembre de 1997. El domingo 9 a las 19:10, Emilia (24) y Paula González (17) salieron en el Renault 9 de su padre y, tras buscar a Verónica Villar (22), fueron hasta la calle Jujuy del barrio Magister para buscar a otra amiga, Alejandra Meraviglia, que habló en exclusiva con LMN.

Como Alejandra no estaba, dejaron el auto ahí y realizaron su tradicional caminata dominguera. Tomaron por Avenida Circunvalación y doblaron por calle San Luis en dirección a Ferri. Una testigo vio que pasaron por Pollolín, por lo que se supone que fueron hasta la ermita de Ceferino.

El último que las vio fue un peón rural cuando las secuestraban en calle San Luis sobre la mano que va a Ferri, a unos 50 o 60 metros de Circunvalación, a la altura de un secadero. Las subieron a un Ford Taunus verde destartalado a punta de pistola y cuchillo, luego desaparecieron por Circunvalación en dirección a la Ruta 151.

La noche del 9 de noviembre, las familias de las víctimas no sabían todos esos detalles y la Policía les dijo que tenían que esperar 48 horas para radicar la denuncia por la desaparición. Así, los padres de las chicas junto con familiares y amigos decidieron organizarse e iniciaron la búsqueda por su cuenta.

El lunes 10, se difundió la desaparición por la radio local y eran decenas de vecinos que participaban en la búsqueda, por eso la Policía se vio obligada a intervenir.

El martes 11 a las 9:30, un vecino del barrio Magister salió con su perra a caminar y a buscar a las chicas por las vías. Fue el animal el que encontró sus cuerpos enterrados en Los Olivillos, a la vera de las vías del ferrocarril Roca, a unos 600 metros de Circunvalación y a 200 de calle San Luis.

Desde un primer momento, la Policía hizo todo mal: permitió que se contaminara la escena del crimen, hubo detenciones ilegales y pululó la versión de que estaban involucrados “hijos del poder”. Si lo estuvieron, el encubrimiento fue muy efectivo, porque hasta el día de hoy nunca nadie brindó un nombre y apellido, algo por lo menos llamativo.

En medio del desquicio, apareció Claudio Kielmasz con relatos, fábulas y algunas verdades mínimas.

En el triple crimen hay muchas preguntas, y ciertas conjeturas buscan darle sentido al macabro final de las chicas, que dejó a Cipolletti con sus calles vacías durante semanas. El viento permitía escuchar el denso susurrar de todos los vecinos, un temor generalizado flotaba en el ambiente, hasta que las marchas ganaron la calle en reclamo de justicia, algo que nunca llegó.

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El Taunus verde

Si hubo un auto involucrado en un secuestro, ¿por qué nunca lo pudieron encontrar?

El Ford Taunus verde destartalado que secuestró a las chicas fue puesto en escena por primera vez por Huirmán Llocón, un peón de chacra que fue testigo del secuestro.

Esa tarde, otros testigos también observaron un Taunus verde. Uno de ellos contó que en calle Dos Esquinas y continuación de Esmeralda, la noche del domingo 9, vio, alrededor de las 2 de la madrugada, un vehículo oscuro, posiblemente verde, que identifica como un Ford, sin poder determinar si era un Falcon o un Taunus, que estaba a unos 80 o 90 metros de su casa. En el interior de dicho vehículo había personas que discutían y, cuando él se acercó al portón, el auto partió a gran velocidad, con las luces apagadas, en dirección a calle Esmeralda.

A este testigo no solo le hicieron sugerencias de mantenerse callado a los pocos días del triple crimen, sino que en abril de 1998 una noche, a las 3 de la madrugada, una camioneta blanca con cinco o seis tipos pasó despacio, dándole tiempo al testigo para asomarse y que entendiera el mensaje de que lo estaban vigilando.

A la noche siguiente, a las 4, volvió la camioneta y, cuando él se asomó a la ventana, le efectuaron tres o cuatro disparos, según consta en la denuncia.

