A todo o nada en CABA: Javier Milei y su audacia de gobernar sin negociar
La elección de hoy en CABA no solo define un nuevo liderazgo local, pone a prueba el estilo de poder que propone Javier Milei.
Este domingo, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) será escenario de una elección que excede con creces el marco local. No se trata solo de quién gobernará el distrito más importante del país en términos económicos y simbólicos, sino de qué tipo de liderazgo y de qué valores está dispuesta a validar la sociedad porteña. En el centro de esa disputa se encuentra Javier Milei, presidente de la Nación, que ha decidido jugarse una carta fuerte: apoyar sin ambigüedades a su vocero, Manuel Adorni, como candidato en la Ciudad, y hacerlo sin alianzas, sin concesiones y sin negociar el poder.
Milei no estará en Roma para la entronización del Papa León XIV. No viajará para rendir homenaje al nuevo jefe de la Iglesia Católica. Se quedará en Buenos Aires para reforzar la campaña de su candidato. Ese solo dato, anecdótico en apariencia, encierra una señal poderosa: su mirada está enfocada en consolidar poder interno, no en los gestos simbólicos del diálogo institucional o internacional. Juega todas sus fichas en esta elección, consciente de que el resultado del domingo puede redefinir su presidencia, su liderazgo y, también, el futuro político de la derecha argentina.
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Manuel Adorni es, ante todo, un soldado leal. No tiene peso propio en la estructura porteña ni una trayectoria política significativa previa a su función como vocero. Su candidatura es, en sí misma, un mensaje: Milei no solo decide el rumbo económico del país, sino que también designa quién debe representar sus ideas, incluso en una jurisdicción tan sofisticada y compleja como la Ciudad de Buenos Aires. No importa la territorialidad, la experiencia o la capacidad de tejer acuerdos. Lo que importa es la obediencia y la claridad ideológica. Adorni, en ese sentido, es el candidato perfecto.
Esta lógica verticalista se distancia por completo de la tradición política porteña, que históricamente ha premiado a dirigentes con autonomía, capacidad de gestión y moderación. CABA ha sido, en las últimas décadas, un bastión del liberalismo político y cultural, no solo económico. Aquí, el votante promedio ha mostrado una sensibilidad particular frente a temas como la libertad de prensa, la transparencia institucional, los derechos civiles y la convivencia democrática. La candidatura de Adorni, bendecida por Milei y carente de acuerdos con otras fuerzas, desafía frontalmente esa cultura política.
El modelo Javier Milei: poder absoluto o nada
La negativa del presidente a cerrar una alianza con Mauricio Macri para asegurar el triunfo en la Ciudad es otro dato revelador. Las encuestas muestran que la suma de los votos de Adorni y Silvia Lospennato, la candidata del PRO, supera cómodamente el 46%. Un acuerdo entre ambos sectores hubiera significado una victoria sin sobresaltos. Pero Milei no quiere coaliciones. No quiere pactos. Quiere el poder total. Quiere ser el único jefe, por lo menos en el espacio de derecha que representa. Inclusive en la "Mesa Chica" de la Casa Rosada salir en un segundo lugar, por pocos puntos detrás del candidato del Justicialismo, Leandro Santoro, será transmitido como un triunfo ya que sería el inicio del fin de Mauricio Macri y el PRO, puesto que perdería la hegemonía de la Ciudad y, a partir de eso, empezaría a diluirse su poder en el resto del país.
Este comportamiento extremo de Milei recuerda a momentos clave de la historia política argentina. En 2005, Néstor Kirchner decidió romper con Eduardo Duhalde, el hombre que lo había llevado a la presidencia, para demostrar que el verdadero líder era él. Pisó políticamente a su mentor y se consolidó como jefe. Milei parece ir por el mismo camino, con una diferencia sustancial: Kirchner construyó territorialidad, negoció en silencio y ejecutó con precisión quirúrgica. Milei actúa con una audacia radical, sin red y sin matices. Prefiere perder antes que compartir el poder.
