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La dama de las escarapelas que presta su oído a la gente

Ana María Abdala vende sus elaboraciones artesanales con las calles de Cipolletti. Además de deslumbrar por su elegancia tiene la virtud de escuchar. Dice que hay mucha tristeza y aumenta en las fiestas.

Siempre elegante y con modales amables, deslumbra. Imposible pasar desapercibida. Menos aún cuando mira con sus ojos profundamente azules para ofrecer las escarapelas que ella misma confecciona de manera artesanal, una labor que adoptó más por la necesidad de mantenerse activa.

“Tengo que caminar porque se me hinchan los pies”, afirma Ana María Abdala, a quien es habitual verla recorrer las calles céntricas con un muestrario de telgopor donde lucen sus distintivos celeste y blanco y también coloridos chuflos para el pelo.

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Nació hace 81 años en Coronel Dorrego, en el sur de la provincia de Buenos Aires, pero desde hace 50 que vive en Cipolletti, a donde llegó con su esposo y su hijo Marcelo en busca de mejores posibilidades, ya que allá el trabajo era escaso y la pobreza se sentía. Y aquí se afincaron para siempre. Su esposo pudo desarrollar su profesión de soldador eléctrico, lo que posibilitó que la familia llevara una vida con la certidumbre de contar con seguridad laboral, mientras veían crecer a Marcelo.

"Jugó al básquet en el Club Cipolletti", resalta con satisfacción.

Su arraigo por la ciudad se hizo muy fuerte. Fue testigo del crecimiento y los vaivenes de su historia.

“Amo este pueblo, me dio mucho y lo he visto crecer”, destacó Ana María, aunque aclara que tiene su corazón compartido con Dorrego.

La afabilidad de sus modos le permite entablar fácilmente conversaciones con quién le ofrece sus obras artesanales, que aprendió a confeccionar en un taller de muñequería. Reconoce que tiene la virtud de escuchar y percibir estados de ánimo.

“La gente está muy preocupada por la situación económica. La plata no alcanza para nada, y más en estas épocas de fiesta parece que aumenta la tristeza”, sostiene como un sombrío diagnóstico.

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Ella no es ajena a las dificultades, pero las enfrenta con optimismo, como cuando hace medio siglo arribó al Alto Valle y para colaborar con el sustento familiar, y comenzó a cocinar empanadas y tortas que salía a vender en bancos y oficinas públicas. También tuvo un paso por el desaparecido Banco Provincia de Río Negro, donde trabajó de cafetera y en las oficinas de Hidronor que ahora ocupa el municipio. Allí recibió un obsequio especial que contempla todos los días: una palmera que plantó en el frente de su casa y que hoy es uno de sus orgullos.

Un costado de su vida que resalta lo ocupa la música. Ama cantar y lo hace en el Coral Canto Esperanza que dirige Julián García.

También baila danzas árabes por herencia de su padre, quien llegó Siria escapando de la Primera Guerra Mundial, alrededor de 1.915.

“Son dos cosas que me generan mucha satisfacción. Transmitir alegría me levanta”, enfatiza. Reveló que está expectante por una posibilidad de convertirse en cantante solista.

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Una reina

Sonríe con un dejo de vergüenza y algo de rubor. Pero lo cuenta. Hace poco fue elegida reina en Merlo, San Luis. Fue en julio, cuando viajó con el Centro de Jubilados Huanguelen a un encuentro de la Tercera Edad.

Pero además antes, en 2014, en su Dorrego natal, fue declarada mujer del año por su participación en la colectividad turca.

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