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El gaucho del Valle que estuvo en la Segunda Guerra y fue prisionero alemán

Bruno Rizanfri combatió durante la Segunda Guerra Mundial en Albania y en Grecia. Estuvo cautivo después en un campo de concentración en Hamburgo (Alemania) al que sobrevivió. Años después se radicó en nuestro país. Ítalo y Mario, sus hijos, nos cuentan su historia.

Los hermanos Rinzafri cuentan la historia de su familia como si por momentos fuera una película, pero cuando las anécdotas ceden al espanto, la emoción hace más interesante el relato. Ítalo es el mayor de tres hermanos, tiene 72 años y Mario 62. Norma era el nombre de la hermana del medio que falleció hace unos años. Son parte de una de las tantas familias inmigrantes que forjaron la historia de la región. Llevan un apellido original e inconfundiblemente italiano.

“Nuestro apellido es único en el mundo porque es inventado, así como acá el apellido Expósito se les ponía a los niños que salían de la Casa de los Niños Expósitos (un histórico Orfanato). En Italia inventaban los apellidos que llevaban los huérfanos. Nuestro apellido original era Frizarin, eso lo descubrimos porque hace poco cuando recibimos los papeles y la documentación de mi abuelo nacido en 1890. Es por eso lo anecdótico del origen del apellido que de Frizarin se transformó en Rinzafri porque no se acostumbraba a decir el apellido de los huérfanos”, contó Italo a LM Neuquén.

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"Yo nací en 1948 soy italiano y argentino por opción. Me siento más argentino que italiano por el cariño que le tengo a esta tierra. Nací en un pueblito de Venecia que se llama Mirano. Mis hermanos menores son argentinos, yo llegué a los cuatro meses”, agregó.

"Mi padre nació en 1920 y cuando tenía 20 años más o menos en 1940 lo fueron a buscar al campo para incorporarlo a las milicias. Era la Italia de Mussolini y no tenían opción de negarse cuando eran reclutados. Se llamaba Bruno Rinzafri y era el mayor de sus siete hermanos y el único a quién reclutaron. Toda la familia trabajaba en el campo y vivían en una casa muy pobre y pequeña", relató el mayor de los hermanos.

Mario, por su parte, recordó que les contaba historias del sadismo con que los trataban en el ejército. "A ellos los llevaron a lo que entonces se llamaba el Reino de Albania (la Albania actual). Los italianos venían de la Primera Guerra. En Albania cayeron prisioneros de los serbios pero como el Partido Comunista en Italia era fuerte, Stalin había dejado la orden de que a los prisioneros italianos los trataran bien, inclusive querían que se sumaran a las tropas de los partisanos para que lucharan después en contra de Mussolini", dijo.

Bruno era enfermero y siempre se vanagloriaba en sus historias de no haber matado nunca a nadie, después de cada bombardeo iba a retirar los cuerpos de los heridos, que por supuesto estaban terriblemente mutilados porque era una guerra muy cruenta. "Pensa vos lo que era para un muchacho de veinte años ver todos los días semejantes escenas, nos contaba que ponía la mente en blanco y que le daba para adelante con su tarea", dijo Italo.

"Relatos de otros ex combatientes de la Segunda Guerra Mundial afincados en esta parte del valle suelen enumerar la cifra de las vidas que se cobraron en batalla. Mi padre, por el contrario, se enorgullecía porque nunca había tenido que hacerlo", agregó.

El mayor de los hijos recordó que cuando su padre se alistó lo habían mandado a enfermería con los médicos de guerra y en ese puesto, dentro de todo el horror, no la pasó tan mal. "Por ejemplo, a él no le tocó ir a Rusia ni a otros frentes complicados como el norte de África, pero si le tocó ir a Albania y a Grecia, tres años en el frente y tres años en un campo de concentración. Cuando “Italia se dio vuelta” en el 43 lo capturaron los alemanes y lo llevaron a Hamburgo a trabajar como esclavo", añadió.

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Bruno compartió la historia con su familia, a quien le narró una anécdota del general que rindió las tropas y un capitán alemán grandote como de dos metros que lo levantó agarrándolo por las solapas, lo escupió y le dijo: “No te pego porque sos más chico que yo”.

De sus palabras se desprendía la crueldad con la que los soldados partisanos atrapaban a los alemanes y lo sometían a miles de torturas como por ejemplo vaciarle la cuenca de los ojos y ponerle una granada de mano dentro. "Los sobrevivientes de ambos bandos quedaban traumados para siempre después de eso", dijo Italo sobre la historia de su padre durante el conflicto más sangriento de la historia.

"Nos contaba muchas anécdotas sobre la guerra casi en forma risueña, como quién ríe de lo terrible porque no le queda más remedio después de haber vivido y visto tanto, pero muchos de sus compañeros de armas y mucho tiempo después acá en la Argentina se despertaban de noche de improviso a los gritos y con una desesperación impresionante. Esto lo comentaba uno de sus camaradas de guerra el carpintero Corvaro que se despertaba a los gritos de noche sudando frío", recordó.

La Patagonia fue un refugio de jerarcas nazis. En la zona donde vivía Bruno había un chalet que recibía visitas de antiguos compañeros de guerra. "Una vez nos enteramos que venía a visitarlo muchos de sus camaradas porque él había sido un piloto de la aviación nazi, de las Luftwaffe y él se decía que era un perro de guerra porque podía con sólo ver en los ojos si quién lo visitaba era realmente un jerarca o un militar de alto rango, que sólo le bastaba verlos para reconocerlos", agregó Italo.

"Allá por la década del '70 vino a visitar a mi padre un compañero de guerra de nombre Calizzi y comentando sobre aquellos tiempos se dieron cuenta de que habían estado en el mismo Campo de concentración en Hamburgo a un barracón (lugares de detención) de distancia. Hablaban entre ellos que, aunque ya hacía tiempo que vivían en la Argentina en su mente seguían viviendo en la guerra", agregó.

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Tras salir del campo de concentración alemán, Bruno volvió a Italia había venido lleno de piojos y tan flaco que se le veían los huesos, su madre, mi abuela, le pidió que se quitara toda la ropa que traía, él pesaba entonces 38 kilos y contó que el hambre fue lo que más había sufrido", recordó.

Escapando de los horrores de la guerra y sabiendo de las oportunidades que tendría en la Argentina, se tomó un barco en 1947, pasó por el famoso Hotel de los Inmigrantes, en donde le llamó la atención la comida que se tiraba, porque en Europa era tanto el hambre que nada se desperdiciaba, ni siquiera las sobras.

Durante la charla con los hermanos Rinzafri las preguntas se van multiplicando, los nombres y algunos detalles entran en el terreno de un olvido cómplice que es más bien un manto de piedad tendido hacía el oscuro pasado. En el presente, los descendientes de aquellos que sobrevivieron a la muerte y a una pesadilla que pareció interminable planifican sus vidas bajo el sol de un Valle que dotó de nuevas esperanzas y sentidos sus destinos.

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