La emotiva historia de lucha de la churrera de Ruta Chica
Luciana está siempre apostada con su Fiorino blanca al costado del camino. El gran cambio en su vida, su esfuerzo ("sin ningún plan social") y su sueño.
En plena caminata “saludable”, por el sendero que une Cipolletti con Oro, un cincuentón no resiste la tentación y se acerca a comprarle unos deliciosos churros rellenos con dulce de leche. Luciana Maldonado, 40 años, sonríe y como buena vendedora lo arenga: “así recuperás fuerzas para el resto del recorrido”.
Las ráfagas de viento son intensas en la siesta del jueves, pero llueva, truene o nieve ella está firme con su Fiorino blanca, a la vera de la Ruta Chica. Siempre con ese cartelito blanco con letras rojas que resaltan la palabra más seductora: “Churros” y el olorcito único que proviene del interior del vehículo.
“El día que nevó vendí un montón. A mí el clima no me para”, aclara, por si hiciera falta esta audaz muchacha que llegó, repleta de ilusiones, hace cinco años desde Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires. “Cerca de Bahía”, le explica al cronista que se llevó geografía a marzo...
¿Qué la trajo hacia estos lares? ”Me vine a probar suerte, tengo un hermano que se radicó hace 25 años acá y es el que elabora los churros. El fue el que me lo propuso y no lo dudé”, cuenta mientras se acomoda el pelo en medio del hostil clima.
Decidió cambiar de aires, justamente, y buscar nuevos horizontes para no estancarse y progresar. También cambió de rubro la vendedora ambulante. Todo un desafío de vida.
“En Suárez estaba en una fábrica de calzados hacía como 10 años. En una fábrica de zapatillas más precisamente. Vine por este emprendimiento y la verdad que me gusta la zona, quédate tranquilo que si no ya me hubiera vuelto”, comenta con simpatía.
Vaya si dejó cosas valiosas en sus pagos. Nada menos que sus raíces, su familia y hasta su único hijo. Pero aquí está, luchándola cada día por el sueño de “la casa propia”.
“Se extraña pero cuando puedo viajo para verlos, tengo a todos allá”, señala con nostalgia.
"Con esfuerzo, todo se puede"
“Vengo a la ruta desde las 14 a las 20.30, antes hacía doble turno. Y me paro de los dos lados, estoy en Cipo en el Puente 83 y en Oro en el acceso a Sthimpra. Hay gente que me dice que no se anima a parar acá en el puente porque pasan rápido los coches, prefieren del otro lado. Es complicado para cruzar cuando están de la otra mano pero ya estoy acostumbrada. Tengo el vuelto preparado y yo misma les digo que me cruzo cuando los veo complicados”, dice mientras otro auto frena para deleitarse con una "media docena".
No está acostumbrada a las notas pero se las rebusca también en ese sentido y responde amablemente a cada consulta. Respecto a los precios, indica: “2600 la docena y 1300 la media" y acota que "solo vendemos los clásicos con dulce de leche”.
Ya se hizo conocida en la zona y tiene clientes que “paran seguido, otros que van a hacer un viaje y también llevan”.
Algunos, eso sí, le reclaman bebidas, le piden que agregue desde el histórico compañero del churro, el “chocolate” a “agua para el mate, café…”.
Suele ir detrás del gran público. Por eso, “los sábados y domingos arranco para Neuquén y en el verano hago toda la temporada allá. Me recorro desde Gatica al Paseo Costero”.
Si bien por ahora el deseo de abrir un local se postergó “por todos los requisitos y la cuestión económica”, Luciana no pierde las esperanzas y persigue sus objetivos con empuje y esfuerzo.
“Laburando siempre, sin ningún plan ni nada. Trabajo y más trabajo. Todo se puede si uno le pone esfuerzo”, reflexiona quien hace honor al nombre de los churros (“Bushido, significa el camino del guerrero”).
En el final, se despide con humor: “¿Quién dijo que el churro es malo? Yo me la paso comiendo, incluso antes hacía tortas fritas y le entraba a todo, mirá lo flaca que estoy”, culmina Lu, con ganas de crecer y "hambre" de gloria. La churrera de Ruta Chica no se achica...
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