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El linyera más conocido de la ciudad quiere un cambio

Benedicto modificó su look y ahora dice que desea vivir en una casa.

Por Guadalupe Maqueda
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Se cortó el pelo, ya no tiene barba y aceptó ropa limpia. Después de 27 años de vivir como un linyera, Benedicto Jeremías "Beno" Alarcón (50) le dijo a su familia que quiere cambiar y dormir bajo el reparo de una casa. Es la primera vez que lo manifiesta y su hermana Haydeé (42) se aferra a ese hilo de esperanza, ella, los otros seis hermanos que tiene Benedicto y la ciudad que lo incorporó a su rutina diaria.

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Por eso, se ilusiona el mozo que le sirvió un café doble frente a la plaza San Martín y le acercó el diario alguna vez. El vecino que lo cruzó en la calle, con su clásica campera naranja. También, el cliente que le pagó media docena de empanadas en una conocida parrilla de la calle Miguel Muñoz o le regaló alguna prenda de vestir. El muchacho que se lo llevó a su casa para que se dé un baño y el transeúnte que lo vio bailar sobre la vereda de una popular disquería sobre la calle Roca (ver aparte).

Beno, como le dice su familia, es un hombre que tiene sus paradas habituales en la calle, sigue horarios y un itinerario en su peregrinar callejero, que difícilmente abandone del todo y para siempre. Pero puede que deje de dormir entre el pasto, y reconciliarse con el abrigo de un techo, si la casa aparece y eso que su círculo más cercano lo toma como una señal de cambio se consolida en el tiempo.

"De un día para otro no podemos sacarlo de la calle. Es difícil y lleva tiempo, pero estamos ilusionados. Es la primera vez que nos dice que quiere cambiar. Salió de él y es ahora que hay que actuar". "Si alguien sabe o tiene una piecita en una chacra donde pueda dormir, sería de muchísima ayuda". Haydeé Alarcón. Hermana de Benedicto.

La imagen de Benedicto con su larga barba, su pelo enmarañado y su tradicional campera naranja quizás ya no vuelva a formar parte del paisaje citadino de Cipolletti.

La última vez que Benedicto permaneció un tiempo en familia fue hace 10 años, y no soportó la convivencia. Volvió a la calle, como lo hizo a los 18 años, cuando comenzó a drogarse con Poxi-ran y se escapó de su hogar. De las drogas pudo recuperarse, pero ya no pudo conseguir un trabajo estable ni una casa donde guarecerse.

Nunca perdieron el contacto, pero las veces que Beno volvió al hogar familiar se sintió atrapado, y así no tardó demasiado en abandonarlo.

"Si fuera por mí, me lo llevaría a mi casa. Pero Beno no es una cosa que yo pueda llevar y traer. Él va y viene, comparte una cena, un almuerzo, pero no quiere vivir con nosotros, y tenemos que respetar su decisión. Quiere vivir en una chacra, solo, tener su propio espacio", comentó Haydeé.
Son 27 años esperando que vuelva, y la sola posibilidad de que Beno quiera vivir al calor de un hogar ya es un logro para su familia. "En la calle va a seguir, pero si al menos tiene un techo, podrá ver que existe otra vida. Soy consciente de que puede volver a fallar, pero como familia vamos a intentarlo", concluyó la hermana.

Supo ganarse el afecto de los vecinos

La noticia del cambio de Benedicto se viralizó ayer rápidamente por las redes sociales y los vecinos que lo conocen desde hace muchos años se mostraron asombrados con el nuevo aspecto y la decisión que tomó. "Ojalá que no lo veamos más en ese estado, y si lo volvemos a ver que sea para bien", expresó Marcelo, empleado de la parrilla Los Asadores, de calle Muñoz, una de las paradas habituales que frecuenta Benedicto, donde lo llaman Willy, en alusión a la película El náufrago. Desde el viernes que no lo ven, ni lo vieron pasar por Plaza Var que suele visitar por un café doble, hasta dos veces al día. "Seguramente, ya se dará una vuelta, pero va a ser difícil reconocerlo", advirtió Gabriel, el encargado. Dicen que nunca lo vieron durmiendo por ahí, tirado, ni alcoholizado, y destacaron que es "sumamente respetuoso" con todos.

Las clásicas paradas de Beno, un personaje urbano de Cipolletti


No hay cipoleño que no lo haya visto fuera de la rotisería Los Asadores o moviéndose al ritmo de alguna canción que sonaba en la disquería Música Total.

Cerca del mediodía, Benedicto se para fuera de la rotisería de calle Miguel Muñoz, entre San Martín y Roca, y desde ahí observa el fragor de la parrilla, la gente que pasa por la calle, el ir y venir de los clientes. Se para y espera la comida que le paga algún vecino que entra a comprar.

"La gente ya está acostumbrada a verlo y no molesta para nada", dijo Marcelo, un empleado de la parrilla Los Asadores. Y su compañera Jéssica agregó: "Que no se pare nadie en su lugar, porque te queda mirando fijo. No le gusta".

Su presencia es tan puntual que las veces que se demoraron un poco en abrir el local, Benito empezó a golpear las manos.

Ya desde el viernes pasado que no lo ven darse una vuelta por el local. Tampoco en la confitería Plaza Var de calle Roca, a donde acostumbra ir después de las 14 e incluso por las noches, para tomarse un café doble, con cinco sobres de azúcar, y un vaso grande de agua; y leer el diario. "Él siempre quiso pagar, pero nunca le cobramos", comentó Gabriel, el encargado.

Advirtió, además, que "se pone todo lo que le das y no se lo saca hasta que se le rompe" y añadió: "Por acá espera que la vereda esté vacía para sentarse afuera en una mesa, donde la gente siempre lo invita con algo".

Otra de sus paradas habituales es un descanso del banco Macro, desde donde observa el movimiento de la ciudad; y lo fue también la disquería Música Total de calle Roca, que cerró hace un mes.

Cuando cae la noche y tiene la panza llena, camina por Alem hasta el Parque Industrial y entre el pasto se pierde hasta el próximo día.

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