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La increíble historia del gato al que busca todo un barrio

Una mujer perdió a su gato, pero se encontró con una inmensa red solidaria en el famoso triángulo del Barrio Progreso.

Ya es de noche cuando alguien golpea las manos en la casa de Beatriz. Es un niño de unos 12 años que viene a decirle, visiblemente agitado, que acaba de ver un gato muy parecido al suyo, “al lado de la iglesia de allá a la vuelta”. Enseguida, Beatriz agarra la llave, cierra la puerta y junto al niño corre hacia el lugar. Efectivamente, hay gatos muy parecidos al suyo, pero ninguno de ellos es Celestino.

Hace 25 años que Beatriz vive la calle Roca al 2200 del barrio Progreso. Es una vecina de tratos cordiales como cualquiera, sólo que ella tiene algunas particularidades. Su casa es conocida porque junta alambres tirados en la calle, les busca forma, les pone nombres que escribe con marcador en una cinta de papel y los cuelga en las paredes de su casa: Sobreviviendo, Bicicleteando, Rafting en Aluminé, Jinete de tierra.

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Foto de la casa.jpg

Saben quién es Beatriz porque siempre que abre las puertas, que alguien pasa pidiendo ayuda y en la medida de lo posible, tiene una palabra de aliento o un poco de pan para compartir; porque todos los días sale a pasear con su inmenso perro marrón a la plaza y habla con cada ser vivo que se cruza en el camino. Pero sin dudas, quienes más la reconocen son los niños -ahora ya un poco más grandes- a los que durante mucho tiempo les contó cuentos en la vereda de su casa.

¿Dónde estás Celestino?

El viernes a la mañana, Celestino, el gato de Beatriz, se perdió. Salió a jugar un rato a la vereda como todos los días, pero algo pasó que esta vez no volvió a entrar. Es un macho de tan solo un año, que tiene el pelaje corto y blanco con machas grises, los ojos muy celestes y la cola quebrada por una malformación.

Ese mismo día, Beatriz caminó por el barrio y habló con todos los vecinos. Pero pasaron las horas y el gato no volvió, entonces empapeló las cuadras cercanas con afiches que le hizo su hija Silvina.

Afiche Celestino -vertical-.jpg

En una de las casas del frente, le dijeron que al gato lo habían visto por el techo. Desde entonces concentró su búsqueda en el Triangulo del Progreso, donde para su sorpresa se creó un boca en boca que hace que todos los días sean muchas las personas que golpeen la puerta con algún dato valioso, o un gato en brazos, o una foto de animales muy parecidos al suyo.

–Estoy muy emocionada, aun en la tristeza de haber perdido a Celestino. Es genial como son todos solidarios, como están atentos. Las cosas que Dios hace…esto me permitió conocer mucho más a mis vecinos. Todos me dejaron poner carteles en sus casas, en su negocio: el señor del caño de escape, el de la verdulería, el del almacén o la chica que hace las viandas –, dice Beatriz.

Solidaridad y reciprocidad

Joseline es una niña de unos 7 u 8 años que vive a la vuelta, a unas dos cuadras. Allá a lo lejos, viene caminando con dos niños un poco más grandes, a los que Beatriz les contaba cuentos unos años atrás. Trae un inmenso gato en sus brazos que apenas puede cargar.

–Señora, señora –grita uno– encontramos su gato.

Tampoco es Celestino. La escena se va repitiendo a lo largo del día con un hombre que llega con sus dos pequeños mellizos de una mano y un gato en la otra; con otro que para un auto en la esquina e indica que por allí hay un gato con la cola quebrada; o el hijo de Ingrid, que perjura que un gato idéntico se escondió en la casa del acumulador; unas chicas que pasan y hablan nuevamente del gato de la Iglesia. Cada vez que Beatriz confirma que esos no son su gato, se pone un poco triste y de alguna forma esa tristeza también alcanza a sus vecinos que se ilusionaron con la posibilidad de regalar un poquito de felicidad.

–Todos somos iguales en el barrio y en la vida. Aquí hay mucha gente trabajadora y valiosa. Mucha gente que levantó y arregló con mucho esfuerzo su casa, que pelea por salir adelante –dice Beatriz con lágrimas en los ojos –Yo sigo aquí esperando un milagro y aunque no quiero distraer a Dios con esto que es sencillo, nada en relación a lo que pasa en el mundo, en Chile con los incendios, las personas y los animales que mueren por esa causa; en nuestro país con la terrible realidad; lo único que le pido a San Francisco, que es el protector de los animalitos, que no haga sufrir a Celestino. Es lo único que le pido.

Gato celestino y su dueña -Vertical-.jpg

Más tarde Joseline vuelve a la casa de su vecina a preguntar por esos famosos cuentos de los que le hablaron sus amigos y enseguida Beatriz le cuenta “el del gallito”. A la niña le gusta mucho y más tarde viene su mamá, que también se queda charlando en la vereda sobre la posibilidad de que Beatriz, que fue maestra, algún día les enseñe a leer. Las tres se entusiasman y aunque eso pase o no pase, lo importante allí es la posibilidad de proyectar como vecinas.

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