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Liberen a Keiko: la vida y el triste final de la orca más famosa del mundo

Su liberación se convirtió en un ícono para los defensores de animales, que se oponen al uso de especies salvajes para espectáculos enn vivo.

Por Sofía Sanfoval - [email protected]

Con el brazo izquierdo levantado en el aire, la mano en forma de puño y una lluvia de agua salada que le caía sobre el cabello rubio, el pequeño Jesse guiaba a Willy, la orca en cautiverio, hacia su merecida libertad. “Sé que puedes hacerlo”, lo arengaba antes del salto hollywoodense que tuvo que dar el animal para poder nadar sin límites por el océano.

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El recordado final de “Liberen a Willy” es una escena feliz. Con el rostro aún mojado, los protagonistas esbozaban sonrisas para celebrar que la orca había abandonado su pequeño estanque artificial para unirse a los de su propia especie. Sin embargo, detrás de Willy se escondía Keiko, una ballena de 17 años que había pasado más de 15 siendo entrenada, vendida y trasladada por el mundo para confinarse en las reducidas dimensiones de los parques de diversiones, donde la forzaban a hacer piruetas para entretener al público.

Aunque la película le dio la promoción necesaria para que el mundo entero enarbolara la bandera de su liberación, las inversiones millonarias no fueron suficientes para dotar a la orca de una vida plena en compañía de otros ejemplares de su especie. Su causa, no obstante, se convirtió en uno de los ejemplos pioneros que motivaron a más activistas a oponerse a los zoológicos, los circos y los parques de atracciones con animales para devolver a esos animales a su hábitat natural.

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Keiko significa “afortunado” en japonés. Pero este mamífero macho no tuvo demasiada suerte. A los dos años, cuando aún era una cría dependiente que estaba creciendo en una familia matriarcal, la atraparon de entre las frías aguas de los mares de Islandia y la separaron de su madre para siempre. Su captura era casi como una sentencia: Keiko nunca aprendería a cazar ni desarrollaría el dialecto necesario para comunicarse con los de su grupo. Su esperanza de vida también se iba a reducir: se espera que las hembras vivan 75 años y los machos 40, pero los ejemplares en cautiverio viven menos de la mitad.

En 1979, año de su captura, la ballena fue vendida al acuario islandés Saedyrasfnid, donde habitó durante tres años junto a otras orcas. En 1982 fue vendida al parque de Marineland de Ontario, en Canadá y ya comenzaron a notarse los efectos del cautiverio: Keiko sufría de lesiones dérmicas y una infección en la aleta pectoral.

En 1985 se arregló su traslado a México. Un político mexicano famoso por varios casos de tráfico ilegal de animales acordó su venta a Reino Aventura, un parque de diversiones de la ciudad de México, ahora conocido como Six Flags. Desde ese lugar trataron de disponer todo lo necesario para garantizar el bienestar del animal: lo alimentaban con unos 100 kilos de pescado y le asignaron cuatro entrenadores, un velador y ocho cuidadores. Sin embargo, los proteccionistas de orcas solicitaban su liberación y llegaron a ofrecer más de 3 millones de dólares para dejarla en libertad.

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El parque se negó. La orca hacía actuaciones en Reino Aventura e iniciaba una prolífica carrera en el mundo del cine y la televisión, que comenzó con pequeñas participaciones en la pantalla chica del país azteca. A principios de los 90, fue descubierta por un cazatalentos de Hollywood que le asignó su mayor papel: en 1993, fue protagonista de Liberen a Willy, uno de los largometrajes más taquilleros del año. Le siguieron dos secuelas en los años siguientes que le permitieron ganarse la simpatía del público.

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Ya en 1993, algunas revistas norteamericanas publicaron la historia de Keiko y el precio de su cautiverio, que se dejaba ver en su aleta dorsal doblada por la falta de uso, una característica que adquieren las ballenas en cautiverio y se erige casi como una cicatriz de la tristeza.

