Veraneantes disfrutan los múltiples paisajes de San Antonio
Una enorme extensión de terreno atravesado por un hilo de agua donde prolifera una gran diversidad de aves costeras, cangrejos de todos los tamaños, peces, pulpos, moluscos y hasta caballitos de mar surge cuando baja la marea en la ría de San Antonio, el brazo de mar que baña la costa norte del ejido urbano.
Es allí cuando el agua se retira a su máximo nivel, donde queda una gran depresión que se parece a un desierto húmedo en lugar del mar.
Durante horas permanecen cuantiosos arroyitos que escurren los últimos vestigios de la avanzada marina hasta el denominado canal, una especie de río salado que corre torrentoso hacia el esplendoroso golfo San Matías.
Los lugareños -y también algunos visitantes- disfrutan cotidianamente de la costa, pero deben trasladarse varios metros, incluso en vehículos, hasta llegar al canal para poder refrescarse.
Se puede ver la superficie atiborrada de pequeños orificios donde viven curiosos cangrejos que desaparecen a gran velocidad ni bien sienten la presencia de extraños. Sólo hay que permanecer atento algunos segundos para que los individuos vuelvan a salir de sus guaridas y observarlos así más de cerca. Con algo de paciencia se puede repetir la experiencia cientos de veces.
La postal, que se repite varias veces al día, brinda también la posibilidad de contemplar distintas especies de aves playeras que encuentran alimentos y descanso en el lugar. Flamencos de impactante plumaje rosado, gaviotas, chorlitos y playeros rojizos comparten diariamente el hábitat.
Animales marinos
En algunos tramos del canal aparecen cordones rocosos que forman pozas, pequeños charcos donde la vida se multiplica a su antojo. Los habitantes del balneario más avezados suelen capturar pulpos, contrariando el comentario popular que dice que debido a la cantidad de gente que elige el sector para esparcimiento ya no se encuentran este tipo de animales. Pero ellos, cazadores experimentados, los encuentran. Sólo utilizan un gancho de alambre que introducen en los resquicios de las piedras, aunque con una técnica secreta que no revelan a nadie.
La bajamar también permite descubrir caballitos de mar en esos reductos acuáticos, aunque hay que tener el ojo entrenado para distinguirlos entre el paisaje. Son chiquitos, de no más de cinco centímetros, y se desplazan con su clásica postura erguida.
Los conocedores de la zona acostumbran a pescar utilizando las artes más tradicionales, como redes. Suben a pequeños botes de madera, con los que se internan a remo en el canal, donde arrojan los tramillos en puntos que ellos bien conocen. Las capturas suelen ser de pejerreyes, lenguados y en esta época lisas, una variedad muy apreciada en gastronomía.
También han ingresado animales mucho más grandes que han quedado varados en una hondonada del canal, como delfines, y pocos años atrás una ballena de la variedad “Minke”, que murió cerca del muelle de Pescadores.







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