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La mesa de café que se convirtió en postal cipoleña

Como Polémica en el bar pero en calle Roca, la historia de un ritual de amigos.

Analía Castro

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Un museo viviente que renueva su tradición día a día, con clientes vitalicios que entran y salen de una mesa, entre trámites y “si el estacionamiento lo permite”, mientras se escurre la mañana. Amigos desde siempre, cómplices de aventuras de colegio, conocidos de conocidos; hoy empresarios, ex legisladores, sindicalistas, empleados -en su mayoría jubilados- que no pueden evitar el ritual de reunirse, medirse con chicanas futboleras, trenzarse en discusiones políticas o compartir los entretelones de la ciudad. Todo ocurre en una mesa del Bar Cipolletti.

“Acá se arregla el país, todos tienen la solución a los temas de Cipolletti. Están también los economistas, se llegan a caer los dólares arriba de la mesa. Cuando eran jóvenes estos viejos hablaban de mujeres… Ahora miran”, dice con humor Néstor “Quitín” García, empresario, ex concejal y habitué del lugar.

Una mesa netamente masculina que excede los días hábiles y que puede prolongarse hasta pasado el mediodía los reúne en la versión local de Polémica en el bar, casi siempre en la vereda del Bar Cipolletti, un emblema de la ciudad en calle Roca.

Personajes conocidos que son parte del paisaje urbano. Más de un transeúnte los saluda al pasar, cuando no intercambian bromas con complicidad. “Ese es otro de la mesa, pero la señora no lo deja quedarse. Dejalo que venga un ratito”, le grita García a la pareja de Jorge Badillo, que se aleja junto al ex concejal sonriendo.

Al igual que la imagen que Santos Discépolo sembró en la memoria colectiva, de chicos miraban de afuera como a esas cosas que nunca se alcanzan. Atravesar esas puertas era un símbolo de mayoría de edad. “Me daba bronca que entrara mi hermano mayor y yo no. Estaba deseando cumplir 18 años para poder hacerlo y jugar al ajedrez, al billar, a las cartas. Era como quien quiere ir a bailar”, recuerda entre risas el ex presidente de Cipolletti. “A mí me pasaba lo mismo, yo tenía dos hermanos más grandes”, suma identificado Jorge Urcola, contador de 79 años, mientras toma un café.

Pelean pero no rompen el lazo

Se mantienen fieles al bar por su familiaridad, como una costumbre que no resiste análisis. Ni las rivalidades políticas, intensas en la actualidad, logran disolver la convocatoria. “Acá se habla de todo: fútbol y política en especial. En este momento hay un ambiente tenso”, reconoce Arca pero asegura que se descomprime con chistes y cargadas, recurrentes también en las típicas peleas por Boca y River. “Cada uno tiene su opinión con la voz más baja, más fuerte, más despacio, pero siempre vamos a volver”, agrega Urcola, hincha millonario.

Raúl Cartera, otro habitué, se sube a la conversación para precisar: “Siempre hay cuatro o cinco contra dos o tres que son perdedores y les caen con todo. Pero nos levantamos de acá y se terminó. Por ahí hay algunos no se saludan por dos días, o dejan de sentarse juntos, pero se les pasa”. “Se tolera todo, se opina hasta cuando pasa una linda chica. Y se mezcla todo, tenemos distintas actividades. Viene el que asegura y le decimos ‘para qué vamos a chocar si vos no vas a pagar el seguro’. Todos lo toman con humor, nadie pone la chapa ahí arriba”, sostiene García y añade: “El 90 por ciento somos jubilados. Llegamos y saludamos al PAMI. Pero tenemos gente joven que viene, chicos de 18 años, que se divierten porque les contamos cómo era la vida. Les gusta hablar con grandes”.

El folclore del café

“Esto empieza a las 7 de la mañana”, contextualiza García, cuya actitud extrovertida contrasta con la de Juan Salas, que sentado a su derecha asiente en silencio. “Muchos vienen a desayunar, leen las noticias y después se agarran. Se renueva permanentemente. Los fines de semana más todavía. El domingo es sagrado. A las 12:30 no queda nadie, estamos todos esperando si nos invitan los hijos o si tenemos que comprar comida, pero estamos acá. Los sábados se hace más extenso”, detalla sobre el ritual.

Sólo una cosa puede alejarlos del café y del encuentro diario. “El problema que tenemos ahora, para los 25 o 30 que somos, es el estacionamiento. Muchos no venimos porque tenés que dejar el auto a dos o tres cuadras”, cuenta García.

El Bar Cipolletti, ayer y hoy

Las lógicas de funcionamiento cambiaron en el bar que fundó la familia Giacinti a fines de la década del 40. De ser la atracción del pueblo y concentrar el movimiento nocturno pasó a ser un refugio que resiste la posmodernidad.

“Antes era por la noche, nos juntábamos todos a jugar. Ahora es charla, el juego era de jóvenes”, rememora Urcola, mientras García agrega: “Ahora viene gente a jugar al billar que en aquel tiempo no existía”. Y Cartera añade: “En los años 60, veníamos arregladitos para ir al baile”.

Más tarde, Daniel, quien trabaja hace 15 años en el bar, compara: “La generación cambió y como no mutó el tema de los naipes en la generación mía (tengo 46 años), no mutó el pool para los pibes de hoy. Igual hay gente que viene a las 7 de la tarde a jugarse unas fichas. Diez años atrás esto solía estar lleno, pero ahora no hay tanto trabajo”.

Un boliche que resiste por pasión familiar

El tiempo se detiene puertas adentro, atrapado entre paredes cargadas de historia, tacos de billar y cuadros que hoy cotizan como tesoros vintage. Las mesas de pool se despliegan luego de una primera tanda de mesas de café. Una serie de carteles indican restricciones de venta de alcohol y de permanencia horaria para menores.

Un poco más al fondo, la barra de costado y Juan, el sobrino del dueño, Juan José Rolando. De pocas palabras pero amable, relata: “Esto empezó en 1947. Con los hermanos Giacinti. Después vino Casalli, Parra y Anselmo Rolando, que falleció hace 4 años. Quedó el hijo. Yo vengo a pasar el tiempo, me distraigo y ayudo”, relata.

Daniel, el otro encargado, cuenta: “Por acá pasó mi viejo, mi tío. Venían a buscar sándwiches, a jugar a los naipes o a los dados. Yo, vagoneta, también me metí aquí adentro y quedé siendo un accesorio más”, afirma y describe: “Los dueños son muy buena gente, muy laburantes, muy nostálgicos con lo que hacen. Gente de bodegón que toda la vida va a hacer lo que le gusta”.

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