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Multitudinaria despedida al obrero municipal asesinado

Muchos cipoleños, de toda condición, participaron de las exequias del barrendero José Domingo Maciel, muerto por la explosión de una bomba en la madrugada del martes.

Gran cantidad de personas participó de las honras fúnebres del operario, en particular, en el arribo del féretro al cementerio.

Un emocionado y doloroso último adiós se le dio ayer al barrendero José Domingo Maciel, muerto la madrugada del martes por la explosión de una bomba instalada en el edificio de la Escuela de Suboficiales y Agentes de la Policía. El tiempo, como concertado para la situación,  acompañó la tristeza colectiva, pues lució nublado y muy frío a lo largo de toda la mañana del entierro del obrero municipal.
Unas 2.500 personas participaron de las honras fúnebres. El día después del criminal atentado encontró así a muchos cipoleños en las calles dispuesto a llevar su aliento de solidaridad a los familiares de la víctima. Y para expresar también el rechazo de toda una sociedad a esta muestra de barbarie y horror que segó la vida de un inocente.
El velatorio se hizo en la casa Diniello, en Teniente Ibáñez entre Libertad y Córdoba. Por allí fueron pasando, desde el martes, numerosos vecinos, conmovidos por los hechos y con la voluntad puesta en despedir los restos mortales. De este modo, la familia del difunto no estuvo sola en la difícil instancia. Destacaron entre los dolientes sus compañeros de trabajo, muchos con la ropa naranja que los identifica en su labor cotidiana.
También se acercaron a la funeraria reconocidos funcionarios y dirigentes políticos, sociales y gremiales como Abel Baratti, Alfredo Muruaga, Claudio Di Tella, Blanca Altamirano,  Elbi Cides, Oscar Rodríguez, Enzo Giacinti, Marta Vidal, Guillermo Grosvald y muchos más.
Pasadas las 11, salió la carroza fúnebre con destino al cementerio municipal. Afuera,  muchos taxistas habían hecho un alto en su tarea y se habían allegado también al velatorio para expresar su dolor. Además, en un gesto para destacar, pusieron sus vehículos a disposición de quienes quisieran trasladarse en ellos hasta la necrópolis.
En lugar de una marcha, como había sido convocada por el Concejo Deliberante, lo que hubo fue una caravana. Y a los autos donde iba el féretro y los deudos, se unieron decenas de rodados particulares, los taxis y también los camiones del servicio de recolección de la basura, que con su gran porte destacaron en la procesión.
Muchas personas había en Teniente Ibáñez 1055, sede de la empresa funeraria. Otras más saludaron el paso de los vehículos, desde las calles. Pero muchos más, largamente muchos más, esperaban en las afueras y en el interior del camposanto. Allí, los familiares, entre los que se contaba su hijo Javier, también empleado municipal, rompieron en llanto y en lamentos cuando se depositó el ataúd en el nicho que se le tenía reservado para la última hora. No hubo responsos, no hubo discursos. Salvo, al final, un puñado de palabras de un obrero compañero de trabajo que, con la voz dolida, se refirió brevemente al momento y pidió un aplauso para decir un adiós con reconocimiento al fallecido Maciel.

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