Javier Galar, el Baéz Sosa del Alto Valle
Lo atacó un grupo de cinco jóvenes en la vía pública. Javier tenía las manos en los bolsillos y la primera trompada lo dejó inconsciente en el suelo, donde le reventaron la cabeza a patadas y murió.
Las fibras más íntimas de Miriam y Jorge Galar se estremecieron de horror cuando el 18 de enero de 2020 conocieron la noticia de la brutal golpiza que un grupo de rugbiers le dio a Fernando Báez Sosa frente al boliche Le Brique en Villa Gesell y que puso fin a su vida.
El 6 de febrero de este año, tanto Miriam como Jorge escucharon la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Dolores que condenó a cinco de los rugbiers a prisión perpetua y a otros tres a 15 años como partícipes secundarios.
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Escuchar esas penas les produjo cierto alivio, ese que ellos no tuvieron cuando les asesinaron a Javier Galar (27) la madrugada del 17 de junio de 2006 en pleno centro neuquino.
Fernando Báez Sosa para los Galar fue un déjà vu que les trajo reminiscencias de una justicia esquiva, un pasado que no pasa y que cada tanto vuelve con ráfagas que sofocan.
La muerte violenta de Javier, para Jorge, su padre, es una página estanca, es un dolor con el que intenta convivir como puede. Para Miriam, su hermana, es una herida que no se cura y cada uno de estos episodios, como el de Fernando, es un dedo en la llaga que la retuerce en recuerdos que desesperan.
Ataque salvaje
Se van a cumplir 17 años desde que comenzó la pesadilla de los Galar, que tiene una multiplicidad de factores: un ataque brutal, la Justicia en falta, sus asesinos sueltos y la ausencia física que los sumerge en un duelo sin fin.
En diálogo con LMN, Miriam recordó sobre esa noche: “Yo me había acostado y como él se estaba por ir, lo saludé como si fuera una noche más".
Todos tenemos negada la muerte y más aún la muerte violenta, es por eso que siempre estamos dando por hecho que nos vamos a volver a ver porque es lo que consideramos natural.
Pero desde hace años la violencia ha crecido tanto, que convivir con temor es lo que se ha normalizado ante la ausencia de un Estado que brinde garantías básicas.
Esa noche, Javier salió con unos amigos, Garré y Dimarco, a dar unas vueltas por el centro y hacer una ronda por los bares y boliches.
Una camioneta Peugeot Partner, sobre calle Yrigoyen, hizo una maniobra temeraria, por lo que Garré y Dimarco tuvieron un cruce de palabras con el conductor. Es decir, se reputearon.
Todo pareció quedar ahí. Javier Galar no había participado del altercado porque era un joven tranquilo que no llevaba al extremo esas situaciones. Hasta quienes lo conocían sospechan que le restó importancia y a lo mejor ni la registró. Su forma de proceder minutos después así lo reflejaría.
Lo cierto es que la Partner dio una vuelta y apareció sobre Diagonal 9 de Julio, justo a la altura por donde caminaba Galar con sus dos amigos.
En la sentencia lo describieron así: “Garré se acercó por el sector del conductor, mientras que Dimarco lo hizo por el lado del acompañante, reprochando el episodio ocurrido en la calle Yrigoyen. Garré atacó al conductor, Chamblá, lo que motivó que todos los pasajeros de la camioneta descendieran del vehículo para perseguir a los agresores, hasta que ellos ingresaron en el boliche Eterno”.
El local Eterno había obtenido la habilitación municipal como café, pero los inspectores descubrieron que lo hacían funcionar como boliche e incluso los sábados a la tarde armaban matinés y superaban por lejos la capacidad de personas permitida.
Un mes antes del ataque a Galar, el café había sido clausurado y reabrió unos días después.
Con Garré y Dimarco dentro de Eterno, los muchachos del utilitario (Juan Díaz, Esteban Martín Larrat, Nicolás Chamblá, Leandro Serrano y un adolescente de 17 años) se volvieron a la Partner masticando bronca porque no les habían podido dar alcance.
Despreocupado por lo ocurrido, Galar se quedó apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos, a la espera que todo pasara y sus amigos regresaran. Pero uno de los jóvenes de la camioneta lo identificó como uno de los que venía con los otros dos que se les escaparon y todos fueron sobre él.