Luego comenzaron a surgir relatos de vecinos que daban cuenta de quiénes tenían un Ford Taunus verde. Es decir que la Policía recibió información, pero mucho no hizo.

Entre ellos surgió Héctor Montecino. Luego, González Pino fue el que aportó el dato de que los lunes, cuando se juntaban a jugar al fútbol, el Pulpa Tillería solía ir con Jaime Ormeño en un auto de esas características, pero que el lunes 10 de noviembre de 1997 fue en otro vehículo con Jorge Reyes.

A Tillería lo imputaron en el triple crimen, pero como contó que estaba totalmente borracho, no sabe si utilizaron su auto o no y tampoco sabe si lo llevaron a algún lugar. Después fue desvinculado.

Para los jueces, “no se puede descartar la posibilidad de que esa tarde circularan en la zona más de un Taunus verde, ni se puede sostener con certeza absoluta que en el secuestro de las víctimas intervinieron individuos que se movilizaban en un automóvil Taunus verde; no obstante, en razón de los testimonios reseñados, existe una buena probabilidad de que los autores hayan utilizado un automóvil de esas características”.

Un papelón es que no hayan secuestrado estos autos y requisado en busca de rastros biológicos clave para la investigación.

El bar del infierno

Ninguno de los personajes que se mencionan en torno al Ford Taunus verde era un hijo del poder, aunque no se descarta que hayan tenido relaciones con el poder ya que cada uno se manejaba en distintas ramas del delito.

En el barrio Anahi Mapu, existía el Bar Viena, cuyo propietario lo abrió allá por 1995. Se trataba de un pequeño local de sillas chuecas y mesas cluecas, donde el alcohol se vendía a rabiar.

Al lugar acudían los vecinos de la zona, como el Guillermo “Gordo” González Pino, Claudio Kielmasz, los hermanos Marcelo y Víctor Arratia, José María “Orry” Fernández, el Pulpa Tillería y Héctor Montecino, entre otros.

Digamos que los parroquianos que tenía el Viena eran gente non sancta.

Los hampones cipoleños, entre cervezas, fernet y maníes, siempre hacían un negocio, cerraban un acuerdo o arreglaban un reviente.

Además, esa mesa era ideal para conseguir todo lo necesario para cometer un delito, desde armas hasta vehículos robados y gente para salir de caño o meter droga en la región. Esa mesa era la más clueca, desde ahí se manejaba el delito en los bajos fondos cipoleños.

Pero la Policía no desconocía dicho lugar de encuentro ni a sus personajes, sino que muchas veces era parte de la mesa chica.

Algunas veces, caía un desconocido y los muchachos del hampa a la legua le sacaban la ficha de que era cana. En esos casos, el Gordo González Pino, que supo ser mucho tiempo buche de la Policía, se apartaba de la mesa, charlaba unos minutos y luego retornaba a su silla.

También es cierto que había otros, de rango, que estaban metidos en algunas movidas ilegales. Su participación se pagaba a sobre cerrado.

Ahí se negociaban un puesto de control en otro punto de la ciudad porque venía un reviente o un cargamento de droga, y también se batían datos para sacar de juego a algún delincuente que quería hacer pie en Cipo.

Esa era una caja negra que manejaban algunos canas.

El mayor problema en el Viena no eran los negocios oscuros que cualquier borracho advertía, sino cuando sus parroquianos se pasaban de vuelta con el alcohol y las drogas. Ahí resurgían problemas de vieja data y terminaban a las trompadas. Cada tanto aparecía un cuchillo o un arma de fuego.

Esas escenas de películas del viejo oeste obligaban al dueño a bajar la persiana y la troupe de delincuentes se mudaba al pool Luna, otro antro donde las yuntas no eran las mejores.

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Los distintos motivos

El crimen de las chicas por error. Esa fue la hipótesis que llevó el fiscal Álvaro Meynet a juicio y en la que embarcó a las familias de las víctimas.

En verdad, una vez relevada la vida de los González y Villar, no había motivo alguno para creer que se trataba de un ajuste de cuentas contra ellos, por eso es que prosperó tanto el crimen por error.

