Era peón rural y hoy atesora un oficio de la Edad Media
Pablo Gutiérrez es de Cipolletti y es uno de los pocos herradores de la zona. Pasó de ser peón rural a formarse y convertirse en uno de los mejores del oficio.
Una fragua móvil deja el hierro al rojo vivo y él, con la precisión de un artesano, le da la forma exacta que la herradura debe tener para proteger el vaso del caballo. Cada golpe sobre la bigornia y repiqueteo del martillo suenan a tiempos pasados, cuando el oficio del herrero movía al mundo.
Pablo Gutiérrez lleva más de 15 años cultivando un oficio que sólo conocen unos pocos: herrador de caballos. Vive en la Isla Jordán junto a su hijo y su esposa y ha hecho del oficio de herrador su medio de vida. Solamente se dedica a esa actividad y de lunes a sábados atiende caballos de paseo, trabajo, criollos, de salto, polo y de carrera.
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Antes de aprender el oficio, Pablo era peón rural en una chacra. Hoy tiene su propia camioneta, un equipo de herramientas por demás completo y una cartera de clientes, en su mayoría amigos, que en la región confían en su profesionalismo y contratan sus servicios.
El gusto por los caballos que tuvo desde niño y el haberse cruzado en el camino de la vida a un herrador experimentado, Nicolás Etchemaite, fueron claves para su presente. “Nicolás me enseñó este oficio y terminé trabajando con él. Después, empecé a verle la veta a esta actividad. Había muchos caballos para trabajar pero faltaban herradores y Nico no podía con todo”, recordó.
Con el tiempo Pablo fue perfeccionando sus técnicas y adquiriendo cada vez más conocimientos de un oficio que lleva miles de años de historia. Una buena herrada hace que el animal tenga el aplomo correcto. “Las manos y las patas del caballo son importantísimas para la salud del animal. Si un caballo no está bien aplomado, seguro que le va a generar dolores. Hay que ver cómo y en qué tiempos pisa el caballo, hay mucha observación previa”, explicó.
Entre los secretos del herrador a la hora de preparar el vaso y colocar las herraduras, más allá de la técnica, también existe una conexión que Pablo tiene con los caballos. Es capaz de percibir el ánimo del animal, si está tranquilo o estresado, y generar el momento ideal para que la herrada no sea un proceso que le provoque un trauma al equino. Tiene el oficio un alto riesgo de recibir una patada o una pisada en medio del trabajo. Cuidar el cuerpo del herrador, las manos y la cintura, es importantísimo.
“Hay diferentes maneras de herrar según para qué se coloque la herradura. Herrar un caballo de salto no tiene la misma forma de herrar un caballo criollo que compite en los tambores. Esto es un arte, yo me puedo equivocar como cualquiera. No existe una máquina que te garantice una herrada perfecta”, agregó.
Lucas, el hijo de Pablo, lo acompaña a herrar cuando no va a la facultad y le da una mano preparando las herramientas. Eligió otro camino, estudia la tecnicatura en petróleo. Y a Pablo no le molesta que no haya querido seguir sus pasos. “Él (por su hijo) tiene que estudiar, herrar es un oficio que si no lo sentís con pasión, no lo podés hacer”, contó.
Cada mañana Pablo sale a hacer del oficio del herrador, su propio estilo de vida. Es feliz haciendo lo que le gusta y tiene mucho para agradecer a los más de cien clientes que mes a mes lo llaman para herrar caballos en toda la región. “Cómo no voy a estar agradecido con este oficio si cuando yo trabajaba en la chacra de peón sólo tenía un bicicleta para moverme”, reflexionó al mismo tiempo que valoró cada uno de los amigos que fue cosechando en el camino, entre clavos y herraduras.
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