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Ailín García: la ejecución, el ADN y una gran duda

Su homicidio quedó impune por una serie errores en la recolección de evidencia. La causa obligó a realizar reformas en la Justicia. Hoy es materia de estudio.

“Este jurado declara, en nombre del pueblo, no culpable a Farías Valerio Andrés por el delito de homicidio calificado”, detalló el presidente del jurado popular el veredicto que se dio a conocer el 8 de agosto de 2014.

En la vieja sala penal de calle Antártida Argentina no tardaron en escucharse los reclamos.

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“Dejaron un asesino suelto”, afirmó uno de los presentes, mientras otro señaló con tono firme: “¡Cagones!”.

Por unos segundos predominó el sonido de sillas que se corrían y pasos mudos que se alejaban, hasta que un estruendo paralizó a todos y resonó un desgarrador: “¡hijos de mil puta!”.

Todos callaron porque ese grito estremecedor estaba dirigido a toda la Justicia neuquina en su conjunto.

Era la voz de un hombre desahuciado, de un padre al que le había arrebatado la hija y también la justicia.

Penitenciarios al trote corto marcharon rápido y rodearon a Jorge García y sus familiares, todos lacerados por la impunidad.

Por estos lares, la Justicia se actualiza a partir del horror. Todas sus reacciones son espasmódicas y los grandes cambios son traccionados a sangre.

Las denominadas “muertes necesarias” son las que tristemente generar reformas, reformas dilatadas y que se hacen esperar porque los escritorios evitan el roce de los funcionarios con la realidad, hasta que todo colapsa.

Ailín García tenía 21 años cuando fue asesinada el 17 de enero de 2013 con un golpe contundente en la nuca y dos tiros en la cabeza. Su ejecución, literal, quedó impune, pero marcó una suerte de antes y después en el abordaje de la escena del crimen y cadena de custodia.

El caso se convirtió en materia de estudio. Es un hito para la criminalística y la investigación criminal, pero Ailín seguramente no quería ser nada de eso, solo vivir.

Su último cumpleaños lo festejó con unas gaseosas y una torta junto a Farías y el resto de los empleados en el frigorífico familiar. Ella los cumplía el 3 de noviembre y Farías el 4. El dato estremece. El jueves Ailín hubiese cumplido 30 y el viernes Farías cumplió 45.

Una trama familiar

La historia es de largo aliento y tiene condimentos propios de una novela negra donde celos, ambiciones, amenazas y muerte confluyen.

Jorge García, dueño del frigorífico El Abastecedor, desembarcó en Neuquén en la década de 1980 junto a su esposa Mirta Lavacara. Ambos eran oriundos de Río Negro donde García había aprendido el negocio de la comercialización de carne.

Cuando instalaron el frigorífico en calle Lisandro de la Torre y Libertad, García ya tenía ganado en pie y el comercio estaba destinado al desposte y venta al por mayor.

Al lado del frigorífico construyeron una casa donde soñaron darle vida con sus propios hijos.

El negocio prosperó y llegaron a tener distribución de carne hasta San Martín de los Andes.

Pero el progreso comercial no significó nada en sus vidas cuando comprobaron que no podían ser padres. La idea sombría de ser solo dos los desgarraba. Una vida sin hijos, para ellos, no era vida.

El crecimiento económico les permitió intentar con la fertilización asistida, método que estaba en pañales.

Cada nuevo intento devenido en fracaso los hundía aún más hasta que llegó un momento en que por una cuestión de salud física y mental dejaron de intentarlo y decidieron adoptar.

Adoptar en una Argentina burocrática fue un gran desafío para el matrimonio.

Finalmente, en 1992 llegaron Ailín y Mauro. Los bebés llenaron sus vidas y casi adoptan un tercer hijo: Andrés Farías.

El papá de Farías falleció cuando él tenía 8 años por lo que su tío Eliseo le dio una mano muy grande a su cuñada con la crianza de los hijos.

Eliseo trabajaba en el desposte de carne y tenía muy buena relación con García, por lo que en una charla a principios de 1990 le habló de sus sobrinos huérfanos y le pidió que los ayudara.

Andrés Farías con tan solo 13 años y su hermano, Orlando, comenzaron a trabajar en el frigorífico de García que se encariñó mucho con Andrés porque era un pibe callado y trabajador.

“La esposa de García le había pedido varias veces, a lo largo de los años, que lo adoptara, tal como hizo con Ailín y Mauro”, confió una fuente de la investigación a LMN.