Lo que incluso está dentro del expediente residual del triple crimen, que duerme desde 2009 en Nación, es que mandaron a matar a tres chicas que ejercían la prostitución y comercializaban droga. Se habría tratado de un apriete para que hablaran, pero se les fue la mano. Lo cierto es que se equivocaron de chicas.

Otra teoría sostiene que fue un mensaje de los narcos a los policías que habían realizado un allanamiento días atrás y secuestrado droga con la que se quedaron. Entonces, les tiraron tres muertes para embarrarles la cancha.

Pero en el medio de todas estas teorías, los jueces hicieron una observación y hablaron del “no plan”.

“Es raro que los autores incurrieran en semejante confusión, no condice con una planificación la carencia de elementos que facilitaran la reducción de las víctimas (tuvieron que usar los propios cordones de ellas para atarlas y el corpiño para amordazarla), emplearon un arma de fuego de escaso poder vulnerante. No tiene sentido que alguien cobrara por una tarea en la que había fracasado”, resumen los jueces, ya que González Pino el 10 recibió un sobre con dinero y siempre se sospechó que fue él quien puso el vehículo para trasladar los cadáveres desde la tapera de la chacra de Feruglio hasta Los Olivillos la madrugada del martes.

Los magistrados agregaron: “Es cierto que, tal vez, el plan original pudo haberse reducido a lo que en la jerga se denomina un simple ‘apriete’, lo que justificaría que los autores no hayan ido mejor preparados, y que luego, por determinados motivos, se haya derivado en un accionar no previsto, con consecuencias que no habían entrado en aquella posible planificación. Pero, ante la falta de pruebas suficientes, tampoco esta hipótesis supera el nivel conjetural”.

Entonces es cuando se cae en la posibilidad de un ataque en manada: “Estos hechos habrían obedecido al accionar sádico y lujurioso de un grupo de inadaptados sociales, no necesariamente todos ellos ‘marginales’, que exacerbados por el consumo de alcohol y/o sustancias estupefacientes, agredieron a las víctimas, azarosamente interceptadas, por siniestra diversión y para satisfacer de esa manera violenta y escalofriante sus bajos instintos. No puede descartarse de manera fehaciente otras motivaciones, ni la posibilidad esgrimida durante el debate de que pueda haber tenido alguna participación algún funcionario policial, pero, por supuesto, para afirmar tales conclusiones, es necesario probarlas, lo que en este juicio no ha acontecido”.

Y el tribunal concluyó en forma categórica, poniendo en evidencia la pésima investigación policía y judicial: “No ha podido determinarse de manera fehaciente cuál fue el motivo de la agresión a las víctimas; ni siquiera se sabe a ciencia cierta cuántas personas tuvieron realmente participación en los hechos; tampoco se pudo determinar con certeza si las chicas habían sido seleccionadas previamente, o si las acciones respondían a un plan acordado con antelación, con víctimas seleccionadas o no, o si, por el contrario, como aparenta, fueron víctimas circunstanciales de un accionar espontáneo que culminó con un desborde macabro”.

Ataque a los peones

Pero volvamos a los momentos iniciales de la investigación, donde la Policía tenía tres cadáveres, una sociedad marchando y el poder político presionando. En esas circunstancias, sonó el teléfono en una dependencia policial.

En la supuesta denuncia telefónica anónima que recibió la Policía, les dijeron que los autores eran dos marginales del barrio Los Hornos, Hilario Sepúlveda y su vecino Horacio Huenchumir. No se tomaron el tiempo de chequear absolutamente nada. Directamente armaron un grupo y salieron a la caza.

A Los Hornos la Policía llegó a los tiros y Sepúlveda se defendió. Tras las detenciones de ambos peones, un superior hizo pasar el incidente como una resistencia a la autoridad.

Carlos “el Viejo” Aravena, un hombre de 60 años agobiado por el alcohol y que iba de Los Hornos al basural buscando la vida, presenció la ilegal detención policial y contó que casi matan a Sepúlveda.

