Cipoleños cumplieron el sueño y abrieron una pizzería en una playa paradisíaca
Marcelo Montero y su esposa Sandra Cano instalaron un emprendimiento gastronómico en Buzios, a metros de una playa. "Estamos felices con este proyecto", resaltaron.
El chef cipoleño Marcelo Montero suma un capitulo más a su sorprendente historia, en la que entrelaza el arte de cocinar y el vértigo de un espíritu aventurero que lo ha llevado a transitar un largo camino entre restaurantes, cantinas y bares de distintos puntos del país, en los que se codeó con los más refinados exponentes de la exigente industria gastronómica.
Hace tres meses, junto a Sandra Cano, su flamante esposa y también cipoleña, armaron las valijas y partieron con su perra Negra con destino a Buzios, uno de los paraísos veraniegos del sur de Brasil, que mucho seduce a los argentinos.
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La idea de experimentar “un cambio de vida” y ganársela en un paisaje soñado con su propuesta culinaria, que es lo que ama hacer, justificó los 4 mil kilómetros que recorrieron hasta llegar al lugar que habían escogido para empezar a cumplir el sueño: abrir un local de pizza y empanadas, típicamente argento.
A poco de instalarse consiguieron un local ubicado a pocas cuadras de Praia Dos Ossos, una de las playas más populares de la región, donde montaron el emprendimiento que bautizaron Espaso Grego. Hace pocos días lo inauguraron.
“Estamos muy felices con este proyecto que encaramos en este lugar tan hermoso donde la gente es muy cálida y están lleno de argentinos”, resaltó Marcelo, integrante de una conocida familia que también se dedicó al rubro comercial en la ciudad del Alto Valle, y que luego de pasar por distintas ocupaciones se volcó a la cocina con pasión y no la abandonó más.
Los dos comparten la tarea del negocio. La preparación de la producción, el orden, la higiene y las demás obligaciones de un emprendimiento independiente de este tipo.
Sandra no es una profesional del rubro, “pero cocina muy bien”, aclara Marcelo. Ella es instrumentadora quirúrgica y trabajó en el hospital Pedro Moguillansky, hasta que alcanzó la jubilación.
Cuentan que la zona ofrece un clima muy agradable y que está repleta de argentinos que también fueron tras la quimera de vivir cerca de la playa y alejarse del agobio de la gran ciudad o de trabajos no deseados. Dijo que hay muchos compatriotas propietarios de posadas y restaurantes, y que observa una particular amalgama de culturas y costumbres de ambos países, donde la comida no queda ajena. Para él, anda en la constante búsqueda de lo nuevo y original para sorprender a los paladares, es un terreno fértil.
Otro detalle que registraron es la amabilidad de los pobladores oriundos, lo que no sucede en otras partes de Brasil, sobre todo con los argentinos.
“La gente es muy amable, vive con otras ideas. Mucha seguridad. Pasan cosas como en todos lados. Pero por ejemplo te metés al mar y dejas tus cosas en la playa, cuando volvés y encontrás tus cosas ahí”, sostuvo el chef.
Un andariego
Montero, a punto de cumplir 60 años, recordó en una entrevista que le realizó este diario que su gusto por la cocina lo adquirió de muy chico, cuando veía a la abuela Carmen que preparaba exquisiteces que nunca pudo olvidar. No le costó mucho entreverarse entre ollas y sartenes y cuando llegó a la edad de jovencito se convirtió en el cocinero de su banda de amigos.
Allá por el 2001, cuando la crisis desestabilizó al país, tuvo que emigrar en busca de otras oportunidades y llegó a Viedma, donde vendió autos y manejó una zapatería, pero nunca dejó de lado la tentación de cocinar.
Se hizo de un grupo de amigos a quienes deleitaba con sus cenas lo alentaron para que le prestara más atención a esa habilidad que demostraba, que era su real vocación. A través del boca a boca, su reputación llegó a un restó de Carmen de Patagones, que le ofreció incorporarse a su staff.
Sin embargo, el giro a su vida laboral y personal se produjo cuando lo convocó otro restó ubicado en la costanera de la capital rionegrina, que en ese momento estaba de moda.
Allí fue como comenzar a jugar en primera. Conoció a Martín Pereyra, un chef con larga trayectoria, quien al notar sus condiciones y entusiasmo lo alentó a capacitarse.
Y le hizo caso. Se inscribió en la escuela del “Gato” Dumas que funcionaba en Viedma. Pero no se quedó y se mudó a Buenos Aires hizo cursos con el italiano Donato De Santis, Dolli Irigoyen y Francis Mallmann, quien lo convocó para realizar una pasantía en bahía Manzano, en Villa La Angostura. Entre medio también tuvo un paso por Brasil.
Después volvió al Alto Valle y enero de 2021 se incorporó al pub 1946, donde funcionó el histórico bar Cipolletti, en la calle Roca casi Villegas, mientras también se desempeñaba en la cocina del casino cipoleño.
En ese tiempo fue distinguido con un Premio Master Chef que organiza la Federación Latinoamericana de Chefs y en el verano del año pasado se mudó a Las Grutas para trabajar un resto especializado en comida italiana, donde él fue la figura.
Pasada esa temporada regresó y se instaló en Añelo, la capital de Vaca Muerta, donde cocinó para el personal petrolero, hasta que decidieron con Sandra marchar a Brasil.
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