Andrés Farias se ganó la confianza de su patrón y aprendió el oficio desde el desposte hasta la distribución.

Con el paso de los años, Andrés fue reconocido por García que lo puso a cargo de los empleados del piso, es decir, de los que trabajaban en desposte.

Si no creció más dentro de la empresa fue porque no sabía leer ni escribir, de hecho al momento del juicio había aprovechado su estadía en la cárcel para iniciar sus estudios primarios. “Estoy comenzando a reconocer algunas letras”, reveló ante el jurado Farías.

El analfabetismo fue una barrera en su desarrollo. No obstante, Farías siempre creyó que “don Jorge”, como le decía él, lo iba a poner al frente del frigorífico cuando se retirara.

Todo cambió cuando Ailín y Mauro crecieron.

Ignacio Segovia, abogado laboral de la familia García durante 36 años, que ejerció como querellante en el juicio, confió que: “Ailín y Mauro, terminada la secundaria, manifestaron que no querían continuar los estudios. García estaba muy consternado por esa situación, porque él era un hombre de trabajo y les dio todo, así que les dijo que si no estudiaban tenían que trabajar”.

Fue así como les enseñó el negocio de la carne y les armó su propio emprendimiento, A&M Hermanos SRL. El A&M era por Ailín y Mauro.

Mirta, la madre, se encargó de enseñarle a Ailín todo el trabajo contable administrativo, mientras que García le pidió a Farías que lo capacitara a Mauro en todo el manejo del piso.

En este punto de la historia, los celos y las ambiciones jugaran un papel importante.

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Negocios paralelos

Muchos de los empleados de García, por afuera del frigorífico trabajaban de carniceros y algunos hasta pusieron sus propios negocios. Esto había sembrado una gran desconfianza en don Jorge.

El hermano de Farías fue despedido por “pérdida de confianza”. Sospecharon que instaló una carnicería, la cual abasteció con carne del frigorífico que nunca pagó. Pero fue incomprobable por lo que terminaron en un litigio laboral.

En cuanto a lo comercial, las cosas al frigorífico no le iban del todo bien.

El desembarco a principios del milenio de los súper e híper en Neuquén tuvieron un fuerte impacto en los frigoríficos de la zona que no podían competir con los precios de las góndolas de los gigantes extranjeros.

Segovia detalló bastante bien ese escenario: “de 150 animales que se despostaban por semana, con el desembarco de los súper e híper se pasó a despostar 15 animales cada dos semanas y se perdieron muchas zonas de distribución”.

La retracción comercial permitió notar el robo hormiga de carne.

García veía que la SRL no iba para ningún lado y tenía intenciones de que sus hijos la cerraran. Ante esa posibilidad, se ajustaron los controles de cada kilo de carne. Se pesaba todo el stock a la noche y a la mañana temprano cuando se abría las cámaras.

A esto, se sumó que Mirta con Ailín comenzaron a visitar deudores y descubrieron que algunos locales ni siquiera existían. Hubo un cliente, González, que les reveló que le había pagado todo a Andrés Farías.

La desconfianza sobre Farías creció y escaló aún más cuando un empleado le reveló a Ailín que Andrés le había propuesto quedarse con carne o fingir un autorobo.

¿Qué había pasado? “Farías no soportaba que los pibes manejaran el negocio y que una mujer, Ailín, lo mandara”, confió un investigador.

Para los jóvenes, en medio de esa transición comercial, les fue muy difícil manejar al personal, pero los últimos episodios obligaron a don Jorge a tomar una decisión drástica que consultó a su abogado.

Resolvieron enviarle a Farías una carta documento donde lo despedían por “pérdida de confianza” y le detallaban el episodio del autorobo.

Ailín fue la encargada de comunicarle el despido el 27 de noviembre de 2012.

“Me la veía venir”, le dijo Farías a uno de sus compañeros cuando se fue para siempre del local.

Vale aclarar, que a los fines legales, la “pérdida de confianza” no es un justificativo, es decir, no demuestra la comisión de un delito en este caso.

¿Cuál era la estrategia de Segovia? que Farías litigara para obtener su indemnización por los más de 20 años de trabajo. Un método por cual los laboralistas buscan desgastar al demandante y llevarlo a buscar un arreglo, siempre por una cifra inferior.

Nadie es inocente en esta trama.

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La ejecución

El frigorífico tenía un edificio de dos plantas de calle Lisandro de la Torre y Libertad. Arriba funcionaban las oficinas administrativas y abajo las cámaras. Justo en la esquina estaba la carnicería.

