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Gloria volvió a vivir abajo del puente junto a su perra

Sufrió el sospechoso incendio de su casilla en la toma 10 de Febrero.

Guadalupe Maqueda

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Gloria volvió a vivir debajo de los puentes carreteros con mucho menos de lo que ya tenía y la sola compañía de su perra fiel, Camila. Su estadía en la toma 10 de Febrero fue muy corta, y no porque se haya querido ir de ahí, como lo hizo de otros lugares que le habían alquilado desde el Estado.

La casilla prefabricada que un grupo de vecinos y amigos de la radio Puerto Argentino le construyó en abril pasado para que pueda guarecerse de los primeros fríos junto a su perra Camila, no pudo contra el fuego.

Ella dijo que la corrieron algunos vecinos, que ellos prendieron fuego su casa para que se fuera de ahí. “Me sacaron todas mis cosas afuera y se afanaron la batidora con la que hacía tortas y la balanza pequeña que tenía para pesar la harina”, contó.

Los puentes carreteros son el reparo y la sombra, ahora que pega fuerte el sol, y donde más segura se encuentra. Al menos de allí parece que no la van a correr los vecinos y nadie la molesta ni la amenaza.

Calle: Gloria está acostumbrada a no tener un techo e ingeniárselas para vivir.

Sin embargo, cuando entra en confianza, abre su corazón y admite que no es un lugar donde quisiera quedarse para siempre. “Si me consiguen un terreno yo me voy, un lugar donde pueda tener una casita”, aseveró la mujer que lleva puesto su único par de zapatillas.

“Si me consiguen un terreno yo me voy, un lugar donde pueda tener una casita. La casilla en la que vivía me la quemaron y ahora se metió una pareja”. “Acá (abajo del puente) estaré hasta que me consigan un terreno. Lo que necesito, por ahora, es una cocina a leña. Con eso me quedo tranqui”. Gloria. La mujer que volvió a vivir abajo del puente

Mientras tanto, amontona sus cosas sobre uno de los pilares e improvisa con una sábana y algunos palos de escoba lo que será el abrigo por las noches sobre una cama derruida. Es la cobija que logró recuperar del incendio, junto a una heladera que estuvo muy cerca de las llamas y otros bártulos que acopia en un carrito de supermercado.

De la casilla que se prendió fuego no supo mucho más, salvo que allí vive ahora una pareja. “Ellos la quemaron y se metieron por acomodo de la toma 10 de Febrero”, apuntó la mujer.

Recordó que el incidente ocurrió el lunes de la semana pasada, cuando ella se fue a tomar unos mates a la casa de una vecina y luego se dirigió hasta el hospital Bouquet Roldán para hacerse unos estudios. Cuando volvió a su hogar -contó- se encontró con todas sus pertenencias afuera y la casa quemada por partes.

“Era peligroso que me quedara, me tenían amenazada. Querían que me fuera y me fui”, relató. Otro vecino le tendió la mano para llevarla al puente, junto con lo poco que le quedó. “Acá estaré hasta que me consigan un terreno”, reiteró.

A los ojos de otras personas, duele verla vivir en la pobreza más indigna. Pero ella invita a pasar y charlar un poco. De a ratos acomoda sus cosas, sonríe y no se hace tanto problema. Será que conoce la calle desde que tiene 11 años y escapó de situaciones más horribles, de un padre que la golpeaba con una cadena y abusaba de ella.

Eso sí, le amarga saber que en el incendio perdió las remeras que le había regalado la doctora Lorena Rúa, su “mamá del corazón”, como la llama, quien la atiende en el hospital neuquino.

Se amarga de nuevo cuando recuerda que perdió una bolsa con alimentos y no tiene qué comer, y su perra Camila, tendida en un mugroso colchón, trata de morder dos tiras de pan duro. Entonces, se prepara para salir a vender estampitas y así juntar una moneda hasta cobrar la pensión que recibe del Estado.

A la toma 10 de Febrero no puede volver, porque, según dijo, “no la aceptan”. Así que tendrá que ser en otro sitio, donde se sienta bien y segura, o permanecer debajo de los puentes. Y en un gesto que supera la modestia de los empobrecidos, pidió una sola cosa: una cocina a leña. “Con eso me quedo tranqui”, confesó, como si nada más le faltara.

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