En Santa Fe, por ejemplo, rechazó cualquier alianza con Amalia Granata, una dirigente conservadora con fuerte arraigo en el electorado de derecha. Granata, a pesar de coincidir en muchos puntos ideológicos con Milei, fue ignorada porque representa una voz autónoma, no subordinada. Lo mismo ocurre en CABA: el presidente no aceptó ceder nada ni a Macri ni a Ramiro Marra, un aliado natural pero desplazado por diferencias personales. La estrategia es clara: "yo o nadie".
El estilo Milei es poco menos que temerario. En el plano económico, desoye advertencias, enfrenta al establishment y apuesta todo a un plan de estabilización sin redes de contención. En política, va por el mismo camino: rompe con todos los códigos tradicionales, desprecia la prudencia, rechaza los consensos y se mueve como un outsider incluso desde el sillón de Rivadavia. Su liderazgo es algo mesiánico, excluyente, binario: el bien contra el mal, el pueblo contra la casta, la libertad contra el socialismo.
Y esa lógica se traslada a la campaña en CABA. En lugar de buscar la moderación que suele exigir el electorado porteño, redobla la apuesta. Ataca a la prensa, insulta a periodistas, desafía a la Justicia, ningunea los derechos de las minorías, se enfrenta con movimientos feministas y se burla de las demandas ambientales. Su campaña no busca sumar nuevos votantes mediante gestos conciliadores, sino reafirmar a los propios con una narrativa de guerra permanente.
El manual clásico para ganar en CABA recomienda moderación, diálogo, respeto por la institucionalidad y un discurso que combine eficiencia con sensibilidad social. Milei hace todo lo contrario. Y si le va bien, habrá que leer ese resultado no solo como una victoria personal, sino como un cambio profundo en la cultura política de los porteños.
¿Qué está en juego en esta elección?
Lo que se define el domingo no son solo nombres propios. Lo que está en juego son los valores que la sociedad porteña está dispuesta a sostener o a ceder. ¿Sigue siendo importante la libertad de prensa? ¿Sigue importando la independencia del Poder Judicial? ¿Sigue habiendo un rechazo visceral a la corrupción, al autoritarismo, a la violencia política? ¿O esos valores están siendo desplazados por nuevas prioridades, como la lucha contra el kirchnerismo, la obsesión por el déficit cero o el deseo de “orden” a cualquier precio?
Si Milei logra una buena elección, habrá que preguntarse si no estamos ante una transformación cultural más honda de lo que parece. Porque ya no será solamente Milei quien haya cambiado, sino también su base social. El electorado porteño, históricamente refractario al populismo, al verticalismo y al personalismo extremo, podría estar girando hacia un nuevo tipo de liderazgo, más agresivo, más excluyente y menos respetuoso de los valores democráticos clásicos.
Y si eso ocurre, el lunes la Argentina será otra. No solo porque Milei habrá ganado o perdido poder político, sino porque habremos asistido a un reordenamiento simbólico profundo. Estaremos validando –o rechazando– un estilo de conducción que se construye desde el límite, que se alimenta del conflicto permanente y que podría poner en jaque algunas de las bases mismas de la convivencia democrática.
Lo cierto es que, gane quien gane, el domingo se define mucho más que una elección en CABA. Se define el tipo de poder que Milei podrá construir en el futuro inmediato, y los valores que la sociedad argentina está dispuesta a sacrificar –o a defender– en nombre de ese poder. El resultado no solo marcará el pulso político de la Ciudad, sino el de toda la Nación.
El lunes amanecerá una Argentina distinta. Más cercana o más lejana a su historia democrática. Más cautelosa o más radicalizada. Más plural o más dogmática. Será el día después de una elección que, sin lugar a dudas, marcará un punto de inflexión en la historia política del país.
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