El hecho ocurrió entre las 11:30 y las 13:30 del 17 de enero de 2013.

Ailín estaba en una de las tres oficinas de la planta alta trabajando en la computadora y escuchando música con los auriculares puestos.

El asesino conocía bien el lugar, eso les quedó claro a todas las partes. Accedió por la terraza, barreteó una puerta e ingresó a la zona de oficinas.

“Subió por una casa lindante (que fue donde los García criaron a sus hijos) y pudimos identificar rastros de calzado y también del forcejeo de la puerta con una barreta”, recordó el licenciado en criminalística Enrique Prueger que actuó como perito de parte en el caso.

El ataque sobre la joven fue artero. Su agresor le dio un golpe con un objeto contundente en la zona occipital derecha.

“Impresiona que esa fue la primera lesión y la inhabilitó para realizar cualquier tipo de defensa”, explicó la médica del gabinete forense Jorgelina Graciela Carmona.

Es decir, a los fines de asesinarla, todo lo que siguió fue innecesario. Tranquilamente el autor la podría haberla rematado con otro golpe, pero quedó en claro que tenía intenciones de dar un mensaje.

Cierto es que las heridas en la cabeza no siempre sangran de inmediato, por eso es que no hubo manchas de arrastre cuando trasladó a Ailín hasta la oficina que había ocupado García y donde estaba parte de la indumentaria de trabajo que se le entregaba al personal.

De hecho, el autor abrió una bolsa que contenía un pantalón y una chaquetilla, ambos de color blanco.

Con la chaquetilla la amordazó atándola en la región cervical, mientras que el pantalón lo utilizó para atarle las piernas a la altura de la rodilla.

Con una soga, de las que se utilizaban en el frigorífico para atar a los animales y luego colgarlos, le ató las manos cruzadas en la espalda haciendo un nudo con moño. Esta soga será clave.

Luego, tanto la forense como el perito de parte, suponen que el asesino la incorporó y le ejecutó el primer tiro a unos pocos centímetros de distancia en la sien del lado izquierdo.

Con la joven desplomada en el suelo la remató con un segundo tiro, también en la zona izquierda, arriba de la oreja.

El autor huyó con el arma homicida, pero dejó la barreta, un dato no menor para alguien que ingresó a matar, porque no se trató de ningún intento de robo, incluso no hubo ningún faltante.

Esa siesta fue brutal para todos los que tomaron intervención en el caso y el impacto que generó socialmente.

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Errores y contradicciones

Lo que ocurrió después del crimen, con el diario del lunes debajo del brazo, fue una ausencia abrumadora de profesionalismo.

Cuando ingresó el cadáver de Ailín al Cuerpo Médico Forense le hicieron las radiografías de rutina e identificaron los dos proyectiles en la cabeza.

La causa de la muerte: “traumatismo cráneo encefálico grave. En el trayecto los proyectiles lesionaron el tejido cerebral provocando el compromiso de las funciones vitales derivando en la muerte”, indicó la médica Carmona.

Ahora, aparecen los elementos que debilitaron la teoría fiscal y que supo aprovechar la defensa en el juicio.

En cuanto al golpe en la cabeza, los forenses aseveraron: “analizamos la barreta y concluimos que no es el elemento causante de la lesión en la zona occipital”, señaló Carmona.

Por su parte, Prueger indicó que sí. Incluso, mostró imágenes al jurado donde comparó el ancho de la lesión con el filo de la garra de la barreta y tienen la misma longitud.

No obstante, al insistir Prueger en el juico con la barreta: “descubrí que había sido mal secuestrada. La fiscalía no había hecho acta de allanamiento y secuestro para llevarse la barreta”, confió el perito a LMN.

Esto derivó en un pedido de nulidad de la prueba por parte de Mendaña.

Luego, la forense indicó que en la mesa de autopsia le retiraron todas las prendas a Ailín, incluso la soga con la cual le ataron las manos en la espalda.

El abogado defensor le acercó a la profesional un acta de todo lo que se llevó la Policía del gabinete forense.

La médica la leyó detenidamente y observó: “las prendas están todas, pero acá falta el cordón o soga con la que estaban sujetas las manos, una hebilla que tenía en el cabello, una cadenita y un pearcing”.

¿Qué sucedió? Que cuando los forenses entregaron todo a la Policía, un efectivo no incluyó todos los elementos en el acta y encima metió todo en una misma bolsa. Grosero error porque permitió la contaminación de la evidencia que debe ser resguardadas de manera individual y rotuladas.