“Estos chicos asesinos decidieron desatar toda la furia contra él. El primer golpe, que mi hermano ni esperaba, lo dejó casi inconsciente en el suelo, donde le siguieron pegando. Bastante conocido es que mi hermano murió prácticamente con las manos en los bolsillos, no pudo ni defenderse”, describió Miriam.
Los jueces explicaron que este grupo de violentos “arremetieron en contra de Galar, que había permanecido ajeno a la escaramuza: el menor le asestó un golpe de puño en el rostro a Galar que lo dejó inconsciente, entonces Díaz y Serrano le aplicaron puntapiés en la cabeza y en el cuerpo que le provocaron la muerte”.
A la distancia, los amigos de Javier vieron el ataque y dieron aviso a unos policías que estaban en la zona, lo que permitió que se pudiera detener en el lugar al adolescente y durante el transcurso de la madrugada del domingo a los cuatro agresores restantes.
Teléfono en la madrugada
A mediados de la primera década de este milenio, si bien el uso del celular había avanzado, no era masivo. El teléfono fijo en casa era clásico y efectivo. La frase “cuando suena el teléfono de madrugada, la tragedia llama” se convirtió en una realidad.
Eran las 5 de la madrugada del domingo 17 de junio, Día del Padre, y justamente Jorge atendió, lo que solo se explica como una treta del destino.
Miriam recordó ese momento con cierto estremecimiento, una sensación que su cuerpo nunca va a poder olvidar. “Papá atendió y, tras una muy breve charla, colgó y me dijo que era la Policía y que teníamos que ir a la Comisaría Primera. No nos dijeron el motivo. Sabía que era por Javier, pero yo no quería sospechar nada y no tuve la valentía de llamarlo al celular, porque él ya tenía celular", detalló Miriam, que intuía lo tremendo del momento.
“Cuando llegamos a la comisaría, estaban los amigos de mi hermano llorando, y en medio de ese caos solo nos dijeron que falleció, pero no nos contaron ni cómo ni por qué. Recuerdo que cuando volvimos a casa esa mañana, no teníamos claro qué había pasado, solo que Javier ya no estaba”, reveló Miriam.
Autopsia
En el frío metal de la mesa de autopsia, Javier reveló a los médicos forenses su vertiginosa muerte.
Los profesionales del Gabinete Forense explicaron que Galar presentaba “lesiones cerebrales producidas por una muy fuerte contusión de la cabeza con o contra objeto de forma roma que – por la consistencia de su superficie- no deja lesión externa”.
Un detalle interesante respecto de la dinámica del desenlace fatal es que los puntapiés “generaron intensas fuerzas inerciales de aceleración y desaceleración (fuerzas cizallantes) con efecto de contragolpe, lo que provocó desplazamiento del cerebro contra las estructuras y prominencias del cráneo, ocasionando lesiones en el tejido cerebral y vasculares, que produjo graves lesiones y hemorragia intracerebral, todo ello desencadenante de la muerte”.
“Si vos le pateás a alguien la cabeza, tenés que saber que podés matarla”, resumió con tono de obviedad y fastidio un funcionario del caso.
La causa oficial de la muerte fue “hemorragia intracerebral por traumatismo craneoencefálico grave”.
En términos más llanos, los forenses explicaron al tribunal: “La víctima ha sido agredida de manera tal que quedó en el suelo y luego recibió dos golpes romos, altamente compatibles con puntapiés. Fueron propinados en direcciones distintas. Uno de izquierda de atrás hacia adelante y otro de la derecha de adelante hacia atrás. Se observaron hematomas que tienen forma regular cuadriforme y de distinto tamaño, por lo que es compatible con dos personas distintas”, detallaron.
Sobre la violencia de los golpes, fueron contundentes los médicos: “Existe una hemorragia en el ventrículo cerebral, lo que indica que los golpes tuvieron una energía suficiente como para llegar a la profundidad del encéfalo, siendo compatibles tales hallazgos con lesiones mortales inmediatas”.
Vale recordar que cuando los policías llegaron en auxilio, Javier estaba en el suelo y todavía con las manos en los bolsillos. Es decir, ni siquiera pudo esgrimir alguna posición de defensa para evitar semejantes patadas.
El derrotero judicial
Cuando ocurrió el crimen de Javier, su hermana tenía 25 años y estudiaba derecho. En teoría, había un conocimiento de los pasos que se sucederían, pero la práctica es totalmente distinta a la teoría.
El proceso judicial fue un derrotero interminable donde el duelo quedó en un segundo plano porque había que luchar por un poco de justicia.
