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Genealogía del dolor: la historia de un abuso intrafamiliar que volvió a repetirse más de 30 años después

En 2017, Silvina denunció a su progenitor por abuso sexual infantil ante la Fiscalía. Fue desestimada. La hija adolescente de su abusador la contactó por redes sociales para contarle que a ella le había pasado lo mismo.

Silvina Ojeda fue abusada por su progenitor masculino desde los 5 a los 12 años. Lo dice con firmeza, sin titubear. No llora, no se le quiebra la voz, no tiembla, no baja la mirada: ya nada de eso sucede, al menos cuando lo pone en palabras. El dolor está latente. El dolor es un niño dormido que a veces se despierta asustado en medio de la noche y es tan difícil evitar su desconsuelo. Hay una imagen anatómica y poderosa: el miembro fantasma. Cuando a un cuerpo humano se le amputa una extremidad, a veces puede doler aunque ya no se encuentre ahí físicamente. El abuso sexual infantil es la infancia mutilada.

Silvina tenía 31 años cuando se dio cuenta que había sido abusada cuando era una niña. Fue un tiempo después de convertirse en mamá y de separarse del papá de su hijo. En medio del vaivén emocional del puerperio, empezaron a aparecer muchas dudas sobre su sexualidad, sobre lo que le pasaba en el cuerpo, sobre la depresión en su adolescencia. Para entonces, vivía en Buenos Aires, donde era fotógrafa y periodista de rock, lo que había soñado desde pequeña, pero las cosas empezaron a ponerse muy difíciles económicamente y decidió volverse a Cipolletti a criar a su hijo. Un día, iba caminando por la calle cuando vio un grafiti que decía: “Mujeres que luchan contra el abuso sexual infantil”. Era una pintada de Mujeres Andando, una organización del Alto Valle que hace años trabaja sin descanso para derrotar la violencia sexual hacia las infancias. Al tiempo decidió contactarlas. Con ellas y con terapia, pudo empezar a poner en palabras los recuerdos que le aparecían como ráfagas. “Tenés que poder ser mamá y dejar de ser niña”, le dijo alguien y entonces comenzó a desanudar el pasado.

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Durante años fue uniendo sus recuerdos como si fuesen los fragmentos de un gran rompecabezas, reconstruyendo la genealogía de su dolor: el dibujo que hizo en el jardín de un sol llorando y de sus progenitores tachados a rallones; el cuaderno de la primaria lleno de figuras fálicas que nadie detectó; la vez que le confesó al cura que en su casa se miraba pornografía y que luego de escucharla la castigó; el silencio total en el que se sumergió cuando tenía 10 años; la idea de jamás haber sonreído de niña; cada uno de los golpes que le dio su padre cuando comenzó a menstruar y entonces él, a tratarla con asco; la fotofobia; las dificultades para relacionarse; las veces que intentó lastimarse; el cuerpo apagado, el cuerpo negado; la tristeza sin fin en la adolescencia.

Entonces pudo recordar a su padre subiéndola a su regazo y pidiéndole que lo bese en la boca porque ella era su novia y que iba a hacer con ella las mismas cosas que hacía con su mamá; pudo recordar las noches de lluvia que entraba a su pieza; pudo escucharlo decir que lo de ellos era un amor prohibido; pudo escucharse pedirle que no la tocara, porque ella no era igual a su mamá; pudo recordarlo gritando: “a vos no te va querer nunca nadie”; pudo sacarse la venda hecha de tiempo, culpa y supervivencia que tejió durante años para no morir; pudo mirar al monstruo a los ojos. Y entonces se animó. El 17 de febrero de 2017, se presentó en la Unidad Fiscal Temática N°1 de Cipolletti para denunciar a su progenitor por abuso sexual.

Una búsqueda infructuosa

—¿Dónde están tus padres? –quiso saber una profesora en el colegio.

—No lo sé, en casa estamos solos con mis hermanos.

El padre de Silvina siempre estaba desapareciendo. De pronto no estaba, se había ido un par de días, un par de semanas, un par de meses. A veces su madre salía a buscarlo, a veces sólo se quedaba llorando en la cama. La soledad fue parte de su infancia y su adolescencia. “Mi cuerpo hablaba, parecía una anciana atrapada en una adolescente”, dice Silvina. Y aunque era un grito permanente de ayuda, nadie pudo, supo o quiso leer del todo las señales. Porque el abusador no es una persona ajena, extraña, que tenga características extraordinarias. Por el contrario, es un digno hijo de esta sociedad, las veces sociable, solidario, encantador, de principios, como era para muchos el abusador. Porque no miramos a las infancias sino a los adultos. Porque es más fácil, más sencillo y menos engorroso negar.

Como sea, un día su padre no volvió más. Con los años supo que había formado otra familia. A lo largo del tiempo, cada tanto, fue encontrándolo esporádicamente: él volvía de pronto y la buscaba a ella. La última vez que lo vio, antes de que recordara la verdad, había viajado desde un pueblo de la cordillera chubutense para presentarle a su nueva pareja, con la que, supo después, también tuvo una hija.