En Criminalística tuvieron que abrir la bolsa y separar la evidencia. Tras el hallazgo de ADN en el nudo de la soga con la que se le ató las manos a Ailín, se remitió la muestra a un laboratorio de Bariloche que fue el que ratificó que el ADN era de Farías. No olviden este detalle.

Sigamos, tras la detención de Farías, el mismo día del crimen pasadas las 17, no se siguió ninguna otra línea de investigación.

El abogado querellante habló de amenazas que recibió Ailín por mensajes de texto. Esto se lo contó a su hija (a la del abogado) y le dijo: “Si me pasa algo, deciles que fue Farías”.

Esos dichos, de amenazas que no reveló a ningún integrante de la familia sino a conocidos, obligó a que intentaran buscar alguna evidencia en el celular de Ailín.

Pero los peritos no pudieron abrir el BlackBerry de la joven porque nadie, ni el novio ni la familia, conocían la clave y los expertos en informática aseguraron que si forzaba la apertura se perdería toda la información.

Incluso, un empleado del frigorífico develó que Farías le había dicho después del despido: “Le voy a dar (a García) donde más le duele”.

En juicio surgieron otros errores. “Se eligió mal la historia que había que contar. No se le dio relevancia a lo que encontramos en la casa de Farías. Debajo de la cama tenía una caja metálica donde guardaba el telegrama de despido y una bala calibre 22, igual a la utilizada en el crimen”, confió un viejo pesquisa.

Apostó tanto la fiscalía a la evidencia del ADN, que cuando lo tuvieron a Farías en el estrado declarando solo preguntaron por el origen de la soga y el peso soportaba. Esa oportunidad clave, a los fines de la teoría acusatoria, se dejó pasar.

Quien sí aprovechó el escenario fue el defensor Ricardo Mendaña logrando que Farías detallara el derrotero del día del crimen y el anterior. Ambas jornadas la pasó rodeados por familiares haciendo trámites y arreglando su futuro emprendimiento: una carnicería.

Por último, Mendaña supo instalar la duda en el jurado.

"Nadie vio entrar ni salir a Farías del edificio. La fiscalía no tiene ni el elemento contundente con el que golpearon a la joven, ni el arma homicida. La historia no cierra, es un rompecabezas con partes que no están. Los investigadores no investigaron ninguna otra hipótesis.

Las muestras de ADN no se discuten, pero sí cómo fueron obtenidas, cuidadas y trasladadas de una forma tal que los resultados sean confiables. Acá, no se incautó correctamente y no hubo cadena de custodia. El ADN pesa si la prueba estuvo bien obtenida y a la vista está que no lo fue”, remató el defensor en su alegato.

A casi diez años del crimen, el letrado dialogó con LMN y confió: “no se puede investigar un crimen sin hipótesis alternativas, sin un riguroso tratamiento de la evidencia física y un trabajo profesional en la escena del hecho. A partir de este caso, eso cambió bastante".

Con todos estos elementos, los doce jurados se encerraron a deliberar y evaluar las pruebas generadas en el juicio. La más comprometedora, que era el ADN, se derrumbó como un castillo de naipes por la falta de cuidados en la cadena de custodia. Ese terminó siendo el talón de Aquiles de la investigación que concluyó con el “no culpable” y la absolución de culpa y cargo de Andrés Farías.

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Los cambios

En ese juicio hubo mucho más que un veredicto. En ese juicio, el primero por jurado popular en la ciudad, hubo una puja sobre las capacidades a la hora de litigar y si los ciudadanos estaban en condiciones de evaluar evidencias y relatos para condenar o no a una persona.

Previo al juicio y a sabiendas de lo que había ocurrido en este caso, el Ministerio Público Fiscal presentó el 26 de marzo de 2014 un “Instructivo de registración y cadena de custodia para secuestros”.

Posterior al juicio, el TSJ creó en enero de 2015 el Laboratorio de Criminalística dependiente del Cuerpo Médico Forense.

Otros cambios más profundos sufrieron los involucrados. Los padres de Ailín se fueron de Neuquén y Farías aprendió a leer y devoró la Biblia, a tal punto que actualmente es pastor evangélico.

A esta altura de la historia, la causa no tiene una sola arista por la cual se pueda reabrir para intentar su esclarecimiento.

El crimen de Ailín parece estar condenado a la impunidad y el pastor Farías a la duda eterna.

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