En el expediente figura que un oficial de alto rango le dijo a un agente tras las detenciones: “Si los matábamos, resolvíamos el caso”. Esto lo declaró el policía, por lo que se inició una investigación interna que nadie sabe cómo terminó.

Al pobre de Aravena, haber pateado en contra de la rionegrina y desbaratado la versión de que el triple crimen lo cometieron estos dos marginales, le salió caro. Los peones fueron liberados días después, pero al Viejo su testimonio le costaría la vida.

A fines julio de 1998, después de tomar unas copas con dos amigos, se fue para su casa, pero no llegó. En el trayecto le salieron al paso y apareció muerto en un camino que lleva al basural de Cipolletti. El cuerpo estaba mutilado, le faltaban la cabeza y un brazo.

A fines de octubre de 1999, la cabeza de Aravena apareció en el paraje El Treinta. Estaba al costado del camino y daba la sensación que la habían dejado en el lugar para que fuera encontrada.

El crimen del Viejo nunca se resolvió, y si bien se detuvo en un primer momento a sus compañeros de copas, luego los soltaron porque no tenían nada que ver.

Muertes colaterales

El descuartizamiento de Aravena, en julio de 1998, no fue la única muerte asociada a la investigación del triple crimen. Luego, apareció asesinada una prostituta que presuntamente manejaba los nombres de todos los que participaron del salvaje ataque sexual, asesinato y descarte de los cuerpos de las jóvenes cipoleñas. En esa causa tampoco se avanzó en el esclarecimiento.

Finalmente, previo al juicio que se realizó en mayo de 2001, hubo otro testigo que murió. Fue Huirmán Llocón el que observó el secuestro. Era un testimonio clave, pero no llegó a brindarlo. El 18 de enero de ese año, a la 1 de la madrugada, Llocón fue atropellado sobre la Ruta Nacional 22 a la altura del ingreso al barrio Manzanar. Se explicó que iba en bicicleta borracho y un utilitario lo arrolló, pero el conductor paró y dio aviso a las autoridades. El testigo murió en el hospital.

Todas estas muertes también son parte de las preguntas que nunca se respondieron. Tal vez, esos testigos podrían haber aportado algo de claridad, pero como eran vidas marginales (un peón, un borracho y una prostituta), la Justicia rionegrina les restó importancia.

No obstante, los jueces, que no eran ingenuos tampoco, en la sentencia dejaron un par de párrafos para la corrupta Policía rionegrina. “Estos graves crímenes que nos convocan han sacado a la luz presuntas irregularidades y acciones ilícitas de algunos efectivos policiales y, también, su eventual conexión con estos homicidios. Es alarmante que tantas sospechas, rumores alcanzaran a tantos funcionarios de la institución policial, sin una clara respuesta oficial de la fuerza para mantener el prestigio y la confiabilidad”, advirtieron los jueces. La Policía hizo silencio de radio.

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Aparece Kielmasz

En la lógica del criminal hay tres puntos clave: concretar el hecho, no ser visto y no ser detenido.

Claudio Kielmasz podría haber pasado inadvertido con solo hacer silencio y no buscar el protagonismo que finalmente lo traicionó: su ego.

Vale recordar que en esa época no había tecnología para obtener mayor información que la que aportaban testigos y en el triple crimen, tal como lo dijeron los jueces, todo era relativo y había muchas conjeturas.

En la actualidad, se puede ubicar con cámaras a personas y vehículos en las inmediaciones, por antenas a celulares activos en dicha zona.

Pero en aquel entonces había que patear puesto por puesto, tapera por tapera y tener un par de policías con buena pericia y buches que alimentaran la investigación con cualquier dato que sugiera del mundillo criminal.

“Río porque soy inocente, porque tengo la conciencia tranquila. Yo no estaría condenado si me hubiera callado la boca. Las familias de las chicas ni pueden decir que se hizo justicia”, dijo Kielmasz en 2003 al prestigioso periodista Ricardo “Patán” Ragendorfer.