Los artículos denunciaban el mal estado del animal. Medía 7,30 metros de largo y su estanque tenía una profundidad de 6,30 metros, tenía la dentadura gastada de morder los bordes de de su estanque y carecía de los nutrientes necesarios para su bienestar. Así, activistas, biólogos marinos y fanáticos del cine se abrazaron a una causa común: hacer realidad aquella escena del salto y liberar a la verdadera Willy en una hazaña que excedía al celuloide.

Con ese ímpetu, en 1994 se creó la Fundación Liberen a Willy – Keiko, una fundación que recaudó 20 millones de dólares gracias al aporte de la Warner Bros, organizaciones ecologistas, el multimillonario Craig McCaw y las monedas que todos los niños del mundo enviaban tras conmoverse con la película y la historia triste de su protagonista.

Sin embargo, no fue necesario comprar a la orca para sacarla del parque. Reino Aventura recibía 750 cartas semanales que exigían la liberación del animal, por lo que terminó por donarla a la Fundación para evitar aguantar con tanta presión social. Así, en 1995 la Fundación construyó una inmensa piscina en el acuario de Oregon para enseñarle a Keiko a vivir en libertad: la ballena fue trasladada en un operativo televisado y comenzó su aprendizaje para valerse por sus propios medios.

Allí, recordó el sabor del agua salada, sanó sus lesiones dérmicas y empezó a ganar peso, aunque aún sin alcanzar los kilos esperados para un animal de su edad. Con lentitud, se acostumbró a cazar y comer peces vivos, aunque por costumbre buscaba el contacto con humanos y los cuidados que éstos les proporcionaban en su vida anterior.

En 1998, se consideró que Keiko tenía la salud suficiente para un nuevo viaje. transportada por un avión Boeing de Newport a la bahía de Klettsvik en Vestmannaeyjar, Islandia, lugar donde había sido capturada. Allí, podría residir en un lugar cerrado, pero del tamaño de 22 canchas de fútbol y con 15 metros de profundidad.

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Aunque su liberación completa ya estaba prevista, una enfermedad inesperada en hígado y pulmones obligó a sus cuidadores a llevarla a un centro de rehabilitación en Noruega. Recién en 2002, y tras 23 años de cárcel, Keiko regresó su hábitat natural para convertirse en la primera orca en cautiverio en recuperar su libertad.

Sin embargo, la orca nunca había aprendido a comunicarse con los animales de su especie. Los cuidadores le colocaron un chip para rastrear sus movimientos, y así la vieron nadar 1400 kilómetros junto a un grupo de ballenas salvajes que jamás la integraron al grupo. Keiko las seguía a unos 100 metros de distancia, pero, tras años de aislamiento, no podía unirse a las demás.

En 2002, los encargados de la campaña la regresaron a las costas de Noruega, donde montaron para ella un estado de semi libertad. Keiko tenía el océano entero para nadar y dirigirse a donde quisiera, pero siempre prefería quedarse a oír las voces que ya conocía, las de Colin Baird y Thorbjorg ‘Tobba’ Valdis Kristjansdottir, que la alimentaban y cuidaban su salud.

Al año siguiente, la ballena comenzó a dar muestras de desánimo. Dejó de aceptar la comida y sus cuidadores le diagnosticaron un ligero resfrío. El 12 de diciembre de 2003, cuando fueron a examinar su estado de salud, encontraron su cuerpo de 6 toneladas inerte junto al muelle.

Con su muerte se apagó la estrella de su fama, y el recuerdo de quien fuera la ballena más popular del mundo se comenzó a desvanecer. A pesar de todos los intentos por otorgarle la libertad, ni millonarios ni ecologistas pudieron separarla del mundo de los humanos en donde había aprendido a convivir. Su vínculo con ellos era tal que su cuerpo no tuvo el final esperado para las ballenas: el cuerpo del mamífero no se hundió para siempre en el mar. Como los humanos, Keiko fue enterrada en un fiordo de las costas de Noruega.

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