Todo esto se dio en medio del viejo sistema, que era oscuro, burocrático y lento.
“Yo tenía una dualidad muy importante. Por un lado, estaba lo afectivo, que te generaba ganas de salir con tus amigos y familiares a gritar, insultar y romper todo, cosa que no hicimos nunca; y por el otro, entendía el proceso legal y todo eso que mi papá no entendía. Tenía una batalla interna para ver qué hacía y en ese momento mi papá no estaba en condiciones de salir a los medios, por lo que tenía que salir yo y tenía que ser una persona centrada y coherente para llevar la situación legal lo mejor posible, a lo que se sumaba el dolor de la muerte de Javi”, explicó Miriam.
El debate judicial del crimen de Javier tuvo dos ejes que hoy serían insostenibles e inimaginables. Por un lado, a la causa la caratularon como homicidio en riña, cuando Galar no participó ni propició ninguna pelea. De hecho, quedó en evidencia que ni siquiera tuvo posibilidades de defenderse ante el salvaje ataque en manada. Y por el otro, se discutió sobre la autoría del golpe fatal cuando, tal como lo informaron los forenses, se observó un mínimo de dos puntapiés de distintas personas que lo patearon en direcciones opuestas.
En definitiva, el 29 de julio de 2009 se dio a conocer la sentencia dictada por la Cámara en lo Criminal Segunda. Declararon a Juan Leonardo Díaz y Leandro Ariel Serrano responsables del delito de homicidio en riña y los condenaron a la pena de tres años en suspenso.
El fiscal del caso en ese entonces, Pablo Vignaroli, apeló la sentencia hasta la última instancia provincial.
Fue así que en julio de 2011, la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) adoptó la calificación impulsada por la fiscalía, de homicidio simple, y escaló la pena a 10 años y ocho meses, por lo que Díaz y Serrano, que estaban en libertad, terminaron tras las rejas.
Los dos asesinos pasaron unos seis años tras las rejas y el 28 de octubre de 2018 recibieron el beneficio de la libertad condicional. Uno está viviendo en Balsa Las Perlas y el otro en el barrio Bouquet Roldán. En 2024 habrán agotado la pena y serán completamente libres.
Olvido del sistema
El adolescente que atacó a Javier fue encontrado responsable del homicidio simple, pero a la Justicia se le olvidó ese detalle.
En julio de 2016, diez años después del crimen, se dio a conocer un acuerdo entre fiscalía y la Defensoría del Niño y el Adolescente por el cual fue absuelto.
De acuerdo con la ley, debería haber recibido tratamiento tutelar, algo que jamás sucedió, y tras asumir la mayoría de edad, se tendría que haber resuelto su situación judicial. Es decir, si ameritaba una condena efectiva o si con el tratamiento habría bastado.
Nada de eso ocurrió. En 2016 recién le hicieron un informe socioambiental y ahí advirtieron que el adolescente ya tenía 27 años, estaba en pareja, tenía casa propia, auto, trabajo, aportes jubilatorios y obra social.
El informe detalló: “Mantiene un estilo de vida estable y saludable. Realiza actividades deportivas y religiosas que le permiten integrar otros espacios sociales de contención”.
Incluso, el defensor se sinceró y aclaró en el acuerdo homologado: “No ha recibido el tratamiento tutelar que exige la ley, y a pesar de ello, no ha cometido delito alguno en todos estos años; refieren que la incertidumbre del transcurso del tiempo no puede ser valorada en su contra, expresan que el joven ha madurado y que la necesidad de pena no se encuentra probada, puesto que se ha reintegrado a la sociedad”.
Sin nada
Mientras los asesinos de Javier hacen vida normal, construyen vínculos y proyectan, los Galar sienten que la justicia les fue esquiva.
“Como familia y legalmente, hicimos todo lo que pudimos. Lo que más duele es todo ese tiempo que pasamos sin poder hacer el ciclo del duelo. Hasta que no se termina, sea cual sea el resultado, no podés hacer el duelo, llorar, respirar, tener paz, porque siempre te lo están trayendo a la mente”, describió Miriam.
“Para nosotros, el Día del Padre se dejó de festejar porque viene a la mente Javi, al igual que los cumpleaños y las fiestas. Al día de hoy mi papá no lo ha superado porque no es natural enterrar a un hijo”, concluyó la hermana de Javier, que se recibió de abogada y es madre de un pequeño en el que ve el reflejo de su hermano.
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