Dos historias se unen para contar cómo fue la explosión del galpón Fadec
Jorge conoció al bombero que socorrió a su familia cuando él tenía 4 años.
Guadalupe Maqueda
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El niño de apenas cuatro años que sobrevivió a la tremenda explosión del galpón Fadec en agosto de 1974 hoy es un hombre que apuesta a la vida. Camina por las calles de esta ciudad, tiene dos hijos adolescentes y es el kinesiólogo del plantel del club Cipolletti.
Jorge Figueroa tiene 47 años y no recuerda nada del accidente en el que perdió a sus padres, Teresa y Leopoldo, y a sus dos hermanos, Daniel y Rubén, de 11 y 8 años. En el siniestro también falleció un sereno. A poco de cumplirse un año más de la tragedia, conoció a uno de los hombres que ayudó a sacar algo más que escombros: Juan Ramón Jañaz (de 78 años), actualmente secretario de la comisión directiva de la Asociación de Bomberos.
En un bar de esta ciudad se estrecharon fuerte la mano. Se miraron de frente, con ojos humedecidos. “Usted es el que me tiene que contar, yo no me acuerdo de nada”, dijo Figueroa. Y Jañaz le respondió: “Yo no me olvido, nada me ha impresionado tanto como bombero. Es que a mí me tocó sacar a su madre y a su hermano (el mayor)”.
La escritora Irene Montesino hizo posible este encuentro. Conoce a Figueroa porque alguna vez fue su kinesiólogo, y a Jañaz, desde que era una niña.
El incendio
La noche del 24 de agosto de 1974, Jorge y su familia tenían que dormir en el galpón porque todavía no podían mudarse a la casa que sus padres estaban construyendo. El carpintero se había atrasado con la colocación de una puerta.
Se subieron a la Rambler y no arrancaba, pero dos transeúntes ocasionales ayudaron a empujar. Así pudieron llegar hasta el galpón de Tres Arroyos al 500, donde una pérdida de gas se filtraba por un caño maestro a las cloacas desde hace días. El padre de Figueroa sentía el olor, aunque no podía establecer de dónde venía.
No había luz en todo Cipolletti, sin embargo, al momento de ingresar al galpón con el auto, algo prendió, no se sabe bien qué fue, y explotó todo. Se rajó el piso y el vehículo cayó con Figueroa, su madre y su hermano mayor adentro. Las otras víctimas fatales estaban afuera.
“A mí me salvó que el auto se haya hundido. Yo venía dormido y lo que sé es que me encontraron en el piso del auto cuando comencé a llorar”, contó Jorge.
Jañaz recordó que en un principio no se sabía bien qué estaban buscando ni por dónde hacerlo, mientras intentaban apuntalar la estructura para que no se viniera abajo. Mucha gente ayudó a retirar escombros y trabajaron hasta el día siguiente con un generador de energía eléctrica porque estaban oscuras.
A la madre de Figueroa la cargó en sus brazos y con el hermanito mayor estuvo en sus últimos minutos de vida. “Me pegó un apretón en la mano y se nos murió. Fue muy doloroso, el peor recuerdo que he tenido. Yo lo saqué y lo llevé a la ambulancia. Quedé noqueado, tenía un niño más o menos de la misma edad”, expresó.
Falleció 15 minutos antes de poder sacarlo con vida, mientras retiraban los escombros y pasaban una luz para no dejar de alumbrarlo.
Visiblemente conmovido por el relato del bombero, Figueroa confesó: “A mí me impactó que no me pasara nada. Tenía la cara llena de esquirlas de vidrio y lo único que me quedó fue una marca en la cara. Por qué, para qué, son preguntas que me hago siempre”.
Rompecabezas
Figueroa pudo rearmar el rompecabezas de su vida con el relato de otras personas. Familiares, amigos, conocidos y recortes de diarios de la época. Durante muchos años, creció con la idea de que sus padres y sus dos hermanos se habían ido de viaje y en algún momento volverían. Pero a los 11, descubrió la verdad, que habían muerto todos. Con el tiempo, pudo perdonar y entendió que su abuela Yolanda, quien lo crió, hizo lo que pudo. “No me olvido que ella perdió un hijo, dos nietos y una nuera”, cerró.
Su pareja nunca dejó de agarrarle la mano, y del encuentro también participaron Denis Delf Martínez, otro miembro de la Asociación Mutualista Ocaso, Raúl Vena, el presidente de Bomberos, y José Luis Bunter, al frente de la Cámara Industrial y de Comercio, todos para llevarle un abrazo de la comunidad.
Yolanda, la otra heroína de JorgeYolanda, la abuela de Jorge Figueroa, primero le pidió a Dios que le dé vida hasta que su nieto cumpliera 12 años, ya que a esa edad se decía que el varón se ponía “los pantalones largos”. Luego, le pidió vida hasta los 18. Entonces le entregó un rollo de diarios de la época que relataban el incidente. Y, finalmente, quiso verlo recibido. Eso ocurrió en el año 1995. Falleció un año después. “Mi abuela era una persona humilde, de bajos recursos, pero tuvo la sabiduría de criarme como un hijo más, sin lástima. Y no me regaló nada”, destacó Jorge, y agregó: “La fortaleza que tuve para superar lo que pasó la saqué de ella, quien me dio las herramientas para no abatirme”.
Juan Ramón Jañaz también sufrió la pérdida de sus padres cuando era un niño, ya que a los seis años quedó huérfano. De ahí en más, se crió como pudo. Cuando cumplió los 18 años, cruzó la cordillera de los Andes y en la Argentina echó raíces.
La historia de los cipoleños se hizo libro
La escritora cipoleña Irene Montesino, autora del libro Hasta el otoño que viene, fue clave en el postergado encuentro entre Jorge Figueroa y el bombero Juan Ramón Jañaz. Conocía la historia, la convirtió en un relato literario para el quinto concurso municipal Descubrí Cipolletti y luego gestionó la reunión entre los dos protagonistas de la conmovedora historia.
Su relato recoge la vida del bombero Jañaz, a quien conoció cuando era una niña y luego volvió a verlo como miembro de la comisión directiva de la Asociación Mutualista Ocaso.
Jañaz le había obsequiado un ropero cuando era niña y luego lo utilizaron sus propios hijos y nietos. “Uní el ropero, el que conservo hasta hoy, con el hecho de encontrarlo de nuevo sirviendo a la comunidad”, expresó la escritora durante el encuentro del ex bombero y Figueroa.
El relato participa del concurso literario de historias sobre la ciudad o su identidad y el sábado próximo se conocerán los resultados.
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