Y Kielmasz no mintió ni miente cuando sostiene eso, pero tampoco dice toda la verdad, porque tras participar en marchas reclamando justicia por el triple crimen comenzó a acercarse a la familia González y luego hizo toda una puesta en escena para hacer aparecer el arma homicida, según él, porque pretendía cobrar los 50 mil pesos que ofrecían de recompensa por información que ayudara al esclarecimiento del caso.

Las versiones que dio Kielmasz a la Policía fueron propias de un dramaturgo trasnochado que ficciona con algún que otro elemento de la realidad. Pero relato a relato, surgían contradicciones y él se ponía cada vez más en escena. Por eso fue imputado en el triple crimen y el arma le determinó el destino.

Las invenciones de Kielmasz

Primero negó su participación y vinculó a su medio hermano Miguel Alberto Torres y a los Arratia, asegurando que ese 9 de noviembre le pidieron prestado el revólver Bagual calibre 22, propiedad de su madre, para ir a tirar al paraje El Treinta. En el camino decidieron robarles a unas chicas, pero como lo único que tenían era un reloj Interlagos, quisieron manosearlas. Una le pegó un puñetazo a uno de ellos y gritó, y ahí les disparó a dos de las chicas y otro a cuchillo mató a la tercera.

Kielmasz afirmó que fue en la bicicleta para ver si era verdad lo que le habían dicho y vio los cuerpos semienterrados en Los Olivillos.

Cuando Arratia le devolvió el arma, la llevó a su trabajó, el corralón Yacopino, donde le limó la numeración.

Esa historia le contó a Ulises González y le dijo de ir el fin de semana siguiente, principios de diciembre, hasta el paraje Santa Marta donde en las inmediaciones vivía el peón Hilario Sepúlveda.

Kielmasz le sacó las cachas al Bagual y lo plantó en el interior de un neumático que estaba en un canal de riego.

Así fue como apareció el arma homicida, a la que luego se le hizo un revenido químico por el cual se puedo obtener parte de la numeración y cayeron en la cuenta de que estaba inscripta a nombre de la madre de Kielmasz, quien lamentó no saber que existía ese procedimiento para recuperar la numeración.

Pero antes que de que se peritara y descubriera la propiedad del arma, Kielmasz continúo pidiendo declarar.

En otra de sus versiones aseguró que había visto pasar una camioneta de la Policía que descargó los cadáveres en Los Olivillos y luego guardó las palas en la caja del móvil.

Luego contó que en verdad los Arratia lo habían invitado a ir de caño, pero él solo sería campana para vigilar mientras robaban en una casa abandonada. Aparecieron las chicas de casualidad. Él vio que las sacaron golpeadas del lugar, después una se dio vuelta y le dijo a Marcelo Arratia: “Maricón, te vi la cara”. Acto seguido, Arratia le disparó y todo derivó en la historia que se conoce y que termina en Los Olivillos.

Otra versión que aportó Kielmasz, el 24 de agosto de 1998, involucró y generó todo un halo de sospecha sobre la familia Yacopino. Contó que los mellizos Claudio y Fernando, a los que conocía desde 1996, estaban en la venta de drogas en la región y aprovechaban la actividad de reparto de los camiones para distribuirla. En esta versión incluyó al dueño del boliche Faunos y dijo que el capo narco era don Francisco Yacopino y que contaba con el apoyo de los policías Seguel, Raylén, Yañez y Baldebenito, que eran a los que tenían que recurrir en caso de que surgiera algún inconveniente.

En medio de esa narcohistoria, detalló que el 9 de noviembre de 1997 se había reunido toda la banda en la chacra de Dubrei, incluidos los policías, porque habría una entrega importante que iban a recibir en Cipolletti.

Las chicas aparecieron por la zona, observaron ciertas maniobras y por eso las terminaron ejecutando. Kielmasz dijo que él justo había ido a llevar a su esposa a lo de su suegra y que cuando le contaron fue hasta Los Olivillos a comprobarlo.