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Cuando Silvina se animó a denunciar, se puso a buscarlos por todos lados para alertar a su hermana, pero a su progenitor se lo había tragado la tierra, en los registros figuraba como NN. “Muchas veces pienso que alguien lo tiene que haber ayudado”, dice Silvina convencida e indignada.

La fiscalía comenzó a investigar. Sin embargo, nunca pudo dar con el paradero del hombre. Por el contrario, centraron su atención en saber si Silvina estaba diciendo la verdad. Después de un largo proceso, el fiscal le explicó lo difícil que sería que la denuncia tomara curso; explicó que sin penetración sería muy poca la condena; explicó que aunque existieran leyes, posiblemente lo dieran por prescripto; sugirió que quizá si pudiese ampliar su relato… Silvina vio ante ella un proceso eterno sin condena y desistió. Siguió con su terapia, siguió buscando a su progenitor, finalmente pudo ver las formas atroces de su abuso, pero no continuó con el proceso.

El dolor no prescribe

Durante los últimos años, en Argentina, hubo avances en materia de legislación. Si bien el Código Penal de la Nación especifica que si una persona fue víctima de abuso, tiene hasta 12 años para iniciar el proceso judicial, con la sanción de la Ley Piazza (Ley 26.705) en 2011, se estableció que para aquellas situaciones en que la víctima sea menor de edad la prescripción comenzaba a correr a partir de los 18 años. En 2015, se sancionó la Ley de Respeto al tiempo de las víctimas (Ley 27.206), que establece que el plazo de prescripción comienza a correr cuando la persona formula la denuncia o la ratifica. A partir de esto, en un avance significativo, se modificó el Código Penal. No obstante, son muchos los jueces y juezas que interpretan que esto tiene vigencia a partir de la sanción de la Ley y que por tanto no es retroactivo. Y si bien hubo algunas condenas ejemplares, amparadas en tratados internacionales, aún queda mucho camino por recorrer para una justicia completa, no sólo por el resultado, sino para que en esos procesos no exista una revictimización permanente de la persona denunciante.

Según las últimas estadísticas oficiales brindadas hacia fines del 2023 por el que entonces era el Ministerio de Justicia y Derechos Humano de la Nación, en el 85% de las denuncias, el agresor era una persona cercana a la víctima o un familiar, en general el padre. Durante 2017 y 2022, se registraron 14.424 niños, niñas y adolescente víctimas de violencia sexual, el 70% de esos casos fue denunciado a partir de las clases de Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas. Se estima que las cifras reales de abuso sexual infantil son tanto más aberrantes y mayores a lo que muestra la estadística.

Una comunicación dolorosa

Hace un tiempo, Silvina supo a través de una enfermera de Esquel, que se contactó con ella por redes sociales, que su progenitor vive en situación de calle.

A partir de su denuncia, también supo que dentro de su entorno familiar, no fue la única en ser abusada por él.

Semanas atrás, Silvina recibió por Instagram el mensaje de su hermana adolescente, con la que nunca antes había tenido contacto, aunque tantas veces había querido alertarla. La niña le escribió para contarle que ella sabía de su existencia y de su historia, y que ella también había sido abusada. A fin de año, Silvina planea viajar con su hijo para encontrar a su hermana y abrazarla fuerte.

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Encender la luz de la verdad no siempre nos ilumina, pero si nos ayuda a iniciar un proceso de justicia, de reparación, aunque sea en la intimidad. Poco antes de la pandemia, Silvina tuvo una enfermedad infecciosa que casi la mata y que pudieron detener los profesionales del Hospital público. “Viví 39 años sepultada. Estaba literalmente pudriéndome por dentro. Una psicóloga me dijo: con esto volviste a nacer, a partir de hoy es tu vida. Y así lo considero”, explica.

Hay una genealogía del dolor que empieza a romperse cuando se logra hablar. El abuso sexual infantil es una secuencia silente y siniestra que se vive en cientos de miles de hogares argentinos y que se perpetúa en otras formas de violencia que adopta esta sociedad. Las infancias, nuestras hijas e hijos, las niñas y niños que fuimos merecen que podamos torcerle el rumbo a este destino atroz. La ESI no es un capricho, es una necesidad y una urgencia, como lo es visibilizar, asumir y erradicar de una vez y para siempre esta realidad.

Silvina es periodista, fotógrafa, mamá, amiga. Silvina es una mujer curiosa, lectora, sensible, militante, que también pudo aprender a disfrutar de su sexualidad. Silvina no tuvo nadie que la rescatara, se salvó sola, pero sí tuvo docentes que la incentivaron a leer, sí tuvo profesoras que vieron luz en ella, sí tuvo personas que le marcaron otro camino posible. Silvina tiene amigas de su infancia que la ayudan a recordarse sonriendo, tiene fotos donde se reconoce una niña feliz pese al espanto. Silvina tiene una casa llena de luces y fotos y pequeños objetos de arte. Silvina tiene un hijo maravilloso que todos los días la abraza y le recuerda lo importante y valiosa que es.

El abuso sexual infantil deja una huella de horror imposible de erradicar que de ninguna manera nos define. Ponerlo en palabras, gritarlo, intentar la felicidad, abrazarnos, reconocernos, denunciar, vivir con pasión, insistir en la alegría, trascenderlo es y será nuestra victoria.

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