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LMCipolletti Historias de vida

Con más de 80 años, se juraron amor eterno

Emilia Carbone y Antonio Salas pasaron por el altar en una ceremonia junto al río.

Por Sofía Sandoval - [email protected]

Una lluvia de arroz cayó sobre sus cabezas antes de tiempo. "Todavía faltan los anillos", les dijo el pastor, pero Antonio y Emilia ya se habían unido en el beso previsto para el final de la ceremonia. Con 81 y 82 años, los abuelos optaron por no perder más tiempo y se casaron en un breve pero emotivo rito a orillas del Limay.

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Emilia Carbone y Antonio Salas ya llevan 13 años juntos, desde aquel día en que decidieron convivir bajo el mismo techo para batallar la soledad galopante que los atormentaba. Ayer, en el club Cepron, sellaron su vínculo con una boda sencilla en la que participaron algunos de sus hijos y los compañeros de club de la novia, que combate su artrosis con clases de natación.

Mientras los kayakistas surcaban las aguas mansas de ese brazo bajo del río, los novios se sentaron frente a un pequeño altar improvisado para recibir la bendición de tres pastores evangélicos, que los unieron en sagrado matrimonio. Tomados de la mano y con los ojos clavados en su futuro cónyuge, los nuevos esposos pronunciaron palabras tan sencillas como promisorias. "Yo te elijo para amarte y respetarte hasta el último día de mi vida", recitaron.

Ambos son viudos y tienen hijos. Hace 13 años se conocieron en Mar del Plata y, en apenas una semana, apostaron por la convivencia. "¿Qué es eso de que yo te paso a buscar y vos me pasás a buscar a mí?", le dijo Antonio a su novia a siete días de conocerse. La soledad no era amigable con ninguno de los dos, y los hijos de ambos aprobaron el vínculo con entusiasmo.

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Emilia sufre de una artrosis avanzada que no la deja ni cebar mate. "No puedo hacer nada porque me duelen mucho los brazos; tengo una chica que me cuida muy bien, pero el médico me dijo que tengo que hacer natación", sostuvo la mujer, que llegó al Cepron para flotar en el agua y combatir los dolores que la aquejan, sin sospechar que en esa pileta encontraría a sus mejores amigos.

Fueron ellos, junto con su profesor y la Secretaría de Deportes, los que organizaron la boda en el mismo club al que asisten casi a diario. En el evento convivían los familiares, ataviados con conjuntos elegantes, con el resto de los nadadores, que llegaron a la ceremonia con zapatillas y calzas de colores. Todos, sin embargo, se apiñaron frente al altar con una emoción compartida por ser testigos de la felicidad de los novios.

Después de la promesa, los anillos y los besos, llegó la última lluvia de arroz, que se enredó en el cuidado peinado de la novia, y una nueva tanda de aplausos que usaron los presentes para felicitarlos por su compromiso. "En una época en que todos se divorcian, ustedes son un mensaje de amor", les aseguró el pastor, mientras ellos lo observaban con las manos entrelazadas.

"Nosotros decimos que tenemos una juventud prolongada", aseguró a Emilia, que dejaba traslucir su histrionismo en cada comentario. "Pero el estado físico no nos acompaña", se lamentó. Ella venció a un cáncer, pero convive a diario con el dolor en las articulaciones. Él, en cambio, tiene un alzhéimer avanzado. Sin embargo, la unión parece hacerlos más fuertes. Desde que están juntos, acumularon un sinnúmero de recuerdos. Veranos de playa en Chapadmalal, vacaciones a San Luis, a la cordillera, a Iguazú. Cada momento compartido se les presenta como una aventura, y la próxima será en Villa Pehuenia.

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La soledad fue una aliada

Como Antonio es oriundo de Mar del Plata y las últimas amigas de Emilia ya fallecieron, las clases de natación en el club Cepron fueron el espacio ideal para que comenzaran a socializar.

En ese club, ubicado a orillas del río Limay, encontraron a un grupo de personas que los integraron con facilidad y se mostraron dispuestos a organizar la boda.

“Cuando pensamos en el lugar, les dijimos que tenía que ser acá en el club”, relataron los invitados mientras preparaban el asado al aire libre que compartirían después de la ceremonia. Desde la Secretaría de Deportes también les entregaron un voucher por una estadía en Villa Pehuenia, para que los flamantes novios disfruten de su luna de miel.

Al destino cordillerano partirá en breve el flamante matrimonio.

Viajar es un hábito frecuente de Emilia y Antonio, quienes aseguran que ya han visitado juntos varios puntos turísticos del país como la provincia de San Luis, Cataratas del Iguazú y las playas de Chapadmalal, en la costa bonaerense, durante los veranos.

Ahora, empieza una nueva historia para ambos.

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Historia repartida entre Neuquén y Mar del Plata

En 2005, Emilia Carbone perdió a su esposo y padre de sus tres hijos. La tristeza se apoderó de ella por completo y decidió abandonar Neuquén para despegarse de todos los escenarios que le recordaban su pérdida.

“Me fui a Mar del Plata porque me encanta, tenía recuerdos tan felices de ese lugar”, señaló.

Un domingo de lluvia, la mujer fue a pasear por el puerto y se encontró cara a cara con esa tristeza, que parecía haberla perseguido hasta alcanzarla a orillas del océano. “Vi a las mujeres con sus parejas y sus hijos, y me sentí muy sola”, recordó.

Al regresar a su casa, su vecina notó su semblante ensombrecido y le propuso asistir a un té canasta para sentir el calor que proveen las nuevas amistades.

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Fue en ese encuentro cuando sonó el timbre y apareció él: Antonio, un taxista y camionero jubilado que llevaba un gesto amable en el rostro y los zapatos muy limpios. “Me gustó apenas lo vi, eran tan amable, encantador y tan pulcro”, dijo Emilia entre risas.

Tras una primera cita en un café, Antonio la invitó a almorzar a su casa. “Estaba todo impecable, en su lugar, excepto un juego de llaves que estaban arriba de la mesa”, recordó la mujer, y condimentó: “Le dije que se había olvidado de guardarlas y me contestó que eran la copia que había hecho para mí”.

Desde entonces, los dos se volvieron inseparables. Vivieron juntos en Mar del Plata durante una década, y hace dos años se mudaron al barrio Gregorio Álvarez, donde Emilia se reencontró con sus tres hijos, nietos y bisnietos, y conoció a sus compañeros de natación.

Ahora sí, Emilia se encontró con el costado más alegre de la ciudad.

“Es un amor incondicional”, dijo ella mientras tomaba la mano de su nuevo esposo. “A esta altura del partido, ya no nos separamos más”, acotó él, ante todos los invitados y justo antes de dar el sí en la inolvidable ceremonia junto al río.

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