¿Cómo Hollywood se convirtió en la capital mundial del cine?
El pequeño pueblo albergó la producción de películas a partir de un conflicto impositivo y hoy es la cuna del cine occidental.
POR SOFÍA SANDOVAL - [email protected]
Antes de convertirse en uno de los fundadores de la meca mundial del cine, Sam Goldfish probó suerte como vendedor de guantes. A pesar de los esfuerzos de este emprendedor polaco, sus mercancías de piel no se vendían bien, y fue el fracaso en esa actividad lo que lo llevó a pensar en nuevos proyectos para una geografía casi olvidada: junto a Jesse Lasky y Cecil B. DeMille se decidieron a hacer una película en un poblado semi desierto a escasos kilómetros de Los Ángeles. Así, darían comienzo a la leyenda de Hollywood.
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Aunque ese barrio es ahora conocido como la cuna del cine, lo cierto es que la mayoría de las películas norteamericanas de principios del siglo XX se filmaban al otro lado de los Estados Unidos, en la costa este, que concentraba el mayor poderío económico, financiero e industrial. Las cámaras rodaban entre Nueva York y Nueva Jersey, pero un giro del destino las hizo mudarse a nuevos escenarios.
Hasta 1908, esas ciudades de la costa atlántica eran las elegidas para filmar. Fue entonces cuando se desató la Guerra de las Patentes. La producción de películas ya se había convertido en una sólida industria que movía millones de dólares al año con 14 millones de espectadores cada semana, así como la madre de varias disputas. Todos querían filmar, pero los equipos eran monopolizados por Thomas Edison, el poseedor de las patentes.
Tras una serie de conflictos legales, Edison fusionó varias de sus compañías para crear un trust con varias productoras. El nombre era el MPPC (Motion Picture Patent Company), un oligopolio de la industria del cine que concentraba las ganancias. Así, cancelaron los pleitos internos y establecieron un estricto régimen por el cual productores y exhibidores debían pagar derechos por uso de equipos y proyección de films. El resto de los realizadores se negaban a pagar los altos costos de las patentes.
La primera herida de guerra que sufrió Edison fue la inserción de películas europeas, que eran exhibidas sin pagar su peaje. La otra estrategia de batalla fue la de un grupo que decidió alejarse lo más lejos posible de las garras del trust, en un poblado desconocido y en la otra punta del país: Hollywood. Allí, las condiciones climáticas también eran las ideales, con días más extensos y largas jornadas de luz solar que permitían más filmaciones en exteriores.
Corría 1913 y Sam Goldfish dio un giro rotundo a su carrera como vendedor. Se asoció con Jesse Lasky y apostó por la producción de películas. La obra elegida era una pieza teatral de tipo western llamada de The Squaw Man, y los socios adquirieron los derechos por 4 mil dólares.
Dustin Farnum, actor de teatro, sería el protagonista del largometraje y Cecil DeMille, que no tenía experiencia en cine, se animó a convertirse en director. Contaban con un capital de 15 mil dólares, un presupuesto muy distinto a los montos millonarios que se invierten hoy en día en las películas. Con ese dinero se tomaron un tren rumbo al Oeste. Viajaban junto al camarógrafo, un supervisor y un asistente con destino a Flagstaff, una pequeña localidad de Arizona que Lasky había conocido en un visitado antes.
Sin embargo, el lugar no logró convencer a los emprendedores, que prefirieron continuar el viaje hacia un lugar llamado Hollywood. Fundado sobre un conocido valle de Cahuenga, el modesto poblado recibió su nombre por parte del magnate H.J. Whitley. Algunos dicen que lo llamó así por un rancho que había existido en el lugar y otros consideran que en la zona había existido un pequeño bosque de acebos.
Aunque se encontraba a pocos kilómetros de Los Ángeles, la ciudad que ya en ese entonces contaba con 100 mil habitantes, era un poblado independiente que sobrevivía a partir del cultivo de cactus para fines comerciales. Lasky y Goldfish llegaron, alquilaron a un granjero un granero por 75 dólares mensuales. Allí improvisaron el primero de todos los grandes estudios de filmación que hoy se emplazan en el territorio.
Cuando la película se estrenó en los cines de Broadway, muy pronto se corrió la voz. Desde entonces y hasta 1920, se instalaron grandes estudios en Hollywood, que terminó por fusionarse como un distrito más de la ciudad angelina. Así, logró mejorar la infraestructura de su antiguo poblado para albergar a las nacientes estrellas de cine, que comenzaron a ganar renombre y darle a la ciudad el glamour que la caracteriza.
Entre Hollywood y Nueva York se amasaba la fortuna de una industria millonaria. Los magnates debían hacer viajes de tres días en tren para conectar la Gran Manzana, el ámbito donde se tomaban las decisiones, con la ciudad californiana donde la magia del cine se hacía realidad. El modelo de producción y distribución se convirtió en un éxito que fue copiado por otras grandes potencias del mundo.
El crecimiento acelerado de la ciudad entusiasmó también a los inversores inmobiliarios, que quisieron construir viviendas de lujo en la región. Entre otros proyectos, se creó Hollywoodland, una urbanización que fracasó, pero que alcanzó la fama por su promoción a través de un letrero gigantesco de grandes letras blancas sobre una colina.
Como el cartel se había pensado para un período corto de tiempo, durante la promoción del proyecto inmobiliario, no tardó demasiado en deteriorarse. Tras pasar años abandonado, fue restaurado en 1949, cuando se removió la palabra land y se dejó sólo el nombre de la localidad: Hollywood. En los años 70, y en un contexto de dificultades económicas para el ayuntamiento, un grupo de privados cambiaron las letras por otras de materiales metálicos y más duraderos. Así crearon una las postales más icónica de Los Ángeles.
Con el paso de los años y gracias a la incorporación del cine sonoro, los actores fueron ganando notoriedad. Se convirtieron en auténticas celebridades que exigían grandes beneficios en sus contratos. Fue entonces cuando se desató una segunda guerra del cine, entre actores, directores y productores.
Mientras que los interpretes reclamaban contratos jugosos, los demás los combatían con las películas All Stars, donde acudían a actores poco renombrados o no profesionales con el objetivo de destacar aún más la figura del director, a quien consideraban el verdadero artífice de la película.
Hoy, Hollywood es la cuna indiscutida de la industria del cinematográfica occidental. Si bien en India se produce un mayor número de largometrajes, las propuestas norteamericanas, unas 700 al año, gozan de un aceitado sistema de distribución que las vuelve famosas en gran parte del mundo y que garantiza su influencia cultural. Tampoco son un mal negocio: el cine norteamericano genera 40 mil millones de dólares al año.
Por eso, cada febrero el mundo parece paralizarse por una noche de domingo, cuando las figuras más renombradas del Star System caminan por la alfombra roja ataviadas en trajes de lujo para recibir los premios Oscar, que celebran los mejores desempeños en la industria cinematográfica.
Con su arquitectura de influencias asiáticas, el teatro Dolby se encarga de albergar la premiación que cada año marca lo mejor de Hollywood, ese modesto poblado de agricultores que se transformó de manera casi azarosa y a partir de la apuesta de un vendedor de guantes.
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