A los 74 sale a vender salamines y quesos a la ruta para pelearle a la crisis
La historia de Daniel, el nuevo puestero de la ruta chica y las ganas de salir adelante de este jubilado que hacía changas en otro rubro.
Un auto para justo a esa misma altura sobre la mano de enfrente -en sentido Oro-Allen- y Daniel le presta atención para saber si detuvo la marcha para comprarle a él o al churrero del puesto vecino o si simplemente frenó por alguna otra razón.
Finalmente era una falsa alarma pero no se desanima pues sabe que la venta ambulante es así y requiere de extrema paciencia.
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Lo importante es “hacerse de unos pesitos” que puedan ayudarlo a darle pelea a la crisis en tiempos en que llegar sin apremios a fin de mes, en la Argentina actual, es un privilegio de unos pocos.
El común de la gente vive con lo justo y en una situación económica asfixiante producto de la inflación galopante y los jubilados como él son quienes más lo padecen.
Por eso, a los 74 y como la changa de la jardinería venía “muy parada”, no se puso colorado por salir a vender salamines y quesos a la ruta 65, en el acceso al barrio Los Frutales.
“Comencé hace un par de semanas en el puesto, soy nuevo acá y la verdad que agradecido a todos, a los clientes, a los que también venden sus cosas como yo”, señala este hombre tan simple como humilde.
Un jardinero que cambió de rubro
No está acostumbrado a las notas pero se va soltando con el correr de la charla. “Vengo porque soy jubilado, me dedico a la jardinería actualmente y no había laburo. Entonces, con unos manguitos que me habían quedado, encaré los quesos y salamines”, explica quien intenta salir adelante con total dignidad.
Cuenta que suele ir a comprar la mercadería a un “mayorista en Cipolletti” y que pese a la inestabilidad financiera, se esmera por “mantener los precios por la crisis”. Y, en ese sentido, precisa: “Los quesitos cuestan 11 mil la hormita y los salamines 7 mil. Y se venden más los quesos, si bien son productos frescos y ambos están ricos”, reconoce.
Aclara, por las dudas, que posee la “habilitación correspondiente, lo que me permite trabajar con tranquilidad”.
Se lo puede ubicar desde las 9 ó 10 hasta las 13, aproximadamente. “A la tarde me quedo en la casa, vio, me acuesto un rato, limpio. Como todo negocio, hay días bueno y malos”, indica e intercambia unas palabras con Daniel y Héctor, que venden tortas fritas, alfajores de maicena y churros a unos pocos metros.
La historia de Daniel, el vendedor de quesos y salamines
Ya perdió la cuenta de los años que lleva en la región, a la cuál llegó a través de uno de sus hijos que “vivía en Cipolletti”.
“Yo laburé mucho tiempo en Olavarría pero me gustó mucho la zona y ya me quedo para siempre acá”, anticipa con una tímida sonrisa y lamenta que en el camino perdió a su compañera de toda la vida. “Mi mujer falleció, siempre la recordamos”, expresa con emoción.
Hoy le toca disfrutar a los “muchos nietos” que tiene en el Valle, “los fines de semana tratamos de pasarla juntos, tengo familia en Oro y en Cipolletti”.
Para otro vehículo y ahora sí es un cliente. “Y..., sí no vendía algo era un queso yo…”, le pone humor, Daniel. Quien cierra la pequeña mesa plegable, recoge la heladerita y el resto de sus pertenencias y se marcha por el Espacio Verde hacia la zona del Ferrocarril.
En épocas de vacas flacas, el abuelo no quiere dejar pasar el tren y se anima con los quesos y los salamines. ¡Exitos!
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