Psicología del adiós: cómo asumir el punto final de una pareja
La psicóloga María Schiavoni explica por qué es tan difícil concluir un vínculo. Señales, decisiones, duelos y reinicios: todo lo que entra en el fin del amor.
Ya no te amo. La respuesta llegó una madrugada de verano, después de festejar su cumpleaños, mientras miraban en techo desde la cama. Estaban separados hace poco más de un mes, pero por cuestiones técnicas seguían conviviendo esa recta final. Todos los días, casi como un ritual, ella preguntaba: “¿me amás?”. No era un capricho, era la necesidad de confirmar que el único hilo que quedaba para sostener sus vidas tales como las conocían, aún estaba ahí. Habían empezado a separarse muchos años antes de poder nombrarlo: “la lenta máquina del desamor”, decía Julio Cortazar. Lo habían intentado todo, incluso hasta esas cuatro palabras y el punto final.
La escena sucede a pocas cuadras de acá, o quizá un poco más allá: el amor y el desamor es el más común de los lugares en este universo nuestro latinoamericano y ocupa una gran porción de nuestras vidas. La poeta uruguaya Idea Vilariño lo explicaba así: “dónde el sueño cumplido y dónde el loco amor que todos o que algunos siempre tras la serena máscara pedimos de rodillas”.
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Sobre mucho de eso sabe la psicóloga María Schiavoni (MPNQN 457), que hace más de 20 años ejerce su profesión en Neuquén, acompañando procesos de estos y otros con “respeto, responsabilidad y compromiso, y también con gratitud: cada paciente es un maestro que llega para mostrar algo y dejar huella”, dice.
María nació en Allen, estudió psicología en la UFLO, es psicoanalista y explica que “aún así, en el transcurrir de la práctica el enfoque se fue ampliando en términos integrales”.
Un tiempo atrás, incorporó las redes sociales (@schiavonimaria.psi) como un nuevo canal de encuentro, diálogo y conocimiento con sus pacientes y otras personas.“El ejercicio de la profesión no es algo estático en mí, es algo que se renueva cada vez que escucho, hablo y escribo”, dice. Y aunque trabaja sobre un sinfín de tópicos, el amor sobresale como el gran tema, quizá porque es el de todos.
No va más
—¿Qué nos indica que una pareja no va más?
—Es sustancial aclarar que hablamos siempre dentro de relaciones sanas, no hablamos de abuso, violencia, infidelidades, vidas paralelas. Aclarado eso, cada relación es un mundo en sí mismo, por tanto, también lo es la dinámica y también lo son los indicadores que tenemos que tener en cuenta para saber si una relación está en su recta final. Hay señales del orden de lo vincular y señales del orden de lo individual. Partimos de la base que si uno de los integrantes de la relación está mal, la relación está mal. Ahora, cuando hablamos de indicadores es importante que tengamos en cuenta que los mismos tienen estar enquistados, tienen que ser sostenidos y no indicadores que pueden ser aislados, que pueden ser parte de la funcionalidad de los ciclos esperables, transicionales y vitales dentro de una relación.
Pueden ser: ausencia de proyectos, invalidación emocional, quiebre en la comunicación asertiva, cuando no hay presencia emocional más allá de que hay presencia física, ausencia de deseo, ausencia de intimidad, desgaste crónico, quejas, competencia, heridas no resueltas que siguen doliendo generando conflicto y distancia, sentirse solo aún estando acompañados. Estar atentos a si la relación nos representa en nuestra versión actual es clave. Ser consciente de todo esto puede ser incómodo, doloroso, frustrante. Aún así, hacerse presente en la verdad, nos permite abrazar la libertad y la responsabilidad para tomar decisiones, crecer y evolucionar.
—¿Hay conductas o lugares comunes en los que caemos antes de una separación?
—El final de una relación, separarse, no es un acto repentino, es un proceso silencioso que comienza a gestarse dentro de la propia relación, mucho antes del desenlace visible de la separación física. Y es en esa gestación dónde podemos encontrarnos en determinados lugares, en determinadas conductas, como por ejemplo sosteniendo lo insostenible con sacrificio y sufrimiento; permaneciendo por culpa, miedo, estructura, inseguridades; mirando y buscando afuera lo que no encontramos adentro; idealizando etapas anteriores y amarrándose a ellas; buscando culpables y no asumiendo responsabilidades.
—¿Cuándo vale la pena trabajar para salvar una relación y cuándo no?
—Estemos atentos a los significantes que estamos empleando para evaluar un posible punto de partida. Pena y salvataje. Si entendemos por pena tristeza profunda, quizá no sea un punto de partida saludable y reconstructivo. No se salva, se sana: se reconstruye mutuamente. La pregunta es ¿cuándo vale la inversión para intentar reconstruir una relación? Cuando ambos desean reparar la relación y están comprometidos con ese fin, no sólo desde la palabra, sino desde los actos y la coherencia de esos dos núcleos; cuando el vínculo tiene un presente más allá de la historia; cuando hay intentos y en esos intentos hay superación de etapas, resolución de conflictos, sanación de heridas y no son intentos vacíos que nos mantienen en un espiral vicioso sin crecimiento vincular; cuando los intentos valen y cuando no abusamos de ellos.