En casi todas las historias, aparecen el Bagual y Kielmasz. Su cercanía con el hecho y su arribo a Los Olivillos para comprobar las muertes.

Esto permitió a los jueces afirmar tajantemente en su sentencia: “Tampoco existen dudas de que Kielmasz estuvo presente durante, por lo menos, una parte de la consumación de los hechos, pues él mismo lo admitió, aunque intentando desdibujar y desvinculase del accionar de los autores”.

Y luego agregaron: “Aunque no se pueda afirmar que fuera Kielmasz quien jaló el gatillo, todos los indicios reseñados muestran que, evidentemente, él suministró el arma homicida”.

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El psicópata espera la libertad

Las pericias psiquiátricas y psicológicas que se requirieron de Kielmasz arrojaron que “presenta una personalidad inmadura con rasgos psicopaticos, sus facultades mentales encuadran dentro de la normalidad, sin que se detecten tendencias a la fabulacion ni a la mitomania, y pudo comprender la criminalidad de sus actos y dirigir sus acciones en el momento del hecho”.

A esto, el servicio criminológico de la U9 de Neuquén afirmó: “La identidad sexual de Kielmasz evidencia daños que parecen remitirse a etapas tempranas, debido tal vez a experiencias infantiles pasivas de alta repercusión emocional, lo que genera la aparición de sentimientos cargados de sadismo y contenidos persecutorios. Presenta una personalidad de base perversa, con mecanismos propios de la misma”.

“El perverso puede tener un nivel mental de cualquier grado, es agresivo, cruel, homicida, incendiario, violador, destructivo y cobarde, produciendo un mal indiscriminado. Bien puede estimarse que el marco indiciario que compromete a Kielmasz no está muy alejado de esta descripción de su personalidad”, resumieron los magistrados.

El 5 de julio de 2001, la Cámara Segunda de General Roca condenó a Claudio Kielmasz, en ese entonces de 44 años, como partícipe necesario del secuestro de las tres jóvenes.

En los distintos pedidos que ha realizado durante su estancia tras las rejas, los informes le han dado negativo, y si bien desde agosto de 2017 está en condiciones de acceder a las salidas transitorias, los informes psicológicos le son esquivos.

El último intento lo realizó en agosto del año pasado y ofreció la casa de una sobrina en Neuquén para dicha salida.

En la audiencia realizada por videoconferencia con la Justicia rionegrina, se dio cuenta de que estaba asistiendo a educación, taller de biblioteca y yoga. Cursa taller de soldador básico y un dato muy significativo: “No observan crisis que ponga en riesgo su integridad física ni la de terceros”.

No obstante, los informes son negativos. A entender de los psicólogos, “presenta riesgos criminológicos y a la reinserción social la ve como desfavorable”.

Kielmasz no se quedó callado esta vez y dijo en la audiencia: “No se puede cumplir un programa de tratamiento psicológico si no me lo dan. La última vez que vi a la psicóloga fue el 14 de junio de 2021 y la charla no duró más de 5 minutos. En esta unidad (la cárcel Federal de Senillosa) el jefe de psicología me manifestó que nunca tendré un positivo mientras esté en esa unidad. Ya realicé la denuncia en el Juzgado Federal”, explicó.

Además, admitió: “Yo ya he dicho que participé en el hecho, pero no maté a las jóvenes, solo presté el arma con la que fueron asesinadas. Estoy arrepentido, deseo salir, yo ya no soy la misma persona que hace 23 años”. En ese momento, tras un cuarto intermedio, escuchó como le denegaban nuevamente las salidas transitorias.

Pero Kielmasz no debe olvidar sus propias palabras: “Sé que parezco siniestro y que no tengo sentimientos. Pero, ¿qué es lo que puedo hacer? Es lo que soy”.

Ahora, solo decir toda la verdad y dar los nombres de los que participaron del triple crimen sería una buena forma de demostrar que no es la misma persona que hace 24 años fue a parar tras las rejas. Además, de esa forma permitirá que la causa residual, que está freezada desde 2009, pueda volver a movilizarse para que haya justicia.

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