La lenta máquina del desamor
Como una ceremonia inconsciente, cada vez que salía de trabajar y subía al auto, equivocaba el camino y una vez más estaba frente a la casa donde ya no habitaba nadie. Otros días, en apariencia resuelta, volvía a pasear el perro por la plaza; a encontrar las ofertas del supermercado; a charlar con la vecina de la vereda; a chequear si había nuevos inquilinos; a mirar como avanzaba el otoño sin un nosotros.
—Esta también es un lugar común, entonces:¿Por qué nos cuesta tanto romper aún cuando no somos felices?
—La pregunta tiene una porción de respuesta. Romper con alguien es tomar una decisión y toda decisión tiene un costo, consecuencias internas y externas. En realidad, lo que cuesta es lidiar con la responsabilidad de la toma y ejecución de ese decidir, más aún cuando hablamos de este tenor de decisiones que implican renunciar, perder, aceptar, duelar. Cuando un vínculo se rompe, el sujeto también se rompe y en un plano consciente o no, es ese sujeto el que puede sentir que no está listo para atravesar ese puente con matices de todo tipo de colores y aristas emocionales complejas.
Este rompimiento es una invitación a la visibilización de cómo el sujeto que rompió se relaciona con los mandatos, prejuicios, sus propias sombras, inseguridades, fortalezas, sobre todo de cuán disponible está para encontrarse con uno mismo. ¿Por qué cuesta? Porque aún hoy esta instancia es vivida como un fracaso. Puede que lo sea, puede que no. Más allá de la interpretación que elijo, la pregunta es hacia nuestro ego y a cómo él se relaciona con este concepto.
—¿El amor es suficiente para sostener una relación?
—Es necesario, pero no suficiente. Desde un lugar romántico, imaginario, ideal, seduce, pero también marea. Se puede pensar que el amor dentro de una relación es una fuerza todopoderosa que acomoda todo, pero no, no siempre. Para que una pareja funcione saludablemente hay otros componentes que tienen que estar presentes: responsabilidad afectiva, compromiso, respeto, disponibilidad y más. Hay conceptos que se relacionan, pero representan distintas profundidades. El amor, decidir amar y elegir ese vínculo como compañero de vida. Porque es en ese vínculo donde sentimos seguridad emocional. Sentimos que hay algo del orden de la nutrición, que aporta a nuestro crecimiento personal, porque es ese vínculo el que nos acerca a nosotros mismos y, por tanto, a nuestro propio amor.
—¿Existe el fin del amor?
—Asumir el fin de una relación no siempre implica el fin del amor. Muchas veces se trabaja sobre la aceptación del fin de un vínculo aun con amor, en pos de concientizar que esa muerte es parte de la transformación necesaria para evolucionar ¿Por qué cuesta asumir? Porque al igual que con el fracaso, no nos relacionamos natural y fluidamente con los finales, nos relacionamos con resistencias. ¿Y a qué nos resistimos? ¿Por qué? Nos resistimos porque nos sitúa frente a lo irreversible, lo innegable, lo que ya no tiene retorno con el formato que supo tener. Asumir, aceptar, no siempre alivia de inmediato. Pero va liberando y en esa liberación comienza el retorno a uno mismo.
Morir y renacer
Hay una canción preciosa de Jaime Dávalos y Eduardo Falú que se llama Resolana y que en una de sus estrofas dice: “Y cuando el amor renace/vuelve a cantar la vida/vuelve la fe perdida/todo tiene sentido otra vez/que te quede de mí la ternura/como resolana debajo la piel”.
—¿Así como separarse es romperse, duelar es renacer?¿Qué es lo esperable en un duelo?
—El duelo como todo proceso y como la vida misma no es lineal. Se avanza, se retrocede, hay recaídas ruidosas y también silenciosas. Cada sujeto lo vive a su manera, aún así hay segmentos que se presentan más allá de los tiempos, las formas, la individualidad y la apertura para travesar ese duelo y así atravesarse a uno mismo. Confusión, dudas, dolor, idealización, frustración, enojo, ira, rumiación mental, irregularidades en el sueño, en la alimentación y más. Es un proceso de reconfiguración personal, de resignificación. El duelo es un pasaje que abre. ¿Qué se necesita para este pasaje? Muchas cosas, pero sustancial es ser paciente, ser amigable, saber cuidarse, saber rodearse, saber pedir asistencia y saber recibir ayuda. Elegir seres que cobijen, que acompañen y que nos juzguen. Es eso, es un pasaje que abre.
—¿Por qué tener valentía y dar vuelta la página?
—Valentía y dar vuelta la página. Nuestro libro de vida tiene muchos capítulos. Para avanzar hay que dar vuelta la página. Termino de escribir uno y voy por el siguiente ¿Esto requiere valentía? Sí, claro está. ¿Y por qué es importante ser valiente? Por muchas cosas, pero por sobre todo porque es una oportunidad para demostrarse amor a uno mismo, autocuidado, autorespeto. Dar vuelta la página conecta con la pulsión de vida y la valentía implica elegir aunque duela, sabiendo y confiando en que hay algo más allá del dolor.
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